El Señor decía que cuando vayamos a orar, a dar limosna, o a hacer penitencia, no hagamos como los hipócritas que se fijan en las cosas exteriores (Evangelio de la Misa: cfr. Mt 6, 1-18), pero que su corazón estaba lejos de Dios (primera lectura de la Misa: cfr. Joel 2, 12).
Eso es tremendo. Hacer cosas que parece que nos tienen cerca de Dios, y luego resulta que no es verdad.
Hay gente que sólo le interesa quedar bien. Incluso hace cosas costosas para que le vean o poder contar que las han hecho, y eso les da satisfacción.
Es un fariseo. Alguien que actúa de cara a la galería. Bonitos por fuera y feos por dentro. Dan el pego durante un tiempo, pero sólo durante un tiempo, porque la verdad termina por saberse.
Me hizo gracia cuando me enteré de que algunos, a la caja donde se guardan las cosas para limpiar los zapatos, le llaman así: fariseos.
La abres y lo único que encuentras es un tubo aplastado de betún negro, un paño manchado de marrón, un cepillo, y poco más...
Un sacerdote que estuvo un tiempo en un país de América del Sur comentaba que allí la imposición de la ceniza se hace mezclándola con un poco de agua, porque así, cuando te la imponen, te dura más y no desaparece con tanta facilidad. A la gente le gusta que se sepa que se la han impuesto; pero lo importante no es lo de fuera sino lo de dentro.
Y contaba también como, un día que iba por la calle, unos albañiles le pidieron que les impusiera la ceniza allí mismo. Así lo hizo. Y cuando uno de ellos se acercó para que se la impusieran, otro, dijo medio en broma medio en serio: a éste, no se yo, porque no está bien casado.
CAMBIO EN LO FUNDAMENTAL
Lo importante no es hacer cosas externas sino cambiar por dentro. El Señor nos pide que cambiemos de corazón (versículo antes del Evangelio: cfr. Salmo 94, 8AB). Que le amemos con un corazón nuevo. Desea hacernos un trasplante.
No quiere que nuestra Cuaresma se reduzca a hacer unas cuantas cosas: recibir la ceniza, comer menos y no tomar carne los viernes.
En eso no consiste la Cuaresma. Lo mismo que un matrimonio no consiste en hacer las camas o la comida, limpiar la casa, traer dinero o ir a la compra. El amor es mucho más. Es tener el corazón en la otra persona. Pensar constantemente en ella.
Es verdad que hay cosas que el Señor quiere que realicemos y otras que dejemos de hacer. Pero no busca un cambio superficial, sino algo profundo.
A san Josemaría, el Señor le cambió por dentro cuando vio unas huellas en la nieve. Aquello le hizo preguntarse: Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo? Eso es lo que Dios nos pide, que cambiemos de manera radical.
Aquel episodio le llevó a una vida de piedad más intensa, a la práctica de la oración, de la mortificación y de la comunión diaria. Cuando apenas era yo adolescente, decía él mismo, arrojó el Señor en mi corazón una semilla encendida en amor.
ECHARLE CORAZÓN A LA CENIZA
Cambiar el corazón consiste en darse cuenta de que todo lo que está al margen de Dios es ceniza. Sin Él no somos nada. Muchas veces hemos buscado la felicidad lejos de Dios.
Es lo que se lleva hoy en día. Buscar la escasa felicidad que da el pecado: la diversión de una borrachera, el placer de un acto impuro, la satisfacción de la vanidad, etc. Todo eso, al final, es ceniza. Nada.
Lo que el Señor quiere de nosotros es que volvamos a Él, que tengamos un corazón arrepentido. Es decir, que nos duelan nuestros pecados, no tanto por haber fallado nosotros, sino por haber huido de Él.
Corregirse para así agradarle. Y lo que agrada a la gente es: hacer lo que nos piden y evitar cualquier cosa que les dañe. En eso consiste el espíritu de la Cuaresma.
Las madres dicen que su hijo es un bendito cuando obedecen. Cuando se comen la verdura y recogen sus juguetes. Y también cuando les piden perdón y dicen: ya no lo haré más. Entonces se deshacen.
El niño, en el fondo, lo que está haciendo es echar corazón a la ceniza, a sus propios errores.
VOLVER AL PADRE PRÓDIGO
Donde volvemos de verdad a Dios es en la Confesión. Allí es donde nuestro dolor se hace auténtico. Por eso dice San Pablo «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (segunda lectura de la Misa. Cfr. 2 Cor 5, 20-6, 2).
Pero también con pequeñas obras de oración, ayuno, y limosna volvemos a Dios, porque se convierten en manifestación del amor que le tenemos.
El Papa dice, en su mensaje de este año sobre este tiempo litúrgico, que son medios para recuperar la amistad con el Señor. De eso se trata, de estar cada vez más cerca de Él.
Es volver a la casa del Padre. A un Padre pródigo en el amor a sus hijos.
EL CIRUJANO Y SU MADRE
Para lograr esto no estamos solos. Contamos con la ayuda del Señor. Él es nuestro cirujano. Por eso decimos con el Salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro» (cfr. Sal responsorial, 50).
Es verdad que lo más importante de la Cuaresma es que nos convirtamos, que cambiemos de vida. Pero esto no lo conseguiremos con nuestras fuerzas: habrá que pedirlo, y poner lo que esté de nuestra parte.
Él lo hace todo mejor que nadie. Nos conoce de sobra porque nos ha creado. Es el mejor cirujano para realizar el trasplante que necesitamos.
