sábado, 5 de julio de 2008

EL TROZO DE MÁRMOL (Formación)

–«Señor, ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones» (Sal 24, 17)

Dios está empeñado en que le amemos. Para eso, nos trabaja por dentro, para que ensanchemos el corazón y quitemos lo que estorba, todo lo que no sea Él.

Es curioso ver como una obra de arte sale de un trozo de mármol.

Tan como curioso como ver que, de Pedro, un pescador de un lago de pueblo, pudo salir una obra de arte de las manos de Dios.

Y es explicable porque el Señor es un artista que saca de donde los demás no ven.

De Miguel Ángel cuentan que, al mirar el bloque de mármol, veía la escultura: estaba allí dentro y la tenía que sacar.

Una persona que es realista, cuando ve un trozo de mármol no ve más que eso: solo mármol. Quizá por eso, los genios son siempre positivos.

Los que no son artistas no ven nada, porque no tiene en su cabeza la idea. Les falta lo que quieren sacar de la piedra.

Dios sí tiene la idea: Cristo, el logos del Padre. Y teniendo lo que quiere, es capaz de sacar de un pedrusco una imagen de Cristo.

–Señor, trabaja mi corazón y saca todo lo que estorbe, hasta que me parezca a ti.

El mármol es mármol, pero puesto en manos de un artista ya es distinto.

En la labor de formación, es importante no desaprovechar la materia humana. Todos podemos servir.

Hasta un ladrón y un asesino agonizante puede, en tres o cuatro horas, convertirse en verdadera imagen de Cristo:

transformarse rápidamente gracias a la cruz y a la contemplación de la Humanidad del Señor.

Parecerse a Jesús es una cosa difícil. Lo mismo que es difícil hacer una obra de arte, porque con un martillazo mal dado uno se puede llevar un dedo.

El autor de nuestra santificación, el Espíritu Santo, quiere transformarnos a cada uno, convertirnos.

–«Si no sois mejores que los escribas y fariseos –nos dice Jesús– no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5 20–26)

Muchos años antes, por boca del profeta, Dios dejó muy claro lo que quería:

«Por mi vida –dice el Señor–, no me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva» (Ez 33, 11).

Quiere que cambiemos. Para eso, cuenta con una materia que no es inerte como lo es una trozo de mármol. Nosotros tenemos vida y somos libres.

El Señor no puede hacernos santos sin nuestra colaboración. Y nuestra colaboración depende de nosotros.

Dios necesita que nos dejemos labrar, quitar lo que estorba para sacar su imagen.

Para poder hacer algo nos dice con el profeta Ezequiel: «Quitad de encima vuestros delitos» (Ez 18, 31).

Nos tenemos que dejar formar. No tenemos excusas: ni nuestro temperamento, ni las dificultades del ambiente, ni las personas con las que vivo.

Tampoco esto de la formación depende de que seamos unos voluntas luchadores, porque la obra de nuestra santificación no es nuestra.

Si no somos santos no es por culpa de Dios. Su manera de hacer no es mala. Lo que no funciona somos nosotros (cfr. Ez 18, 21–28).

Se trata de dejarle hacer. No es tanto hago, yo hago, sino hágase en mí.

Contar más con Dios. Hasta que no aprendamos esta lección nuestro parecido con Jesucristo no dejará de ser un boceto.

Pensándolo bien, tenemos muchas oportunidades para formarnos. Somos unos privilegiados por la calidad de la formación que recibimos, y por la forma en la que se nos da.

No solo en determinadas temporadas, nos estamos formando continuamente.

Unas veces con los martillazos que el Señor nos da. Otras, descansando de los golpes en el tiempo de verano, cuando parece que el Señor nos acaricia con la lija. Todo esto es necesario.

Quizá con la lija notamos más la mano de Dios, pero los golpes aceleran el proceso. ¡Todo es bueno! Recibimos una formación de calidad y cantidad.

–Señor, que espere en ti, en tu palabra, en tu acción santificadora.

Dios nos ha colocado en su taller, en un rincón de la casa de José, donde se fabrican santos.
Precisamente la fundamental de nuestras obligaciones como discípulos de Cristo hace referencia a que nos dejemos formar.

Estamos en un taller, en una escuela. Y, precisamente un buen artista se diferencia de otro en que cuida lo pequeño.

Hay muchas imitaciones de la Pietà. Todas se parecen, pero ninguna la supera.

También nosotros podríamos decir que más o menos nos parecemos a nuestro Señor, pero nos faltan algunos detalles para estar acabado.

Hacemos oración como Jesús, pero quizá no acabamos de completar lo pequeño.

Dimos un paso de gigante y pasamos de hacer poco tiempo de oración a hacer una hora. Quizá eso lo conseguimos en un año.

Ahora la cosa no es tan difícil, requiere un toque maestro, pequeño, que nos viene de la mano de la formación.

Lo mismo sucede con la mortificación.

Está claro que tenemos un cierto aire que nos asemeja al Señor, pero todavía nos falta un poquito: el dominio de nosotros mismos. Nuestro carácter puede cambiar.

La imagen de Cristo se intuye en nosotros, pero no está del todo clara.

–Señor, haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo.

Los grandes rasgos se adquieren en los primeros años. Lo que marca la diferencia se hace cada día.

Jesús les pide a los suyos que afinen. No basta solo con no matar, sino que no deben ni siquiera pelearse con su hermano:

«si uno llama a su hermano imbécil tendrá que comparecer ante el Sanedrín».

La formación nos hace afinar. Si nos dejamos, el Señor va dando retoques pequeños pero esenciales.

Y esas cinceladas hacen que algo que es vulgar se convierta en una obra maestra.

Por eso nuestra actitud fundamental debe ser la docilidad, dejarse llevar, conducir. Y esa acción santificadora nos llega de fuera.

Dejarse decir las cosas, gustar la corrección. Nos tiene que agradar desde un punto de vista humano y sobrenatural.

El que huye de la corrección, huye de la sabiduría.

–Señor que recapacite, que me deje golpear.

Los más humildes se consideran unos soberbios.

Y los más sabios –en la sabiduría de Dios–son como esos científicos que escuchan las genialidades de los de 1º de carrera.

En ocasiones los que mucho corrigen quizá se dejan corregir poco, porque la actitud que los domina es la de lo sé todo.

Solo un ignorante puede pensar que lo sabe todo.

–Señor, que no me crea en posesión de toda tu verdad, y que me deje corregir.

Si no somos santos es porque no escuchamos lo suficiente.

Algunos comentan que la pietá es una de la esculturas más logradas de la Virgen: por la finura de su cara, la delicadeza de sus manos, los pliegues del manto…

Nuestra Madre se dejó hacer, por eso salió lo que salió. Por su fiat le llaman la bienaventurada.

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