El Señor a veces utiliza medios audiovisuales para hacer más gráfica su enseñanza.
Esto sucedió un día cuando iba andando a Jerusalén y se encontró con una higuera.
La maldijo porque no tenía fruto. Tampoco había muchas posibilidades de que los tuviera.
A los apóstoles tampoco les causó mucha extrañeza que la maldijera.
Sí que se sorprendieron cuando, a la vuelta, vieron que la higuera se había secado de raíz (Mc 11, 11-6: Evangelio del día).
Curioso y anecdótico: Jesús quiere que se les quede grabada esa escena para que se les fijara la fuerza que tiene la fe.
Es como si les dijera: Vosotros podéis hacer esto y cosas mayores si tenéis fe: lo que habéis visto de la higuera es poco.
San Josemaría, al hablar de este pasaje de la vida del Señor, decía que se sentía urgido a aprovechar el tiempo.
Jesús, en aquella ocasión, fue a buscar y no encontró. Solo había apariencia de fecundidad.
«Yo os he elegido del mundo, para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16: Aleluya de la Misa).
Estamos en la Iglesia con una vocación específica y, por el hecho de estar, podemos tener cierta apariencia de fruto.
¿Qué es lo que Jesús encuentra ahora en nosotros? ¿hojas? ¿apariencias cristianas? Quizá tenemos imagen de que somos cristianos.
Pero lo nuestro es aprovechar el tiempo y no sólo quedarnos en la apariencia externa.
Podemos pensar que con los agobios que tenemos, con la cantidad de trabajo acumulado y retrasado, con la cantidad de personas que hemos de ver, en nuestro caso no se puede hablar de perder el tiempo.
Puede ser así, pero no siempre. Una de las enseñanzas que repitió San Josemaría fue que no solo hay que tener ilusión para hacer el bien, sino que hay que aprender a hacerlo.
Antes de entregarnos a Dios, quizá teníamos buenas disposiciones. Lo que ha hecho la formación es orientar esas inmensas ganas de hacer el bien.
Hay que aprender a hacer el bien, y en concreto, hemos de aprender a aprovechar el tiempo.
Hojas ya tenemos. Hace falta fruto. Para acercarnos al Señor nos sirve el trabajo y las cosas que hacemos.
¿Qué nos separa en la práctica de Jesús?: el cansancio, el verano, el carácter de una persona, el encargo que nos dan, etc.
Le sacamos provecho a la mayoría de las cosas, pero puede ser que haya otras que desaprovechemos. Eso hace que nuestro fruto sobrenatural sea raquítico.
En todo esto hay un peligro que disfraza las cosas.
Así como las hojas de la higuera despistaban, la mucha actividad (que en sí es buena) puede confundir. La actividad puede enmascarar enfermedades del alma.
El activismo sobre todo cubre la pereza. Es difícil detectar la falta de amor, la falta de diligencia de una persona activa.
Hemos de pedirle ayuda al Espíritu Santo:
–Danos el don de sabiduría que nos hace conocer a Dios y gustar de Dios.
Nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad las situaciones y cosas de esta vida.
La sabiduría, este sapere, nos hace ver lo que es importante. Porque hay personas buenas, pero despistadas, que tienen una pereza activa.
Hacen muchas cosas aparentes, pero no le dan verdadero gusto a Dios.
En ese viaje a Jerusalén, nos cuenta San Marcos que Jesús «entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos que vendían palomas» (Evangelio del día).
Echó por tierra toda la actividad que se había creado en la casa de su Padre. «Y no permitía a nadie transportar objetos por el templo» dice el texto sagrado.
Eso no le daba gusto al Señor. Era algo que les separaba de Dios.
A Jesús –que está esperando, con hambre y sed, nuestro amor– le damos actividades.
La sabiduría nos quita los agobios para ver lo importante: el amor a Dios y a los demás.
San Pedro, el primer Papa, escribió para que no nos despistáramos:
«Sed pues, moderados y sobrios, para poder orar. Ante todo mantened en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados» (1 Petr 4, 7-13: Primera lectura de la Misa).
