El Señor ha querido el Opus Dei para el bien de los hombres. Hoy celebramos un nuevo aniversario del comienzo de la labor de Obra con mujeres y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
HACE MILES DE AÑOS...
El libro de los Proverbios nos habla de cómo la Sabiduría de Dios existía antes de la creación del mundo. Ella, la Sabiduría, es la causa del orden del universo. Por eso dice la primera lectura:
«Desde la eternidad fui formada (…). No había hecho aún la tierra ni los campos (…) allí estaba yo (…), como arquitecto» (Prov 8,22.31).
O sea, que hace miles de años Dios ya sabía lo que iba a hacer para la buena marcha del mundo. Para eso también pensó en el Opus Dei. El 14 de febrero de 1930 y de 1943 estaba dentro de sus planes.
Dios nos hace hijos y nos da una misión. Igual que eligió a su pueblo de Israel, nos elige a nosotros y establece una alianza con cada uno. Es una elección personal y en la Iglesia, para el bien del mundo.
DIOS TIENE UNA LÓGICA MUY SUYA
El Evangelio nos cuenta como Jesús, siendo todavía un niño, se quedó en el Templo con el consiguiente disgusto de sus padres (cfr. Lc 2,41-52).
No entendieron bien porqué lo hizo. Su explicación les venía un poco grande, pero como salió de Jesús no lo discutieron.
Les costó, y tuvieron que llevar a la oración su respuesta. Y es que, la lógica de Dios es muy distinta. No podemos porqué entender sus planes.
TENEMOS UNA GRAN HERENCIA
Jesús, cuando murió nos dejó una gran herencia. Somos herederos de su gracia. Tenemos toda la fuerza de Dios para seguir su voluntad, a pesar de que no la entendamos del todo (cfr. Gal 4,4-7).
Nos llama para algo grande, que no descubrimos sino por la fe. De primeras, cuando Dios nos manifiesta sus planes con nosotros, puede costar entenderle. Pero si uno hace oración al final los cumple, como María y José.
PONER TIERRA DE POR MEDIO
La historia de las primeras vocaciones de mujeres de los años 40, muestran cómo la lógica de Dios es distinta a la nuestra y como el Señor nos da la fuerza para seguirle. Nos hace capaces de hacer cosas grandes.
Enrica Botella leía y conocía Camino. Su hermano Paco le explicó la Obra, pero ella le dejó cortado con su repsuesta: «Admirable labor», sí. Pero, que no contaran con ella.
Su hermano trató de leerle un punto de Camino, pero no pudo. El punto en cuestión era uno que empieza: Más recia la mujer que el hombre, y más fiel, a la hora del dolor.
Fue a unos ejercicios espirituales dirigidos por san Josemaría. Enrica decidió saludarlo.
—«Padre, mi hermano me ha hablado de la Obra», dijo. Y yo estoy pidiendo tu vocación, le contestó el sacerdote.
Otra que acudió al mismo retiro fue Encarnación Ortega. También tenía un hermano que le animó a saludar al Padre. Venció la pereza y, por buena educación, fue.
San Josemaría le explicó la Obra. También ella dio una espantada interior, deslumbrada por el planteamiento. Era consciente de que se trataba de algo maravilloso; y estaba asustada de que Dios pudiera exigirle todo.
Cortó, pues, por lo sano e hizo el propósito de no volver nunca a encontrarse con aquel sacerdote.
Trató de «poner distancia a la llamada de Dios» estando haciendo el retiro. No pudo. Si se encerraba en la habitación, sentía la necesidad del aire libre. Si salía a pasear por la huerta de naranjos del convento donde estaban, aquel pensamiento tampoco se le iba de la cabeza.
Todo era inútil. De nada le valía. No podía evitar tampoco la predicación de san Josemaría.
Después de una meditación sobre la pasión Encarnita se decidió. El Padre, entonces, le empezó a contar las dificultades que iba a encontrar.
