martes, 3 de junio de 2025

III. EL PADRE PRÓDIGO

 



La parábola, que nos cuenta san Lucas, comienza diciendo: «Un hombre tenía dos hijos» (15, 11). Y este inicio recuerda otras historias de dos hermanos, relatados por las Sagradas Escrituras: la de Caín y Abel; la de Ismael, el hijo de la esclava, e Isaac, el hijo de la libre; la historia de Esaú, el hijo mayor que perdió su primogenitura, y Jacob, el pequeño que la obtuvo con engaño. En otro momento de la predicación de Jesús, aparecen también dos hermanos: uno que dice que quiere cumplir la voluntad de su padre, pero no la realiza; el segundo que se niega, pero luego se arrepiente y la cumple. 


Precisamente los dos dos hijos de la parábola, que meditamos ahora (cf. Lc 15,11-32), actúan con despego con respecto a su padre: uno exteriormente y el otro en su interior. 


El hermano menor parece que es el protagonista, y por eso se le ha llamado la parábola del hijo pródigo, sin embargo también tiene mucha relevancia el mayor. Pero sobre todo llama la atención la actitud magnánima del padre, que desde el principio respeta la libertad del menor para que elija su camino, aunque se imagine lo que hará con ella. 



EL HIJO PRÓDIGO


El hijo pequeño se marcha a «a un país lejano». Se trata de un alejamiento físico, pero también de una ruptura de la relación; desde luego no acepta o no se fía del plan de vida que le prepone su padre, y en la práctica actúa como si ya hubiera muerto para él. 


No pretende someterse a ningún precepto, a ninguna exigencia, a ninguna autoridad: busca libertad sin ningún freno. Quiere ser feliz a su manera, vivir para sí mismo y sentirse totalmente autónomo. Su meta es divertirse y disfrutar de la vida al máximo.


Y así acaba derrochando su herencia. Porque el que entiende la libertad como hacer lo que le viene en gana, no vive en la verdad, se engaña a sí mismo. Porque esa falsa autonomía de ir a lo nuestro, conduce a la esclavitud. Todo esto recuerda el alejamiento actual con respecto a Dios, que también es un alejamiento con respecto a los demás.


La palabra griega usada en la parábola para designar la herencia derrochada, en el lenguaje de los filósofos de la época, es la de «sustancia», naturaleza. 


El hijo perdido desperdicia su «naturaleza», se desperdicia a sí mismo.


Primero vive feliz: parecía haber conseguido lo que pretendía, no le faltaba de nada, ni echaba de menos a su padre. 


Y al final se gastó todo. Y él, que era totalmente libre, se convierte en un esclavo que se dedica a cuidar cerdos. 


Para los judíos el cerdo es un animal impuro; ser cuidador de cerdos sería el mayor empobrecimiento al que se pudiera llegar.


La historia del hijo pródigo es la historia de cada uno de nuestros pecados, cuando desconectamos de Dios y queremos vivir en la práctica como si Dios no existiera. 


Al principio, quizá, nos puede parecer que vivimos con una gran carga menos. Pero llega un momento, antes o después, que nos encontramos igual de desgraciados que el hijo pródigo, solos.


Entonces recapacitó» (Lc 15,17), dice Jesús en la parábola. Le llegó la hora de enfrentarse a lo que había hecho. La  situación  era  que  se 

encontraba en extrema necesidad: esto es lo hace que reaccione. No solo vivía alejado de su padre, sino que él mismo no se reconocía, tanto había cambiado para mal.


Pero lo importante es que recapacita. Y quizá más tarde, es capaz de pensar en la alegría que le daría a su padre al volver. Toda conversión es un retorno. 


Es en el interior donde el hombre encuentra la idea de volver a nuestro Padre Dios. Por eso es tan importante escuchar la voz de la conciencia, que nos habla con facilidad en la oración. Ahí es donde meditamos, recapacitamos.


El discursito que preparó para decirlo nada más llegar, es expresión de que él quería recorrer el camino físico hacia su casa, pero sobre todo la expresión de su vuelta interior, de su con-versión: su vuelta a lo que era. 


También es es lógico que cada uno de nosotros nos planteemos «ser lo que yo soy», no simplemente «ser lo que yo hago». Pero de cualquier forma, toda conversión implica una purificación interna, que no está exenta de sufrimiento.