Moderados y sobrios también en nuestra actividad, porque sino no le dejaremos espacio a Dios.
No se trata de organizar mucho o poco. De hacer ruido. De triunfar o fracasar humanamente. De escribir mucho o poco.
Lo que nos pide el Señor es el fruto del amor: ese que se consigue haciendo su voluntad.
Nos pide lo único necesario que le dijo Jesús a Marta la administradora.
Aprovechar lo que tenemos: el tiempo, los encargos que nos confían, el papeleo, el insomnio. Todo para que Dios sea glorificado (Cfr 1 Petr 4, 7-13).
–Señor danos la gracia de unirnos a Ti con lo que hacemos.
Todo nos tiene que servir para rezar más. Convertirlo todo en oración. Eso no se da por supuesto.
Aprovechamiento de lo que tenemos, sobre todo de los medios de formación que el Señor confió a San Josemaría para que fuéramos santos.
En esta meditación nos fijaremos solo en uno. Y podemos decir que lo importante no es tenerlo sino aprovecharlo: las charlas semanales de formación.
Don Álvaro decía que le servían muchísimo. Que todas las semanas le ayudaba.
Hay calidad en estas charlas si luchamos en lo que nos dicen.
El secreto es examinarse en esos puntos de los que nos hablan: así nos llenaremos de frutos sobrenaturales o de aburrimiento, dependiendo de nosotros.
Tenemos un medio importante para hacer el bien. No es una charlita piadosa y moralizante, sino que es un modo de descubrir el querer de Dios en cosas menudas.
Queremos que en la Iglesia haya una explosión de santidad. Pues tiene que darse en un salto de calidad en los medios de formación.
Calidad y profesionalidad al recibirlo y al darlo. Para presentar bien la doctrina de Jesús. Y sobre todo preparación sobrenatural.
A la Virgen, Madre de la Iglesia que además de esclava del Señor fue asiento de la sabiduría.
A Ella le pedimos: ¡Esclava y Señora de la sabiduría que gustemos las cosas de Dios para poder agradarle con muchos frutos y poco ruido!
Esto sucedió un día cuando iba andando a Jerusalén y se encontró con una higuera.
La maldijo porque no tenía fruto. Tampoco había muchas posibilidades de que los tuviera.
A los apóstoles tampoco les causó mucha extrañeza que la maldijera.
Sí que se sorprendieron cuando, a la vuelta, vieron que la higuera se había secado de raíz (Mc 11, 11-6: Evangelio del día).
Curioso y anecdótico: Jesús quiere que se les quede grabada esa escena para que se les fijara la fuerza que tiene la fe.
Es como si les dijera: Vosotros podéis hacer esto y cosas mayores si tenéis fe: lo que habéis visto de la higuera es poco.
San Josemaría, al hablar de este pasaje de la vida del Señor, decía que se sentía urgido a aprovechar el tiempo.
Jesús, en aquella ocasión, fue a buscar y no encontró. Solo había apariencia de fecundidad.
«Yo os he elegido del mundo, para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16: Aleluya de la Misa).
Estamos en la Iglesia con una vocación específica y, por el hecho de estar, podemos tener cierta apariencia de fruto.
¿Qué es lo que Jesús encuentra ahora en nosotros? ¿hojas? ¿apariencias cristianas? Quizá tenemos imagen de que somos cristianos.
Pero lo nuestro es aprovechar el tiempo y no sólo quedarnos en la apariencia externa.
Podemos pensar que con los agobios que tenemos, con la cantidad de trabajo acumulado y retrasado, con la cantidad de personas que hemos de ver, en nuestro caso no se puede hablar de perder el tiempo.
Puede ser así, pero no siempre. Una de las enseñanzas que repitió San Josemaría fue que no solo hay que tener ilusión para hacer el bien, sino que hay que aprender a hacerlo.
Antes de entregarnos a Dios, quizá teníamos buenas disposiciones. Lo que ha hecho la formación es orientar esas inmensas ganas de hacer el bien.
Hay que aprender a hacer el bien, y en concreto, hemos de aprender a aprovechar el tiempo.