La renuncia a los propios gustos. La pobreza. Estar dispuesta a marchar, tal vez, lejos. Santificarse en el trabajo, acabando heroicamente hasta los detalles más pequeños. Algo que, con la gracia de Dios, era posible.
FALDA BLANCA Y CHAQUETA ROJO GROSELLA
Otra fue Narcisa González Guzmán, más conocida como Nisa. Era deportista, estudiaba idiomas y le gustaba vestir bien. El párroco con el que se confesaba le concertó una visita con el autor de Camino.
Un día de agosto, a media mañana, cruzaba la joven el patio del palacio episcopal de León. Subió a las salas del primer piso y, en una de ellas, un cuarto inmenso, esperó con cierto nerviosismo.
Enseguida apareció un sacerdote de mediana estatura, más bien alto, y de aspecto cordial. Se dirigió a ella y, de pronto, a quemarropa, le hizo una pregunta que la desconcertó:
— Hija mía, ¿amas mucho a Nuestro Señor?
— «Sí, no sé», contestó Nisa vagamente.
Le explicó la Obra. Le habló de vida interior, de apostolado, desprendimiento y de obediencia. Nisa tenía la preocupación de si se había pasado de la raya y estaba demasiado llamativa con su falda blanca de verano y su chaqueta rojo grosella, en aquel severo salón eclesiástico.
Inconscientemente insinuó una pregunta sobre el modo de vestir. El sacerdote la cogió al vuelo. No tenía por qué preocuparse, le aclaró no sin humor: siempre, naturalmente, que no se vistiese de «mamarracho».
Al final, su reacción no fue muy diferente a la de Enrica o Encarnita, según cuenta. «La conversación con el Padre —comenta Nisa— me causó una profunda impresión, me parecía una entrega ambiciosa, pero que en ese momento no estaba dispuesta a vivir. Al salir del palacio episcopal pensé: esto es una maravilla, podría ser para mí, pero no me siento con fuerzas [...].
(Cfr. Vázquez de Prada, Tomo II, pp. 554-557)
DOS OPCIONES: CREERSELO O NO CREERSELO.
A veces, en la vocación, Dios quiere y nosotros le ponemos pegas. El Señor exige que nos fiemos de él porque lo tiene todo pensado. La fe, que es lo que hace seguir a Dios, consiste en ver el final, es decir, sus planes hechos realidad. Quiere que nuestra seguridad sea él, no solo los medios humanos o nuestra capacidad de hacer las cosas.
Un día san Josemaría les explica a las pocas que había las labores que la Obra haría en el futuro en todo el mundo: granjas para campesinas, casa de capacitación profesional para la mujer, residencias universitarias, actividades de moda, bibliotecas circulantes. Después de la sensación de vértigo que les entró al escucharle hablar, el Fundador les dijo: ante esto se pueden tener dos reacciones: Una, la de pensar que es algo muy bonito, pero quimérico, irrealizable; y, otra, de confiar en el Señor que, si nos ha pedido todo esto, nos ayudará a sacarlo adelante. Espero que tengáis la segunda (pp. 561-562).
Ellas se lo creyeron porque no había nada hecho. Siguieron día a día rezando e intentando hacer bien las cosas. Tardaron años en ver que todo eso era verdad, pero antes estuvieron muchos tiempo trabajando con fe. Era la misma fe que san Josemaría reflejaba en una carta que les escribió en 1942, desde Pamplona: Jesús bendiga a mis hijas y me las guarde. Muchas veces al día os encomiendo. El Señor tiene puestos sus ojos en esa casita, de donde han de salir cosas tan grandes para su gloria. (p. 560).
Dios ha querido que cronológicamente –solo cronológicamente porque todo estaba en sus planes desde la eternidad-, ha querido que San Josemaría empezara la Obra con los hombres. Pero también quiso la presencia de sus hijas en el Opus Dei para que, con su entrega, ayudaran a los hombres a estar pendientes de la cruz, como hizo a través de la Virgen.
