«¡Salve, Madre, santa!, Virgen, Madre del Rey» (Antífona de entrada de la Misa). Así saludan los cristianos a la Madre de Dios en esta noche.
Nosotros hemos querido celebrarla junto al Señor, a la puerta del Sagrario.
Queremos que el Señor nos «bendiga y proteja» (Nm 6, 24: primera lectura de la Misa).
Y por eso le repetiremos en el Salmo de la Misa, y lo hacemos también ahora, de la mano de la Virgen, porque hoy es su fiesta:
–Madre, «el Señor tenga piedad y nos bendiga» (Sal 66, 2).
El Señor nos bendice, especialmente cuando recibimos en la Comunión, y ahora que estamos haciendo oración.
Nuestro Señor nos bendice siempre a través de su Madre. María –como Ama de la Casa de Dios– es la Administradora de su Despensa.
Por Ella Dios tiene Humanidad. Tenemos la suerte de que Dios pueda ser un Amigo que tiene los mismo intereses que nosotros, porque es Hombre, y habla nuestro lenguaje.
«En distintas ocasiones habló Dios a nuestros Padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» Así dice el Aleluya de la Misa de hoy.
Dios nos habla. Y su voz es humana. Si queremos ir al Señor hemos de utilizar este camino. Por eso dice Teresa de Jesús:
«Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino»
EL SOL
Jesús es el Sol que nace de lo alto. Por eso le pedimos que «ilumine su rostro sobre nosotros» (Sal 66,2: Responsorial de la Misa).
Y Dios tiene rostro humano porque ha «nacido de mujer» (Ga 4,4: segunda lectura de la Misa) en la Persona del Hijo.
Por eso para llegar a Dios es necesario pasar por la Humanidad del Señor. Esto es lo que han experimentado los santos:
«He visto claro que por esta puerta hemos de entrar» repetía insistentemente Teresa de Jesús.
«Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita».
La Iglesia en la Misa de hoy, antes de recibir el cuerpo de nuestro Señor, dice:
«Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre» (Hb 13,18).
Por eso los santos repiten:
«Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes».
Y para llegar a Jesús el camino más corto es María.
IR A JESÚS A TRAVÉS DE MARIA
Nos cuenta el Evangelio que las personas que se le comunicó la venida del Señor «fueron corriendo» a ver a Jesús «y encontraron a María» (Lc 2,16: Evangelio de la Misa).
Hemos de ir a Jesús por María. Ella es su Madre, la Madre Dios. Éste es el principal título de la Virgen.
Vamos a repetírselo porque es la mejor alabanza que le podemos decir, como le han dicho los cristianos desde hace siglos:
–Santa María, Madre de Dios.
Vamos a decírselo con como un piropo, con chulería: Ma-dre de Di-os.
Cuentan de una señora mayor que vivía en el mismo bloque que su hija, pero en el piso de abajo.
Por eso se oía como la abuela tenía puesto el video, y por enésima vez estaba viendo «Casablanca».
La nieta, cuando pasó un rato, y ya no se oía, fue al piso de la abuela, porque tenía curiosidad por ver esa película en blanco y negro.
Y cuando bajo se encontró a su abuela –que a los veinte años se parecía a Ava Gardner– con el rosario en la mano.
La chica le preguntó: –¿Es buena la película, de que trata?
La abuela le dijo: –Ingrid Bergman y Humphreid se conocen en París. El amor que nace entre los dos está muy unido a una melodía que escuchan en esa ciudad...
–No me lo cuentes, dijo la nieta.
Y siguió: –Abuela, ¿no te resulta pesado rezar el rosario?
Doña Pilar se levantó de la butaca: –Mira te voy a enseñar una cosa.
De una caja de lata, vieja, de Colacao, donde guardaba las fotos antiguas de su marido, del viaje de novios, y la primera del libro de familia.
De allí sacó una foto. Era de un cuadro antiguo. Se veía a San José muy joven, tocando el laúd, y a María asomada a una ventana baja, llena de macetas, oyendo la serenata con una sonrisa.
Y en el cielo, separado de la Tierra por nubes, muchos ángeles, de pie, aplaudiendo.
–Mira, una foto de cuando los dos eran novios.
