martes, 15 de julio de 2008

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

La primera lectura de la Misa de hoy nos recuerda de donde viene nuestra alegría

«Canta de gozo y regocijate pues vengo a vivir en medio de ti» (Zac 2, 14-17).

El instrumento que el Señor escogió para vivir en medio de nosotros es la Santísima Virgen.

Ella es la causa de nuestra alegría.

Además, la fiesta de hoy nos recuerda cómo la Santísima Virgen está especialmente pendiente de nosotros.

Son muchas las promesas de Ella bajo esta advocación.

Cuentan las crónicas que, el 16 de julio de 1251 se apareció la Virgen Santísima a San Simón Stock, General de la Orden de los Carmelitas.

Y le prometió unas gracias y bendiciones especiales para aquellos que llevaran el escapulario.

La devoción a la Virgen está prefigurada también en el Antiguo Testamento.

Se relaciona con una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que subía desde el mar (cfr. 1 Rey 18, 44) y que se divisaba desde la cumbre del Monte Carmelo, mientras el profeta Elías suplicaba al Señor que pusiese fin a una larga sequía.

La nube cubrió rápidamente el cielo y trajo lluvia abundante a la tierra sedienta durante tanto tiempo.

En esta nube cargada de bienes se ha visto una figura de la Virgen María (Cfr. Prof Salamanca, Biblia Comentada, BAC, Madrid 1961, vol. II, p. 450).

Muchos son los cristianos que lo llevan y han llevado desde hace cientos de años.

Ella prometió una especial atención a los cristianos en el momento de la muerte y el privilegio sabatino.

De alguna manera, las promesas están presentes en la fórmula de la imposición del escapulario:

Por los méritos de Santa Maria llévalo sin pecado, que te defienda de toda adversidad y te conduzca hasta la vida eterna (cfr. Breviario Romano de San Pío V, Ad Mat L VI).

San Josemaría decía: Lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. —Pocas devociones —hay muchas y muy buenas devociones marianas— tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. —Además ¡es tan maternal ese privilegio sabatino! (Camino, 500).

Tenemos hoy una oportunidad más de renovar la devoción mariana. Es un buen momento para sacudir la posible rutina que pueda haberse introducido en nuestro trato con Santa María.

Podemos agradecerle estos privilegios espirituales que nos benefician y podemos renovar hoy nuestro aprecio al escapulario.

Te pedimos, Señor, que la gloriosa intercesión de la Santísima Virgen María nos ayude siempre para que, protegidos por su auxilio, logremos llegar hasta el monte carmelo: Cristo tu Hijo y Señor Nuestro (cfr. Or. Colecta de la Misa).

Acudimos a Nuestra Señora del Carmen para que vele por nosotros, para que seamos fieles.

El Papa Juan Pablo II, hablando a jóvenes en una parroquia romana dedicada a la Virgen del Carmen, recordaba en confidencia el especial socorro y amparo que recibió de su devoción a la Virgen del Carmen.

«Debo deciros les comentaba que en mi edad juvenil, cuando era como vosotros, Ella me ayudó. No podría decir en qué medida, pero creo que en una medida inmensa. Me ayudó a encontrar la gracia propia de mi edad, de mi vocación».

Y añadía que la misión de la Virgen, la que se halla prefigurada y «toma inicio en el Monte Carmelo, en Tierra Santa, está ligada a un vestido. Este vestido se llama santo escapulario. Yo debo mucho, en mis años jóvenes, a éste, su escapulario.

«La Virgen del Carmen, Madre del santo escapulario, nos habla de este cuidado materno, de esta preocupación suya para vestirnos. Vestirnos en sentido espiritual. Vestirnos con la gracia de Dios, y ayudarnos a mantener siempre blanco este vestido».

El Papa hacía mención del vestido blanco que llevaban los catecúmenos de los primeros siglos, símbolo de la gracia santificante que iban a recibir con el Bautismo.

Y después de exhortar a conservar siempre limpia el alma, concluía: «Sed también vosotros solícitos colaborando con la Madre buena, que se preocupa de vuestros vestidos, y especialmente del vestido de la gracia, que santifica el alma de sus hijos e hijas» (Juan Pablo II, Alocución 15 enero 89).

Esto nos recuerda que nos tenemos que revestir con la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Revestirnos del hombre nuevo (cfr. Ef 4, 20–23).

Para eso, nos tenemos que llenar o empapar de la vida de nuestro Señor. Tenemos que conocerla y meditarla.

De la mano de la Virgen en la contemplación de los misterios del rosario, o cuidando la lectura del Evangelio a diario.

Por eso el Prelado del Opus Dei, en la carta de este mes nos pregunta: ¿Cómo amas, como cuidas, cómo aprendes de la lectura del Evangelio? ¿Viene a tu cabeza el pensamiento de que esas palabras las ha querido el Señor para tí? ¿Recomiendas esa manera de conocer y de tratar a Jesucristo? (Carta Julio 08).

Toma el Evangelio a diario y léelo y vívelo como norma concreta. Así han procedido los santos. (Forja 754).

La verdadera alegría nuestra que viene precisamente de Cristo que nos la ganó con su encarnación, muerte y resurrección. Seremos felices si le imitamos. Por eso mucho podemos sacar al meditar el Evangelio.

Seremos felices si hacemos lo que hizo Cristo. Es decir, en la medida en que nos entreguemos. Por eso nuestra alegría no es algo superficial. No sólo viene cuando uno está a gusto porque no se presenta dificultades.

La alegría cristiana es distinta.

Junto al Señor nada ni nadie nos la puede quitar.

-¡Señor, la alegría eres Tú. Contigo todo va bien aunque no vaya bien!

Con este vestido del que a lo largo de la vida ha luchado por imitar al Señor es el traje o vestido con el que un día nos presentaremos al banquete de bodas.

«Morir es para nosotros ir de bodas. Cuando se nos diga: ecce sponsus venit, exite obviam ei (Mt 25, 7) -sal que viene el esposo, que viene Él a buscarte-, pediremos la intercesión de la Virgen. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora...y verás a la hora de la muerte! Que sonrisa tendrás a la hora de la muerte! No habrá un rictus de miedo, porque estarán los brazos de María para recogerte» (San Josemaría, 1974).

«No os preocupéis cuando llegue el momento estad tranquilos. Pido al Señor que llegue muy tarde para vosotros, para que podáis ir con las manos llenas de frutos y de flores al encuentro de Dios» (San Josemaría 1972).

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Por eso, Madre, permaneces con nosotros como Madre de la esperanza.

-Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino (cfr. Benedicto XVI, Spes Salvi).
Estanis Mazzuchelli

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