Para escuchar
Escuchar
Escuchar
Al
principio de su misión como rey de Israel, Salomón pidió al Señor lo que
consideraba el don más importante: «Concede
a tu siervo un corazón dócil» (1 R 3, 9). Así
suele traducirse. Pero una versión más fiel al texto original debería decir: «Dame, Señor, un corazón que escuche».
No
es extraño que a Yahveh le gustara tanto esa petición, pues el mismo Dios decía
muy a menudo a su Pueblo: «Escucha,
Israel, ¡escucha pueblo mío!» (cf. Dt
4 1; 12,28) ¡Qué lógico resulta decirle ahora al Señor:–¡Dame un corazón que escuche! ¡Sé Tú mi
Maestro interior!
En
Navidad contemplamos que la Verdad se ha hecho carne, y hemos de escucharla. Ahora
queremos a estar a solas con Dios. Es cierto que casi nunca nos separamos de
Él. Pero puede suceder que las cosas del
Señor nos acaben distanciarnos del Señor de las cosas.
Como
algunas veces un marido puede decirle a su mujer, nosotros también oímos en el
fondo de nuestro corazón, en la conciencia, la voz de Dios que nos dice: –Dedícame
tiempo.
Y
aquí estamos para mirarle, contemplarle, escuchar su voz. Porque Jesús es el Emmanuel.
El Emmanuel, Dios con nosotros
Dios
está con nosotros gracias a María. Por eso es lógico, que vayamos a Dios a
través de Ella. Por eso nos gustaría en este curso de retiro contemplar a Jesús
con la mirada de su Madre.
Ella
contaría a los evangelistas detalles y acontecimientos importantes de la vida
del Señor.
Y
nosotros aquí vamos a ir repasando los momentos
gozosos, y después seguir las huellas del Señor como las siguió María. Ella,
algunas veces iría preguntando a los que habían estado con su Hijo, y otras fue
protagonista junto con Jesús de algunas anécdotas luminosas en la vida del
Señor.
En
muchas ocasiones la vida de Jesús se identifica con la de María. También
nosotros queremos identificar nuestra vida con la suya, vivirla junto a nuestro
Amigo con mayúscula.
Él como hermano mayor nos va enseñando a vivir
cada etapa de nuestra vida, porque pasó antes por ellas. Así nosotros también
hemos pasado por los momentos gozosos de los primeros años de vocación, y por los
momentos luminosos del centro de estudios y de la carrera.
Y
más tarde han llegado los misterios dolorosos, que terminarán con los
gloriosos. Así será nuestra vida, como la de Jesús. Por eso
con la mirada de la Virgen vamos a meditar los momentos estelares de la historia
de la humanidad de Dios. Empezaremos por su Encarnación.
Podemos
decir que los primeros momentos de la vida de Jesús son momentos de gozo. Pero
siempre, junto al gozo hay también el recuerdo del sufrimiento. Y esto que sucedió en la vida de Jesús, de
María y de José, también habrá sucedido en nuestra vida. Los primeros años de
vocación también tuvieron sus espinas. Porque Dios a los que más ama no les da
más, sino que les pide más.
Dios pidió colaboración
Sabemos
que en un momento de la Historia de la Humanidad Dios
pidió la colaboración de una adolescente. La vocación, la llamada de la Virgen,
y el nacimiento de Jesús en Ella, aunque fue una cosa extraordinaria,
sobrenatural, tuvo lugar de forma silenciosa. Fue un asunto entre Dios y Ella. Como
es lógico siempre hay un enviado. También en nuestra vida los ángeles ocupan un
lugar importante.
Y
de buenas a primeras, Dios empezó a desarrollarse en Ella. También en nuestro
caso las personas que estaban a nuestro lado empezaron a notar que el Señor se
había metido dentro.
Y
empezamos a cambiar, quizá el cambio se notó en nuestro entorno cercano. Los
que estaban a nuestro lado se dieron cuenta al cabo de unos meses que algo
había pasado. Y el motivo, la causa del cambio se produjo porque empezamos a
comulgar casi a diario. Así Dios comenzó a encarnarse en nosotros.
Porque Dios no es una idea
En
alguna ocasión el Papa ha dicho que Dios no es una idea. Porque hay personas
que podrían pensar que la grandeza de Dios está totalmente desligada del mundo.
Tan
sobrenatural, tan sobrenatural que pertenece a un mundo distinto del nuestro.
Un mundo intelectual, ideal, pero que no es tangible como el nuestro.
Hay
quienes piensan en Dios como en lo más grande que puede existir, pero que lo
que le falta es existencia. Porque pertenecería al ámbito del pensamiento, de
los deseos nuestros que no han sido saciados.
En
definitiva que Dios sería un invento nuestro. Nuestra inteligencia humana crearía
una idea, extrapolaría una serie de aspiraciones a las que daríamos una
personalidad. Pero la realidad es otra…
Dios ha intervenido en la Historia
humana
Dios
eligió a un pueblo concreto. Pequeño, casi insignificante, pero que ha tenido
una importancia fundamental. Porque ese pueblo es invencible, es Israel.
Y
aunque el Pueblo de Dios en muchísimas ocasiones fue infiel, el Señor nunca lo
abandonará porque dio su palabra.
