El grano de trigo
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si
muere, dará mucho fruto» (Jn
12, 24). Con estas palabras el Señor interpreta su vida en la tierra, como el
grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Jesús explica su vida terrena, su muerte y
resurrección, en la perspectiva de la Eucaristía, así sintetiza todo su
misterio.
Y María junto al Pan
María puede guiarnos hasta
este Pan del cielo. En el relato de la institución de la Eucaristía, la tarde
del Jueves Santo no se menciona a la Virgen. Pero sin duda estaría, pues
acompañaba a los Apóstoles en oración, como se dice en otros momentos (cf. Hch 1, 14). María ayudó a traer al mundo
al Señor: el Cuerpo y la Sangre de Jesús se formó en Ella.
Sin duda colaboraría en la Última cena, como lo hacían
otras mujeres. Desde la cocina, pasando oculta, serviría los alimentos que iban
a transformarse en Dios.
Jesús es Pan
Jesús es pan al hacerse Hombre,
es pan al morir por nosotros y sobre
todo es pan en la Eucaristía. Por eso
la Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor en la Eucaristía es el motor del
mundo: es como esas centrales nucleares que tienen un potencial de energía
enorme. Y a veces, si hay un escape, pueden organizar lluvias radioactivas, y
contaminar, produciendo enfermedades, que se notan a la vuelta de los años.
El Señor en
la Eucaristía es así, pero al revés: en vez de daños produce bienes, en vez de
contaminar, purifica el ambiente con esa lluvia radioactiva de la gracia.
Cuando
nosotros tocamos al Señor, algo se
nos pega. Aunque sea por poco tiempo.
Y en vez de
alteraciones en el organismo se producen, sí, alteraciones, pero para mejor.
–¡Qué bueno
eres, Señor! Que te has rebajado tanto por nuestro amor: más no te puedes entregar:
te das a Ti mismo.
El abajamiento de Dios
Jesús que es
tres veces pan, se abaja cada vez más. Es el Pan que ha bajado del cielo, porque al hacerse hombre es la Palabra de Dios que se hace carne (cf. Jn 6, 33). Y así es Dios que desciende «hacia
nosotros»
Pero da un paso más, Dios se
abaja «por nosotros» en la cruz. En la
entrega que hace Jesús de sí mismo en el calvario su carne se hace alimento «para»
el mundo (cf. Jn 6, 51) porque da la
vida por nosotros.
Y otro descenso más se da en
la Eucaristía, hasta hacerse «verdadero» pan. Por eso la Misa es el centro de
la vida cristiana, porque allí comemos «verdaderamente» a Dios que se encarnó y ha dado su vida por nosotros.
Misterio de Fe y de Amor
Una persona
que, ante la Eucaristía no reaccione con hechos, es que espiritualmente está
muy baja: habría que medirle la
radioactividad. Y observaríamos que tiene pocas partículas de fe en su organismo. O puede pasar que no tenga
amor: que su amor esté en los mínimos. El
termómetro es la asistencia a Misa.
–Señor, Tú
no quieres coaccionar de ninguna forma. Tampoco nosotros. Tan sólo queremos que
te prefieran a ti antes que a sus cosas. Si Te quisieran, irían...
Tenemos experiencia
Todos tenemos experiencia de
cómo la gente cambia radicalmente, se convierte, cuando empieza a asistir a
Misa todos los días.
Un amigo nació en un pueblo
precioso del norte de África (Nador). Cuando él vivía en ese lugar era
territorio español. Me contaba que allí convivían chicos cristianos y
musulmanes: tenían la misma nacionalidad,
la misma lengua y aficiones parecidas. Todos disfrutaban entonces con
los éxitos de Real Madrid.
Estudiaban en la misma aula,
y sólo se dividían para las clases de religión. Pero los chicos musulmanes y
católicos no hablaban de ese tema, parecía que la religión era un tema tabú,
que no era tocado por ellos. Por eso la extrañeza de mi amigo fue mayúscula
cuando un adolescente musulmán de su misma clase empezó una conversación sobre
el cristianismo.
El chico se llamaba
Aberkade. Le dijo: –Nosotros también creemos en Jesucristo. Para nosotros es un profeta.
Entonces Luis, que así se
llama mi amigo se vio en la obligación de responderle:
–... Es mucho más que un profeta: es
Dios que se ha hecho hombre.
–¿Como puede ser hombre? Le respondió Aberkade. Dios es Dios.
–Es que se ha hecho hombre para salvarnos, le dijo
Luis, y nos ha enseñado.