EL PADRE PRÓDIGO 


La palabra «pródigo» hace referencia a una persona que desperdicia sus bienes, pero también se dice del que da con generosidad, con magnanimidad. De esta segunda manera es Dios, un Padre pródigo en Amor. El hijo menor de la parábola era pródigo, pero sobre todo era pródigo su padre, aunque de distinta manera. Así es Dios. Aunque hay personas que le tienen miedo, porque le ven exigente, justo, perfecto…


Pero Jesús que es la Imagen del Padre, su Expresión humana, como le dijo Jesús a Felipe (cf. Jn 14, 9), en su vida terrena, es pura amabilidad, perdona siempre, y por su puesto nunca se venga.


Precisamente la omnipotencia de Dios se demuestra en sumo grado con la misericordia: el padre de la parábola de Jesús sale al encuentro de su hijo.


Y después de escuchar su confesión, la grandeza de alma  del  padre, su  prodigalidad,  le lleva a alegrarse tanto que prepara una fiesta y manda traer para su hijo el mejor traje. Es el traje de la Gracia, que el hombre perdió con el pecado de Adán.


La fiesta es la Eucaristía en la que se anticipa el banquete eterno…


Ya se ve que lo esencial de esta parábola es la figura del padre. Representa a un Dios que tiene corazón y se le remueven las entrañas (cf. Oseas 11, 8ss); palabra expresada en el Evangelio con la imagen del seno materno, porque Dios aunque es Padre, tiene también la ternura de una madre de la tierra.



EL HIJO MAYOR


Pero el hijo mayor no considera justo que a ese holgazán que había malgastado toda su fortuna, que en realidad era la de su padre, además se le reciba con una fiesta espectacular, sin que haya pasado por ningún tiempo de prueba.


Es difícil que podamos entender a Dios, porque su Amor supera todas nuestras expectativas. Lo que hace el padre se contrapone con la idea que el hijo mayor  tiene  de  justicia. Una vida de trabajo como la suya, no parece suficientemente valorada si se la comparara, con la sucia vida de su hermano.


Por eso la amargura invade el alma del hijo mayor (cf. 15, 29). Su padre le habla de misericordia, pero por su parte solo ve injusticia. 


Entonces se descubre que también él había deseado una libertad sin límites, que había resentimiento  en su obediencia y que no conoce la suerte de estar en casa de su padre: la grandeza de ser su hijo (cf. 15, 31).


Con esta parábola se habla al corazón de los fariseos y de los expertos en la Ley, que se indignaban por la misericordia que Jesús tenía con los pecadores (cf. 15, 2). 


Y la actitud de Jesús se identifica con la del padre de la parábola, porque en realidad él es la Imagen de su Padre.


El padre de la parábola no pone en duda la fidelidad del hijo mayor. Ni tampoco Jesús minusvalora a los que cumplen la Ley, en la que se manifestaba la fidelidad a Dios.


Pero Jesús alude al peligro de que esos «cumplidores» se sientan en regla con Dios, por el hecho de realizar una serie de prácticas  externas. Como si el trato con Dios fuese una cuestión jurídica. 


Dios es algo más grande que nosotros. Todos sus hijos nos tenemos que convertir a su Amor. Pasar de la Ley a la Misericordia.


También en la actitud del hijo mayor se aprecia una cierta frustración por la obediencia prestada, y envidia de lo que su hermano pequeño se ha podido permitir. Desde luego no ha comprendido lo que significa realmente la libertad, porque la ve como una servidumbre. 


Por eso necesita recorrer, como hizo su hermano menor, un camino de purificación. 


Necesita comprender el amor de su padre. Y solo lo hará si acepta la fiesta, organizada por la vuelta de su hermano, como si fuera también la suya.


Esta parábola también nos habla a los que estamos junto Dios, para que estemos contentos con él. Y si verdaderamente comprendemos nuestra filiación divina, la perfección que Jesús nos pide a los cristianos es que seamos misericordiosos como nuestro Padre del cielo es misericordioso.



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LUCAS 15


11También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; 12el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. 13No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. 14Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. 15Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. 16Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. 17Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. 18Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; 19ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. 20Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. 21Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. 22Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; 23traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, 24porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. 25Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, 26y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. 28Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. 29Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; 30en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. 31Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».







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