-Señor, renuévame por dentro (Sal 50).
La Virgen, como buena madre, está esperando que volvamos a Dios. Ella nos ayudará si se lo pedimos.
Eso es tremendo. Hacer cosas que parece que nos tienen cerca de Dios, y luego resulta que no es verdad.
Hay gente que sólo le interesa quedar bien. Incluso hace cosas costosas para que le vean o poder contar que las han hecho, y eso les da satisfacción.
Es un fariseo. Alguien que actúa de cara a la galería. Bonitos por fuera y feos por dentro. Dan el pego durante un tiempo, pero sólo durante un tiempo, porque la verdad termina por saberse.
Me hizo gracia cuando me enteré de que algunos, a la caja donde se guardan las cosas para limpiar los zapatos, le llaman así: fariseos.
La abres y lo único que encuentras es un tubo aplastado de betún negro, un paño manchado de marrón, un cepillo, y poco más...
Un sacerdote que estuvo un tiempo en un país de América del Sur comentaba que allí la imposición de la ceniza se hace mezclándola con un poco de agua, porque así, cuando te la imponen, te dura más y no desaparece con tanta facilidad. A la gente le gusta que se sepa que se la han impuesto; pero lo importante no es lo de fuera sino lo de dentro.
Y contaba también como, un día que iba por la calle, unos albañiles le pidieron que les impusiera la ceniza allí mismo. Así lo hizo. Y cuando uno de ellos se acercó para que se la impusieran, otro, dijo medio en broma medio en serio: a éste, no se yo, porque no está bien casado.
CAMBIO EN LO FUNDAMENTAL
Lo importante no es hacer cosas externas sino cambiar por dentro. El Señor nos pide que cambiemos de corazón (versículo antes del Evangelio: cfr. Salmo 94, 8AB). Que le amemos con un corazón nuevo. Desea hacernos un trasplante.
No quiere que nuestra Cuaresma se reduzca a hacer unas cuantas cosas: recibir la ceniza, comer menos y no tomar carne los viernes.
En eso no consiste la Cuaresma. Lo mismo que un matrimonio no consiste en hacer las camas o la comida, limpiar la casa, traer dinero o ir a la compra. El amor es mucho más. Es tener el corazón en la otra persona. Pensar constantemente en ella.
Es verdad que hay cosas que el Señor quiere que realicemos y otras que dejemos de hacer. Pero no busca un cambio superficial, sino algo profundo.
A san Josemaría, el Señor le cambió por dentro cuando vio unas huellas en la nieve. Aquello le hizo preguntarse: Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo? Eso es lo que Dios nos pide, que cambiemos de manera radical.
Aquel episodio le llevó a una vida de piedad más intensa, a la práctica de la oración, de la mortificación y de la comunión diaria. Cuando apenas era yo adolescente, decía él mismo, arrojó el Señor en mi corazón una semilla encendida en amor.
ECHARLE CORAZÓN A LA CENIZA
Cambiar el corazón consiste en darse cuenta de que todo lo que está al margen de Dios es ceniza. Sin Él no somos nada. Muchas veces hemos buscado la felicidad lejos de Dios.
Es lo que se lleva hoy en día. Buscar la escasa felicidad que da el pecado: la diversión de una borrachera, el placer de un acto impuro, la satisfacción de la vanidad, etc. Todo eso, al final, es ceniza. Nada.
Lo que el Señor quiere de nosotros es que volvamos a Él, que tengamos un corazón arrepentido. Es decir, que nos duelan nuestros pecados, no tanto por haber fallado nosotros, sino por haber huido de Él.
Corregirse para así agradarle. Y lo que agrada a la gente es: hacer lo que nos piden y evitar cualquier cosa que les dañe. En eso consiste el espíritu de la Cuaresma.
Las madres dicen que su hijo es un bendito cuando obedecen. Cuando se comen la verdura y recogen sus juguetes. Y también cuando les piden perdón y dicen: ya no lo haré más. Entonces se deshacen.
El niño, en el fondo, lo que está haciendo es echar corazón a la ceniza, a sus propios errores.
VOLVER AL PADRE PRÓDIGO
Donde volvemos de verdad a Dios es en la Confesión. Allí es donde nuestro dolor se hace auténtico. Por eso dice San Pablo «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (segunda lectura de la Misa. Cfr. 2 Cor 5, 20-6, 2).
Pero también con pequeñas obras de oración, ayuno, y limosna volvemos a Dios, porque se convierten en manifestación del amor que le tenemos.
El Papa dice, en su mensaje de este año sobre este tiempo litúrgico, que son medios para recuperar la amistad con el Señor. De eso se trata, de estar cada vez más cerca de Él.
Es volver a la casa del Padre. A un Padre pródigo en el amor a sus hijos.
EL CIRUJANO Y SU MADRE
Para lograr esto no estamos solos. Contamos con la ayuda del Señor. Él es nuestro cirujano. Por eso decimos con el Salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro» (cfr. Sal responsorial, 50).
Es verdad que lo más importante de la Cuaresma es que nos convirtamos, que cambiemos de vida. Pero esto no lo conseguiremos con nuestras fuerzas: habrá que pedirlo, y poner lo que esté de nuestra parte.
Él lo hace todo mejor que nadie. Nos conoce de sobra porque nos ha creado. Es el mejor cirujano para realizar el trasplante que necesitamos.
-Señor, renuévame por dentro (Sal 50).
La Virgen, como buena madre, está esperando que volvamos a Dios. Ella nos ayudará si se lo pedimos.
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