«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1: primera lectura de la Misa de medianoche).
Y eso que profetizó Isaías se cumple hoy: nosotros que caminamos en este mundo hemos visto una luz maravillosa. Esa Luz es Cristo.
Jesús es la luz de nuestros ojos. Como dijo el poeta:
«veante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para ti quiero tenellos»
LUZ DE LUZ
Celebramos que esta noche la Virgen ha dado a luz a la Luz.
La Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, se ha encarnado. Es Dios que procede de Dios, Luz que procede de la Luz, como decimos en el Credo.
Verdaderamente Dios Padre, puede decir a Jesús: «Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal 2: antífona de entrada de la Misa de medianoche)
Pero esto es valido siempre, porque Jesús es el Hijo de Dios que está siendo engendrado en el hoy eterno.
Dios Padre continuamente está entregándose a Dios Hijo, lo está engendrando. Y Dios Hijo corresponde continuamente a ese amor con la misma generosidad, no quedándose nada.
Por eso Isaías da en el clavo cuando dice que hoy hemos visto «una luz admirable». Precisamente hoy Dios ha querido revelarse, mostrarse a los hombres de una forma que el hombre entiende.
DIOS SE HA ENPEQUEÑECIDO
Dios ha querido hacerse hombre para que lo escucháramos mejor. Y ha nacido débil, como nosotros nacemos.
El Grandioso que se hace diminuto. Para que nosotros comprendamos el Amor que Dios nos tiene: para eso se pone a nuestra altura, mejor dicho se pone a nuestra bajura.
Ya nadie podrá decir que es difícil conocer a Dios. Porque hasta el más ignorante puede contemplar el cielo en la tierra.
ASOMAR NUESTRA CABEZA
Hemos de utilizar la cabeza para fijarnos. Pensar en un Dios que se hace pequeño.
Decía un pensador inglés que «el sabio es quien quiere asomar su cabeza en el cielo».
Esto es lo que nosotros deseamos esta noche: contemplar a Dios.
Quizá nos desconcertará ver al Creador del universo entre dos animales. Es imposible entenderlo: porque el amor de Dios sólo se puede admirar, el hombre es imposible que lo abarque.
Decía el inglés: «El sabio es quien quiere asomar su cabeza al cielo; y el loco es quien quiere meter el cielo en su cabeza».
Hoy reza la Iglesia: «Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera, concédenos» llegar al cielo, y allí ver el «esplendor de su gloria» (Colecta de la Misa de Medianoche).
BUENANOCHE
Hoy la Iglesia no solamente nos propone rezar con palabras nos dice que cantemos al Señor, y si es posible «un cantico nuevo» (Sal 95,1: responsorial de la Misa de medianoche)
Un sacerdote desde Guatemala me escribe como se preparan allí para la Navidad.
«Cuatro niños llevan en andas unas imágenes de S. José, y de la Virgen, embarazada de nueve meses. La gente se divide en dos grupos.
Un grupo se mete en una casa del pueblo, cerrada a cal y canto. Y otros están fueras con las imágenes de José y María.
A esto se le llama una “Posada”. Tradición de muchos sitios de América que principio se desde 9 días antes de Navidad.
Os copio lo que iban cantando y respondiendo:
–En el nombre del Cielo os pido posada, pues no puede andar ya mi esposa amada.
–Aquí no es mesón sigan adelante yo no puedo abrir no sea algún tunante.
–Venimos rendidos desde Nazareth, yo soy carpintero de nombre José.
–No me importa el nombre Déjenme dormir pues ya les digo que no hemos de abrir.
–Mi esposa es María es reina del Cielo y madre va a ser del Divino Verbo.
–Tu esposa es María, eres tú José: entren peregrinos, no les conocía.
(Se abren las puertas, y entran todos cantando)
–Entren santos peregrinos, peregrinos reciban este rincón, que aunque es pobre la morada, la morada, os la doy de corazón.
Luego como ya os podéis imaginar más villancicos, ponche (fruta en almíbar hervida en agua y esta vez sin alcohol), pastas … y frijoles en grandes abundancia.