–Y vosotros ¿cómo dais culto a Dios? Preguntó
el chico musulmán.
–El acto más importante es la Misa.
–Explícame, dijo Aberkade.
–Es que es algo muy misterioso, le dijo
el chico cristiano.
–No importa, algo entenderé.
Entonces Luis empezó la
explicación:
–El sacerdote toma un pan... (me contaba que prescindió
del vino para simplificar)... El
sacerdote toma un pan; dice unas palabras... y en el pan se pone Jesucristo.
El chico musulmán no
entendía mucho:
–¿Qué está Jesucristo? ¿El pan es realmente Jesucristo?
–No, le respondió Luís, se pone en el
pan. Está dentro.
La verdad es que no eran unas explicaciones
muy teológicas.
–¿Y esto cada cuanto ocurre? ¿Cada cincuenta años?
–Todos los días.
– ¿Cómo eso puede ocurrir todos los
días? ¿Nada más irán las personas muy santas?
–No, dijo Luis, puede asistir el que quiera.
– ¿Cómo puede asistir todo el mundo?
–Pues así es nuestra fe.
–¿Tú crees eso? Le dijo el chico musulmán.
–Sí, claro.
–Entonces tú debes ser el hombre más feliz del mundo... ¿tú vas todos los
días?
–No, sólo es obligatorio los domingos.
–Tú no eres suficientemente bueno, no vas todos los días.
–Pero no te estoy diciendo que sólo es obligatorio los domingos.
Y entonces con aire de
desprecio Aberkade le dijo al chico católico:
–¡Vete mentiroso!... O eso no es verdad, o tú no crees nada...
Y continuó diciendo
Aberkade:
–Si eso fuera cierto, yo estaría todo los días desde las cinco de la
mañana, esperando, para ver a Dios con mis ojos.
Mi amigo Luis de allí se fue
muy nervioso, casi llorando... y empezó a ir a recibir al Señor casi todos los
días. Y hoy es sacerdote.
Y es que aunque en el Pan
eucarístico esté el mismo Dios con toda su majestad se ha quedado para que le
comamos.
Se ha quedado para nosotros
¡Jesús se ha
quedado aquí en el sagrario! para aumentar nuestro amor. Jesús se ha quedado en la Eucaristía para
darnos la fuerza necesaria. Porque la Eucaristía es el Sacramento de la Común unión, de la Comunión.
La Eucaristía realiza la unión con Dios y también entre nosotros.
Esta es la experiencia de los santos. Contaba la Madre Teresa de
Calcuta que cuando en su congregación decidieron tener adoración al Santísimo
todos los días. En agosto de
1985 hubo en Nairobi el Congreso Eucarístico internacional, y allí estaba la
Madre Teresa de Calcuta, que intervino en una de las reuniones. Contó la
siguiente anécdota:
«hasta el
año 1973 teníamos Adoración al Santísimo después del retiro, una vez a la
semana. Ese año hubo una petición unánime de las monjas: ¡queremos tener
adoración todos los días!
Yo hice el
papel del diablo y les dije: ¿cómo vamos a tener Adoración diaria con tanto
trabajo como tenemos?
Pero
insistieron, y a mí me agradó mucho que lo hicieran. Así fue como comenzamos a
tener adoración diaria, y os puedo asegurar con sinceridad que desde entonces
he comprobado cómo en nuestra comunidad hay un amor más íntimo hacia Jesús, más
comprensión entre todas, un amor con más compasión hacia los pobres....y hemos
duplicado el número de vocaciones».
Esta es la
realidad: tendremos más vocaciones cuando estemos más pegados a Jesús en la
Eucaristía.
–«El que
está unido a mí, ése dará mucho fruto».
–Señor,
nosotros, no es por el fruto, es que te queremos, y buscamos estar junto a ti,
Después de la Comunión
Siempre se
le pueden pedir cosas al Señor pero especialmente cuando estamos junto a Él en
la Eucaristía. El Señor, cuando comulgamos y le pedimos cosas, nos las concede:
esos diez minutos, decía Teresa de Jesús, son tiempos para negociar, hacer negocios con el Señor. Esto es la
Comunión.
Ahora le decimos a la Virgen: –Madre de Dios y Madre nuestra:
agranda mi corazón.
Porque yo no
sólo veo a Dios, lo llevo en mi interior como Tú.
María al
hacer su Primera Comunión estaba, como una niña, colorada por la emoción. Más
guapa que nunca. La Virgen Cuando recibía la Eucaristía era como si el Sol se
le hubiera metido dentro.
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