viernes, 22 de mayo de 2020

PEDRO




El pescador

Después de la Resurrección del Señor los apóstoles volvieron a Galilea. Y algunos estaban con Pedro a orillas del Mar de Tiberíades,  un lago lleno de recuerdos para ellos... Ya hacía años que mientras estaban faenando allí, el Señor les dijo que habían sido elegidos para ser pescadores de hombres.

Y ahora, pasado el tiempo, en ese mismo lago, Jesús haría su ultimo milagro. Y, lo mismo que el primero, realizado en Caná, este sería también en Galilea.

En la primera ocasión no había vino; en esta última no había pescado. En las dos circunstancias nuestro Señor formuló un mandato: en Caná, que fueran a llenar las tinajas; ahora en el lago que echaran las redes. En uno y otro caso el resultado fue abundancia de vino y abundancia de peces.

En Caná sabemos que seis tinajas de agua se llenaron de vino. En el lago las redes estuvieron repletas. Así actúa Dios siempre, a lo grande: la magnanimidad es una de las formas de su Amor. Por eso los grandes santos siempre se han destacado por su “alma grande”, magnánima.

También por eso nosotros los cristianos estamos llamados a hacer grandes cosas por los que tenemos a nuestro lado. Hay personas buenas, muy organizadas que carecen de tiempo para hablar con los demás y así es muy difícil hacerse amigos de las personas que nos rodean. Haciendo oración vamos a pedir eso: un alma grande para dedicar tiempo, con mucha generosidad, a las cosas de los que viven con nosotros.

Los apóstoles que se encontraban pescando esta vez eran: Pedro, nombrado, como siempre, el primero; a continuación se menciona a Tomás, quien después de haber confesado que Jesús era el Señor y Dios (Señor mío y Dios mío). Pues ahora permanecía junto al jefe de los apóstoles.

Y también estaba Natanael de Caná de Galilea; lo mismo que los Zebedeos, Santiago y Juan; y otros dos discípulos de los que no conocemos sus nombres. Podemos imaginarnos que somos tú y yo los que estamos presenciando aquello.

Una diferencia con respecto a la primera pesca milagrosa es que entonces, algunos apóstoles tenían barca propia ahora estaban en la de Pedro.

Y como siempre Simón tomó la iniciativa y dijo a los otros: –Yo voy a pescar. Le dicen: nosotros también vamos contigo. Y sucedió que estuvieron faenando toda la noche, pero no pescaron nada. Y al clarear, vieron a Jesús en la playa pero lo reconocieron. Eran la tercera vez que se acercaba a ellos como un desconocido. Aunque estaba lo suficientemente cerca de la playa para dirigirse a Él, no lograron reconocerle: ni a su persona ni a su voz, tan envuelto en la gloria estaría su cuerpo resucitado.

Pues igual nos sucede a nosotros, que nos encontramos también en la barca de Pedro, y no vemos ni la figura ni la voz de Jesús. Es importante que aprendamos a escuchar a Dios y verle en las circunstancias de nuestro día, de esta situación que estamos viviendo.

Para eso están las prácticas de piedad para descubrir a Jesús que pasa a nuestro lado. Si a pesar de todo esa inversión de tiempo no logramos tener presencia de Dios es que algo sucedería. San Josemaría hablaba de cómo a veces la vida de piedad se convierte un armatoste (Surco, punto 652), que en vez de ayudar estorba.

Pues, en aquella ocasión nuestro Señor les preguntó a esos apóstoles que intentaban pescar, pero que no lo conseguían: –¿Tenéis algo que comer? Le respondieron: –No. Y Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontrareis (Jn 21, 5 ss).

Los apóstoles, debieron de acordarse más tarde de que Jesús ya les había mandado en otra ocasión echar la red en el agua, aunque antes no había concretado si a la derecha o a la izquierda de la barca. En aquel momento nuestro Señor estaba en la barca, ahora se encontraba en la playa. Como para significar que habían terminado para él las agitaciones del mar de la vida, porque ya había muerto y resucitado.

También nos puede parecer a nosotros que el Señor se encuentra lejos de nuestras preocupaciones. Sabemos que no es así: pues aunque está en el cielo, se interesa por nuestros asuntos y nos da indicaciones para resolver lo que tenemos entre manos. Son aveces indicaciones precisas: a la derecha. Lo nuestro consiste en escuchar la voz que nos llega de Dios. Pero Él no nos ahorra ningún trabajo.