San Lucas nos cuenta en el Evangelio de la Misa del Gallo que la Sagrada Familia «no tenían sitio en la posada» (2,7).
Y por eso estos guatemaltecos quieren darles hoy posada con alegría, aunque no haya alcohol.
El sacerdote guatemalteco me habla de que allí al alcohol se le llama “piquete”, y que, comúnmente es ron lo que allá se produce en abundancia.
Hoy vamos a inaugurar un nuevo villancico: cantaremos al Señor con ilusión nueva.
Hay un libro que trata sobre el desamor, sobre la tibieza, que se titula así: Donde duerme la ilusión.
La ilusión, eso que es tan propio de los soñadores, y también de los borrachos.
Hemos de pedirle a la Virgen que nos de su ilusión. A ella que está llena de gracia le decimos que queremos llenarnos de ese vino maravilloso que es el Amor de Dios:
–Dame la bota María que me voy a emborrachar.
Los cristianos estamos alegres, no con una alegría etílica, que da una comida de empresa. Estamos alegres por el regalo que nos ha hecho Dios.
EL REGALO ESENCIAL
El sacerdote de Guatemala contaba que al final de la misión que realizó en un poblado de inditos.
«Al final reparto de los regalos: muñequillos de plástico, pistolas, algún cochecito… Aunque hicieron grupos por edades y sexos aquello fue la debacle, se quería meter todos en la furgoneta por si quedaban más regalos.
Y aunque era uno por niño, todos decían tener un hermano no sé donde...
Todos los regalos iban envueltos en papel de regalo (nuestro tiempo nos llevó), pero la ilusión de abrirlos duraba poco: lo hacían de una vez».
Santo Tomás que era un sabio decía que el Amor es «el regalo esencial».
Por definición el amor es un regalo que se nos hace sin merecerlo. Y además de que la esencia del amor es que sea un regalo.
También podemos decir que el mejor regalo, el regalo por esencia es el amor.
Un poeta expresando en qué consiste lo que nosotros llamamos un regalo. Dice que es: «Símbolo puro, símbolo de que me quiero dar»
Y sigue: «Qué dolor, separarme de aquello que te entrego y que te pertenece sin más destino ya que ser tuyo, de ti, mientras yo me quedo en la otra orilla, solo, todavía tan mío».
Y termina diciendo, lo que desearían todos los enamorados al hacer un regalo:
«Cómo quisiera ser eso que te doy y no quien te lo da».
Pues eso que los hombres de todos los tiempos desean y no pueden conseguir, el Señor lo ha hecho.
San Pablo nos habla de «la aparición gloriosa del gran Dios» (Tt 2,13: segunda lectura de la Misa de medianoche). Hemos abierto el regalo y nos hemos encontrado con sorpresa que lo que el Señor nos ha regalado no es un símbolo de su amor, sino que se nos entrega Él mismo.
LA MEJOR NOTICIA
«Os traigo una buena noticia, una gran alegría: nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11: Aleluya de la Misa de medianoche).
El ungido de Dios, el Mesías, el Salvador, sería el mismo Señor, que se ha hecho hombre.
Por eso Jesús lleva ese nombre: significa Dios que salva.
No ha enviado a un mensajero para salvarnos sin que ha venido en la Persona de su Hijo. Y San José no fue su padre según la carne porque ya tenía un Padre.
NACIDO PARA SALVAR
«La Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria» Esto que dice San Juan (1,14) y la Iglesia lo recita esta noche como antífona de comunión, lo hemos querido hacer en la meditación.
El Hijo de Dios se ha hecho carne y nosotros estamos aquí contemplando esta maravilla.
Pero no sólo ha venido sólo para que nos sorprendamos con alegría. Ha venido para salvarnos. Por eso terminamos rezando:
«A cuantos celebramos rebosantes de gozo el misterio de Cristo, concédenos, Señor, la gracia de vivir una vida santa y llegar así un día a la perfecta comunión con Cristo en la gloria» (Oración después de la Comunión de la Misa de medianoche).
Y terminamos con la letra de un Villancico manchego: «¡A San José y la Virgen, felicidades y enhorabuena!».
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