Y el final, el Señor coronó la Obra con la cruz el 14 de febrero de 1943.
HACE MILES DE AÑOS...
El libro de los Proverbios nos habla de cómo la Sabiduría de Dios existía antes de la creación del mundo. Ella, la Sabiduría, es la causa del orden del universo. Por eso dice la primera lectura:
«Desde la eternidad fui formada (…). No había hecho aún la tierra ni los campos (…) allí estaba yo (…), como arquitecto» (Prov 8,22.31).
O sea, que hace miles de años Dios ya sabía lo que iba a hacer para la buena marcha del mundo. Para eso también pensó en el Opus Dei. El 14 de febrero de 1930 y de 1943 estaba dentro de sus planes.
Dios nos hace hijos y nos da una misión. Igual que eligió a su pueblo de Israel, nos elige a nosotros y establece una alianza con cada uno. Es una elección personal y en la Iglesia, para el bien del mundo.
DIOS TIENE UNA LÓGICA MUY SUYA
El Evangelio nos cuenta como Jesús, siendo todavía un niño, se quedó en el Templo con el consiguiente disgusto de sus padres (cfr. Lc 2,41-52).
No entendieron bien porqué lo hizo. Su explicación les venía un poco grande, pero como salió de Jesús no lo discutieron.
Les costó, y tuvieron que llevar a la oración su respuesta. Y es que, la lógica de Dios es muy distinta. No podemos porqué entender sus planes.
TENEMOS UNA GRAN HERENCIA
Jesús, cuando murió nos dejó una gran herencia. Somos herederos de su gracia. Tenemos toda la fuerza de Dios para seguir su voluntad, a pesar de que no la entendamos del todo (cfr. Gal 4,4-7).
Nos llama para algo grande, que no descubrimos sino por la fe. De primeras, cuando Dios nos manifiesta sus planes con nosotros, puede costar entenderle. Pero si uno hace oración al final los cumple, como María y José.
PONER TIERRA DE POR MEDIO
La historia de las primeras vocaciones de mujeres de los años 40, muestran cómo la lógica de Dios es distinta a la nuestra y como el Señor nos da la fuerza para seguirle. Nos hace capaces de hacer cosas grandes.
Enrica Botella leía y conocía Camino. Su hermano Paco le explicó la Obra, pero ella le dejó cortado con su repsuesta: «Admirable labor», sí. Pero, que no contaran con ella.
Su hermano trató de leerle un punto de Camino, pero no pudo. El punto en cuestión era uno que empieza: Más recia la mujer que el hombre, y más fiel, a la hora del dolor.
Fue a unos ejercicios espirituales dirigidos por san Josemaría. Enrica decidió saludarlo.
—«Padre, mi hermano me ha hablado de la Obra», dijo. Y yo estoy pidiendo tu vocación, le contestó el sacerdote.
Otra que acudió al mismo retiro fue Encarnación Ortega. También tenía un hermano que le animó a saludar al Padre. Venció la pereza y, por buena educación, fue.
San Josemaría le explicó la Obra. También ella dio una espantada interior, deslumbrada por el planteamiento. Era consciente de que se trataba de algo maravilloso; y estaba asustada de que Dios pudiera exigirle todo.
Cortó, pues, por lo sano e hizo el propósito de no volver nunca a encontrarse con aquel sacerdote.
Trató de «poner distancia a la llamada de Dios» estando haciendo el retiro. No pudo. Si se encerraba en la habitación, sentía la necesidad del aire libre. Si salía a pasear por la huerta de naranjos del convento donde estaban, aquel pensamiento tampoco se le iba de la cabeza.
Todo era inútil. De nada le valía. No podía evitar tampoco la predicación de san Josemaría.
Después de una meditación sobre la pasión Encarnita se decidió. El Padre, entonces, le empezó a contar las dificultades que iba a encontrar.