Pues los apóstoles obedeciendo la voz de ese desconocido, y que en realidad era un mandato divino, tuvieron tanta suerte en el trabajo, que les era imposible sacar la red debido a la gran cantidad de peces que había atrapado.

En el primer milagro de pesca las redes se rompieron, y Pedro, asustado ante aquel hecho prodigioso, dijo a nuestro Señor que se apartara de él, porque era un pecador: aquella abundancia le hizo darse cuenta de su propia pequeñez.

Eso puede suceder en nuestra vida: sentirnos avergonzados ante las gracias que recibimos de Dios.

Sin embargo en esta pesca milagrosa la cosa ocurrió de otra forma. Fue Juan quien descubre a Jesús, y por eso dijo: –Es el Señor (Jn 21, 7). Cuantas veces a lo largo de nuestra vida, alguien que está a nuestro lado nos indica que es Jesús quien nos está ayudando. Y quizá nosotros afanados con lo que tenemos entre manos no nos habíamos dado cuenta. Seguramente esta sea la labor de la auténtica dirección espiritual, indicar que es el Señor quien nos habla.

Tanto Pedro como Juan seguían teniendo el temperamento de siempre. En este momento Juan fue el primero en ver desde la barca al Señor, y Pedro fue el primero en lanzarse. Desnudo como estaba en la barca, se ciñó rápidamente la túnica y recorrió a nado la distancia que le separaba del Maestro.

Y Juan, el discípulo de la caridad, indudablemente poseía mayor conocimiento espiritual: porque el amor ve mucho. Y Pedro tenía más iniciativa, por eso su fe le lleva a actuar con prontitud. Tenía ese temperamento pero se había potenciado por la fe.

Juan, estuvo muy cerca del corazón del Señor en la última cena. Ahora también era el primero en reconocer  que Él estaba en la playa.

Quizá esto es lo que suele pasar con la gente con la que vivimos: somos muy distintos, nada más hay que vernos. Somos distintos pero todos nos necesitamos. La variedad en la práctica no es ningún inconveniente. Ya lo decía el filósofo: en una organización donde todos piensan lo mismo, nadie piensa nada.


En una ocasión que Jesús caminaba sobre las aguas en dirección a la barca, Pedro no pudo aguantarse y le pidió a Jesús que le dejara caminar sobre las aguas para acercarse a Él. Y ahora, en este momento, nadaba hacia la playa, después de ceñirse la túnica por respeto al Señor. Podríamos decir que Pedro era muy impulsivo, lo que no podemos decir es que no fuera delicado. Eso no.

Hay gente muy impulsiva y tiene que aprender la delicadeza. Pedro quizá  aprendió al tratar a Jesús. Por eso si nos faltase finura en el trato tendríamos que plantearnos hacer mejor la oración, porque es una manifestación de nuestro trato con Dios.

Pedro se lanzó al agua. Y los otros seis permanecieron en la barca y al llegar vieron fuego encendido, un pescado puesto a asar y pan que les había preparado Jesús. El Hijo de Dios estaba preparando una comida para sus pescadores. Esto resulta un tanto curioso, que la máxima autoridad que ha existido sea la que más sirva. La máxima autoridad no es la que manda que otros le sirvan sino que Él sirve.

Ya lo había hecho en la carpintería de Nazaret, ahora también lo hace una vez que ha resucitado. Se vuelve a cumplir que lo que decimos nosotros es menos importante que lo que hacemos.

Porque las mejores influencias sobre los demás se producen sin darnos cuenta. Normalmente nuestra vida ayuda a los demás sin que lo busquemos expresamente, influimos de forma inconsciente. Por supuesto, un medio de formación ayuda, pero mucho más la actuación. Cuando observamos: –Ay va, se preocupa de mí. Eso se clava en el alma.

Después de haber sacado la red y contado los ciento cincuenta y tres peces, se convencieron de que se trataba del Señor. Recordarían que Jesús les había llamado pescadores de hombres, y la pesca  abundante de ahora simbolizaba a los que, con el paso del tiempo, serían introducidos en la Iglesia. Ahí estamos nosotros en la barca de Pedro que aunque pase por muchas contrariedades nunca se hundirá.

