sábado, 22 de marzo de 2008

NOCHESANTA


Según una antigua tradición, ésta es una noche de vela. Durante esta vigilia la Iglesia aguarda la resurrección del Señor: por eso es una noche de esperanza, una «noche santa» (Pregón Pacual).

La esperanza es lo último que se pierde se suele decir. Porque también, es lo último que se usa.

Cuando todo parece que esta perdido: Jesús muerto, todos huidos o escondidos por puro miedo, en unos segundos, en un momento cambia todo. Ese es el efecto que tiene esta virtud.

Durante la Semana Santa de Málaga estaba un grupo esperando el paso del trono del Crucificado. Uno les recriminó que estuvieran hablando y riendo. Per uno del grupillo les contestó: es que nosotros ya sabemos como termina esta historia.

Al inicio de esta vigilia, el silencio sepulcral que invade todo el Sábado Santo está presente.

La ceremonia se incia a oscuras, las velas encendidas, en silencio, como esperando que sueda o que cambie algo.

De repente, el ritmo se rompe. Las luces se encienden de golpe.

Para muchos es inolvidable este momento cuando asistes a la vigilia en San Pedro. Toda la basílica a oscuras y de repente se ilumina de golpe, como si fuera el flas de las antiguas cámaras de fotos.

Es una noche parecida a aquella de la que nos habla el libro del Éxodo, en la que los hebreos iban a verse libres de la esclavitud de Egipto (Tercera lectura de la Misa: Ex 14,15-15,1).

Estaban de noche esperando para salir como a escondidas, sin armar mucho ruido. Y cuando parecía que estaba todo perdido y que los egipcios les iban a coger, ocurre el milagro del Mar Rojo.

Al sentirse liberados, hubo una explosión de alegría en todo el pueblo de Israel por la proteccion de Dios.

También en nuestro caso ha ocurrido y ocurrirá algo así, por eso decimos con el Salmo (15):

Protégeme. Dios mío, que me refugio en ti. Nuestra esperanza eres Tú, Señor.

Sólo Dios es capaz de convertir una nochebuena en nochesanta: noche de salvación.

Ésta es una noche muy especial. Es como si estrenarámos nuestra fe. De hecho el agua bendita que se pone es nueva, las formas que se consagrarán tambien lo son, y los manteles que se quitaron el Viernes Santo se vuelven a colocar limpios...

Estrenamos nuestra fe, como si fueramos recién bautizado.

Como nos dice San Pablo en su carta a los Romanos (Epistola de la Misa: 6,3–11):

El bautismo supuso para nosotros la resurrección. Por eso se hacía el bautismo por inmersión para significar que fuimos sepultados con Cristo, y luego resurgimos.

Por eso en esta noche renovamos las promesas de nuestro bautismo.

El otro día, estuve dirigiéndome al diablo. Fue con ocasión del bautismo de una sobrina mía.

Una de las partes de la ceremonia consiste en un exorcismo. Y se reza lo siguiente:

Dios todopoderoso y eterno que has enviado a tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal, y llevarnos así, arrancados de las tinieblas, al Reino de tu luz admirable;

te pedimos que este niño, lavado del pecado original, sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él. Por Cristo nuestro Señor.

Moisés también tuvo que hablar con el faraón antes de salir de Egipto. El Mar Rojo, que es símbolo del bautismo dejó atrás al faraon y su poder.

Esta noche, nosotros también renunciamos a satanás.

Nos cuenta el Evangelio de la Misa que nadie esperaba la resurrección del Señor, y eso que Jesús lo había dicho con bastante claridad, y repetidamente.

Pero como vieron tan crudamente la pasión, pensaron que aquello no tenía ya solución. Había sido un bonito sueño y ya está. Se quedaron totalmente a oscuras.

Llegan las mujeres, que son las únicas que habían sido fieles ante el dolor. Bueno también, un adolescente como Juan había estado al pie de la Cruz.

Llegaron María Magdalena, que quería mucho al Señor pero que había perdido la esperanza, y por eso se sorprende de no haber encontrado el cuerpo del Señor.

Pero el Señor puede más que la tragedia más trágica. Convierte la noche en día, lo peor en lo mejor, la duda en fe. Si hace falta divide un mar por la mitad para que pasemos.

La Virgen fue la única que mantuvo la luz de la fe, porque tomó su luz de Jesús, que es el cirio de Pascua.

Ella no se separa en ningún momento de su Hijo, y así pudo mantener la fe en la Iglesia, cuando todo estaba apagado.

Sancta Maria, Spes nostra, ora pro nobis.

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