–¡Qué gracia!, dijo la nieta.
–Abuela, ¿tú no te distraes rezando el rosario?
–Fíjate en unas palabras. Y subráyalas. Dilas como si fuese un piropo: bendita tú eres, en-tre to-das las mu-je-res.
Y terminó diciéndole a la nieta, mientras miraba aquella foto de los dos Novios:
–Imagínate que esas cosas se las dices, de parte de San José.
Pues vamos a repetirle hoy a la Virgen, el mejor piropo.
LA MADRE DE DIOS, PUERTA DEL SOL
La Iglesia quiere que celebremos hoy esta solemnidad.
Así empezamos el año dándonos prisa por llegar hasta la Humanidad del Señor, llevados de su mano.
Por eso le decimos: –Eres la Puerta del Sol que nos ha nacido.
Por donde ha pasado Dios desde el cielo a la Tierra.
Dicen los teólogos que Dios podría haber hecho un mundo mejor, pero que no podría haber hecho una Madre mejor: no sé exactamente porque pero nos lo dice el corazón.
Dios no puede hacer una Madre mejor de la que ha hecho. María roza lo infinito, si pudiéramos habla así.
Nos mueve el cariño: sobre María los piropos nunca son suficientemente grandes. Y además como dice el poeta a las palabras de amor le sientan bien su poquito de exageración.
Pero no es exagerado lo que hablamos de María, siempre nos quedaríamos cortos: nunca es bastante.
El Evangelio de la Misa de hoy nos dice que Ella, «conservaba» todas las cosas que le sucedían a su hijo, las guardaba «en su corazón».
Todas la miradas del Señor las tenía guardadas su corazón de Madre. Especialmente conservaba con más afecto las miradas más necesitadas de su Hijo.
San Josemaría nos habla de las miradas de Jesús a María, el encuentro de la Madre con su Hijo en un momento muy duro.
Es la IV estación del Vía Crucis: el encuentro de Jesús con su Madre, la mirada que cruzaron durante un segundo, el segundo que ha durado más siglos.
La mirada más completa, y podíamos decir más necesitada de afecto que Dios ha lanzado.
«Ha esperado Jesús este encuentro con su Madre. ¡Cuántos recuerdos de infancia!: Belén, el lejano Egipto, la aldea de Nazareth».
Vamos nosotros a meternos en el corazón de la Virgen. Que como todas las madres guarde en su interior las instantáneas de la vida de sus hijos.
Como la abuela que guardaba en la caja de lata de Colacao esos recuerdo en papel Kodak, la Virgen también guardaría esas instantáneas:
El primer lloro de Jesús, la Palabra de Dios que llora en Belén.
El lejano Egipto: Jesús que empieza a andar a la sombra de las pirámides, o cuando se le cayó el primer dientecillo, y vino el ratón Pérez.
Y la aldea de Nazareth: Jesús –que cada vez se parece más a su padre– y va ya a ayudar en la carpintería.
Y cuando empieza a despuntarle el bigotillo, entrando en la adolescencia, y le salió el primer gallito al hablar: cómo sonreirían María y José.
Se va haciendo mayor, y cada día es más bueno.
« ¡Cuántos recuerdos de infancia!» dice San Josemaría.
También la Virgen, que es nuestra Madre, tiene guardadas nuestras fotos porque para Ella, nosotros somos Jesús, que va creciendo.
« ¡La necesitamos!... en la oscuridad de la noche, cuando un niño pequeño tiene miedo grita: ¡Mamá!
Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón: ¡Madre, Mamá, no me dejes!»
Vamos a repetírselo también nosotros con el corazón. Porque todavía, quizá seguimos con nuestros miedos: quizá no el miedo a la oscuridad. Pero puede pasarnos que todavía seguimos teniendo miedo a sufrir.
Nos sigue horrorizando pasarlo mal, y no queremos pasar por el pasillo oscuro de las humillaciones, nosotros que pensamos que nacimos para triunfar, y que los demás nos admiren.
En este año que comienza hemos de ir a Ella y decirle ya desde el primer momento: «¡Madre! ¡Mamá! no me dejes».
Me ha recordado a una bonita canción dedicada a una madre...https://youtu.be/evmf6IeXIzM
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