Hojas ya tenemos. Hace falta fruto. Para acercarnos al Señor nos sirve el trabajo y las cosas que hacemos.
¿Qué nos separa en la práctica de Jesús?: el cansancio, el verano, el carácter de una persona, el encargo que nos dan, etc.
Le sacamos provecho a la mayoría de las cosas, pero puede ser que haya otras que desaprovechemos. Eso hace que nuestro fruto sobrenatural sea raquítico.
En todo esto hay un peligro que disfraza las cosas.
Así como las hojas de la higuera despistaban, la mucha actividad (que en sí es buena) puede confundir. La actividad puede enmascarar enfermedades del alma.
El activismo sobre todo cubre la pereza. Es difícil detectar la falta de amor, la falta de diligencia de una persona activa.
Hemos de pedirle ayuda al Espíritu Santo:
–Danos el don de sabiduría que nos hace conocer a Dios y gustar de Dios.
Nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad las situaciones y cosas de esta vida.
La sabiduría, este sapere, nos hace ver lo que es importante. Porque hay personas buenas, pero despistadas, que tienen una pereza activa.
Hacen muchas cosas aparentes, pero no le dan verdadero gusto a Dios.
En ese viaje a Jerusalén, nos cuenta San Marcos que Jesús «entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos que vendían palomas» (Evangelio del día).
Echó por tierra toda la actividad que se había creado en la casa de su Padre. «Y no permitía a nadie transportar objetos por el templo» dice el texto sagrado.
Eso no le daba gusto al Señor. Era algo que les separaba de Dios.
A Jesús –que está esperando, con hambre y sed, nuestro amor– le damos actividades.
La sabiduría nos quita los agobios para ver lo importante: el amor a Dios y a los demás.
San Pedro, el primer Papa, escribió para que no nos despistáramos:
«Sed pues, moderados y sobrios, para poder orar. Ante todo mantened en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados» (1 Petr 4, 7-13: Primera lectura de la Misa).
Moderados y sobrios también en nuestra actividad, porque sino no le dejaremos espacio a Dios.
No se trata de organizar mucho o poco. De hacer ruido. De triunfar o fracasar humanamente. De escribir mucho o poco.
Lo que nos pide el Señor es el fruto del amor: ese que se consigue haciendo su voluntad.
Nos pide lo único necesario que le dijo Jesús a Marta la administradora.
Aprovechar lo que tenemos: el tiempo, los encargos que nos confían, el papeleo, el insomnio. Todo para que Dios sea glorificado (Cfr 1 Petr 4, 7-13).
–Señor danos la gracia de unirnos a Ti con lo que hacemos.
Todo nos tiene que servir para rezar más. Convertirlo todo en oración. Eso no se da por supuesto.
Aprovechamiento de lo que tenemos, sobre todo de los medios de formación que el Señor confió a San Josemaría para que fuéramos santos.
En esta meditación nos fijaremos solo en uno. Y podemos decir que lo importante no es tenerlo sino aprovecharlo: las charlas semanales de formación.
Don Álvaro decía que le servían muchísimo. Que todas las semanas le ayudaba.
Hay calidad en estas charlas si luchamos en lo que nos dicen.
El secreto es examinarse en esos puntos de los que nos hablan: así nos llenaremos de frutos sobrenaturales o de aburrimiento, dependiendo de nosotros.
Tenemos un medio importante para hacer el bien. No es una charlita piadosa y moralizante, sino que es un modo de descubrir el querer de Dios en cosas menudas.
Queremos que en la Iglesia haya una explosión de santidad. Pues tiene que darse en un salto de calidad en los medios de formación.
Calidad y profesionalidad al recibirlo y al darlo. Para presentar bien la doctrina de Jesús. Y sobre todo preparación sobrenatural.
A la Virgen, Madre de la Iglesia que además de esclava del Señor fue asiento de la sabiduría.
A Ella le pedimos: ¡Esclava y Señora de la sabiduría que gustemos las cosas de Dios para poder agradarle con muchos frutos y poco ruido!
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