Todos
los profetas fracasaron en su misión de convertir al pueblo, pero siempre quedó
un resto de personas quizá débiles, pero que escucharon la voz de Dios. Y así a
trancas y barrancas el Señor iba anunciando al Salvador.
Iba
dando pistas sobre el momento de su llegada, la familia donde nacería, la
localidad, la victoria sobre sus enemigos, su pasión, la alianza de los grandes
de esta tierra en contra de Él, su realeza.
Todo
estaba profetizado. Pero no todos en Israel tenían buenas disposiciones.
También
en nuestra vida hay que tener apertura para descubrir todas las señales que Dios
ha ido enviando a través de personas y de sucesos.
Muchas
veces tenemos que reconocer nuestras infidelidades, y la lealtad de Dios, que
nunca nos va a dejar.
Por
eso no podemos pensar que nuestra llamada fue una idea que nos gustó, o que
otras personas intentaron hacernos ver.
No nos convencieron con razonamientos
A nosotros
no nos convencieron con razonamientos. Nosotros no estamos aquí porque queramos
realizar un ideal. Que con los años puede parecernos más ideal, más
irrealizable.
Las
personas que nos hablaron pasarán, las circunstancias también han cambiado
mucho en nuestra vida.
Pero
Jesús siempre está ahí. Hemos venido por Él. Nosotros no perseguimos un ideal,
sino que seguimos a una persona.
En
un momento de la Historia, Dios quiso llamar a una adolescente para que colaborase
con El en la historia de la salvación.
Y
esa chica, casi una niña, le dijo que sí, pero no antes de haberse cerciorado.
Dio
su consentimiento al conocer que el enviado no contradecía la voluntad que Dios
habría manifestado anteriormente.
Porque
sin duda el Señor le habría pedido que permaneciera virgen.
También
nosotros cuando en la vida se presente un situación que parezca incompatible
con la llamada que Dios nos hace, debemos ir a la oración, y preguntar: ¿De
qué modo se hará esto? (Lc,
1, 34).
–Señor, ¿cómo haré para cumplir la
llamada que tú me haces, si encuentro esta dificultad?
Hay
que actuar como María, que nunca duda. Nunca duda, y por eso no pide una
prueba, ni pone ningún tipo de condiciones.
Su
entrega es absoluta desde el primer momento. Pero pregunta porque quiere
conocer los planes de Dios, no por curiosidad sino para identificarse con
ellos.
Preguntar a Dios
Ante
el desconcierto la
pregunta. Ante los desconciertos que se pueden presentar en
nuestra vida, la oración.
Para
eso hacemos oración para encajar las piezas en su lugar. Porque los planes de
Dios no son nuestros planes, son distintos… Pero mejores.
Siempre
es el Espíritu Santo el que nos ayuda: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti…» (Lc 1, 35), le dice el Ángel.
También
nuestro Custodio nos explicará con su voz silenciosa de ángel, que eso que
parece contradictorio es complementario. Que no se trata de una cosa u otra, sino
de una cosa y otra.
Tantas
veces nos liamos porque somos negativos, o simplemente porque no somos tan
listos como Dios.
En
un mensaje del Papa por la Navidad nos decía que evidentemente la Palabra y la
carne son realidades opuestas. Efectivamente la palabra es una realidad
espiritual mientras la carne es material
La carne y el Verbo
Que
Dios se haga hombre, que el Logos se haga carne es un hecho que solo es posible
por el Amor.
Tantas
veces ocurrirá esto en nuestra vida, porque Dios quiere repetir la Historia Universal
en nuestra historia personal.
Es
el Espíritu Santo, el Amor de Dios, el que nos moverá para que vaya
realizándose la encarnación de Dios en nosotros.
Un
día, el principio organizador del universo, el Logos, empezó a organizar
nuestra vida porque quiso que nos parezcamos a Él.
Dios tiene rostro humano
Dios
tiene rostro humano, y quiere que también nosotros nos parezcamos al rostro
humano de Dios, que es Jesús.
Y
Dios no varía jamás: lo que quiso hace unos años lo quiere también hoy: es la Verdad
inmutable.
Pero
como decía el Papa. La Verdad de Dios no se demuestra como si fueran
matemáticas.
Esto
es así, Dios no quiere llegar a nosotros por la frialdad de una exposición o un
razonamiento. Dios utiliza el vehículo que todos entendemos: el cariño
Como
decía san Agustín: tanto tiempo perdido queriendo entender, cuando lo que
tenía que hacer era amar.
Porque
la Verdad de Dios pide el sí de nuestro corazón. Porque Dios es una verdad que
a la vez es Amor.
Y
nos pide que seamos como Él. Quiere que seamos dioses, con la auténtica
prerrogativa de Dios, que es el Amor.
Un
ángel quiso tentar a la primera mujer, intentando convencerla que sería como
Dios, pero mediante la soberbia.
Otro
ángel propuso a otra Mujer que Dios se encarnara en Ella, pero mediante el
Espíritu Santo, que es el Amor de Dios.
Y
entonces, con su lógica particular Dios se hizo carne para que la carne se
hiciera Dios.
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