La renuncia a los propios gustos. La pobreza. Estar dispuesta a marchar, tal vez, lejos. Santificarse en el trabajo, acabando heroicamente hasta los detalles más pequeños. Algo que, con la gracia de Dios, era posible.
FALDA BLANCA Y CHAQUETA ROJO GROSELLA
Otra fue Narcisa González Guzmán, más conocida como Nisa. Era deportista, estudiaba idiomas y le gustaba vestir bien. El párroco con el que se confesaba le concertó una visita con el autor de Camino.
Un día de agosto, a media mañana, cruzaba la joven el patio del palacio episcopal de León. Subió a las salas del primer piso y, en una de ellas, un cuarto inmenso, esperó con cierto nerviosismo.
Enseguida apareció un sacerdote de mediana estatura, más bien alto, y de aspecto cordial. Se dirigió a ella y, de pronto, a quemarropa, le hizo una pregunta que la desconcertó:
— Hija mía, ¿amas mucho a Nuestro Señor?
— «Sí, no sé», contestó Nisa vagamente.
Le explicó la Obra. Le habló de vida interior, de apostolado, desprendimiento y de obediencia. Nisa tenía la preocupación de si se había pasado de la raya y estaba demasiado llamativa con su falda blanca de verano y su chaqueta rojo grosella, en aquel severo salón eclesiástico.
Inconscientemente insinuó una pregunta sobre el modo de vestir. El sacerdote la cogió al vuelo. No tenía por qué preocuparse, le aclaró no sin humor: siempre, naturalmente, que no se vistiese de «mamarracho».
Al final, su reacción no fue muy diferente a la de Enrica o Encarnita, según cuenta. «La conversación con el Padre —comenta Nisa— me causó una profunda impresión, me parecía una entrega ambiciosa, pero que en ese momento no estaba dispuesta a vivir. Al salir del palacio episcopal pensé: esto es una maravilla, podría ser para mí, pero no me siento con fuerzas [...].
(Cfr. Vázquez de Prada, Tomo II, pp. 554-557)
DOS OPCIONES: CREERSELO O NO CREERSELO.
A veces, en la vocación, Dios quiere y nosotros le ponemos pegas. El Señor exige que nos fiemos de él porque lo tiene todo pensado. La fe, que es lo que hace seguir a Dios, consiste en ver el final, es decir, sus planes hechos realidad. Quiere que nuestra seguridad sea él, no solo los medios humanos o nuestra capacidad de hacer las cosas.
Un día san Josemaría les explica a las pocas que había las labores que la Obra haría en el futuro en todo el mundo: granjas para campesinas, casa de capacitación profesional para la mujer, residencias universitarias, actividades de moda, bibliotecas circulantes. Después de la sensación de vértigo que les entró al escucharle hablar, el Fundador les dijo: ante esto se pueden tener dos reacciones: Una, la de pensar que es algo muy bonito, pero quimérico, irrealizable; y, otra, de confiar en el Señor que, si nos ha pedido todo esto, nos ayudará a sacarlo adelante. Espero que tengáis la segunda (pp. 561-562).
Ellas se lo creyeron porque no había nada hecho. Siguieron día a día rezando e intentando hacer bien las cosas. Tardaron años en ver que todo eso era verdad, pero antes estuvieron muchos tiempo trabajando con fe. Era la misma fe que san Josemaría reflejaba en una carta que les escribió en 1942, desde Pamplona: Jesús bendiga a mis hijas y me las guarde. Muchas veces al día os encomiendo. El Señor tiene puestos sus ojos en esa casita, de donde han de salir cosas tan grandes para su gloria. (p. 560).
Dios ha querido que cronológicamente –solo cronológicamente porque todo estaba en sus planes desde la eternidad-, ha querido que San Josemaría empezara la Obra con los hombres. Pero también quiso la presencia de sus hijas en el Opus Dei para que, con su entrega, ayudaran a los hombres a estar pendientes de la cruz, como hizo a través de la Virgen.
Y el final, el Señor coronó la Obra con la cruz el 14 de febrero de 1943.
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