El pastor

Jesús que se había llamado así mismo el Buen Pastor, Yo soy el Buen Pastor, le iba a dar a Pedro el poder de gobernar a todos los cristianos. La escena tuvo lugar después de haber comido. Qué humano es Dios. No quiere tener la conversación con el estómago vacío, sino cuando uno ya está más tranquilo.

Igual pasó cuando les dio la Eucaristía, lo hizo después de cenar; y el poder de perdonar los pecados después de haber comido con ellos. Es curioso que el Evangelio detalle esas cosas, pero no nos debe extrañar porque Dios es más humano que nosotros.

Pues también ahora, una vez que ha compartido el pan y el pescado tuvo la conversación con Pedro y le pidió la triple afirmación de su amor. Y es que en la Iglesia, la manifestación del amor debe ir por delante del ejercicio de la autoridad. Si uno tiene la obligación de mandar, lo primero que tiene que hacer es amar. Porque sin amor la autoridad se va convirtiendo en tiranía con el paso del tiempo. Por eso el Señor le pregunta: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que estos? (Jn 21, 15).

Pedro que había presumido de amar mucho al Maestro, diciéndole: Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo nunca me escandalizaré (Mt 26, 33). El impulsivo Pedro... Ahora Jesús le pregunta llamándole Simón hijo de Juan, que era su nombre original. De esta manera el Señor le recuerda su pasado. Cuando era un hombre puramente natural, cuando vivía más de acuerdo a la naturaleza que a la gracia.

Pues también nos podría ocurrir a nosotros cuando llenos de suficiencia, porque hacemos prácticas de piedad, no viviéramos de acuerdo a lo que rezamos. En ocasiones la falta de unidad de vida puede venir por estar tranquilos con el plan de vida que llevamos. Es muy natural que el cumplimiento sin amor, a los que nos rodean lleve al cumplo y miento. El cumplimiento no sirve para amara a Dios si vamos cada uno a lo nuestro.

En respuesta a la pregunta que Jesús le hizo sobre si le amaba, Pedro dijo: –¡Señor, tú sabes que te quiero! Y entonces el Señor le contesta: Apacienta mis corderos (Jn 21, 15).

En el texto original griego, la palabra que Jesús utilizó para indicar el verbo amar no era la misma que empleó Pedro en su respuesta; la palabra de Pedro indica un sentimiento más bien humano. Quizá desconfiaba ya de si mismo y por eso  afirmó solamente un amor natural.

Y Jesús, por su parte, hace del amor la condición para el gobierno. Por eso añade después de oír la contestación positiva de Pedro: –Apacienta mis corderos.
Esa es la condición, que pone Jesús: si uno no ama en la práctica, que se dedique a otra cosa,  pero no a trabajos de formación y dirección en la Iglesia.

Pedro, un hombre que había caído muy bajo y, el que más había aprendido su propia flaqueza, sería el mejor capacitado para fortalecer a los débiles y gobernar.

El hecho de tener miserias muchas veces nos hace compresivos con los demás. Es eso lo que le sucedió a Pedro. Aunque si no hay humildad, si no hay verdad, puede que nuestros fallos nos endurezcan, y nos hagan críticos, con una doble vara de medir como hacían aquellos que veían una paja en el ojo ajeno y no veían una viga en el suyo.

Nuestras debilidades deben hacernos compresivos no críticos, y si no fuese así, tendríamos que ver cómo vamos de humildad.

Pero en todo caso las decisiones de Dios son inmutables: si nos ha elegido nos ha elegido para siempre. Dios no cambia.  Son las decisiones nuestras las que fluctúan, por eso las negaciones de Pedro no había cambiado la decisión de Jesús. De ese que tenía miserias iba a hacer de él la Roca de la Iglesia.

Por eso le dijo por segunda vez: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le dice: ¡Sí, Señor, tú sabes que te amo! Le dice: Pastorea mis ovejas (Jn 21, 16 s).

Pues a palabra griega usada por nuestro Señor en la segunda pregunta venía a referirse a un amor sobrenatural. Y Pedro volvió a utilizar la misma palabra que antes, que significaba un amor simplemente humano.

Pero en la tercera pregunta, Jesús usó la misma palabra que empleó Pedro. Ahora cambia, y utiliza una expresión que indica solamente un afecto humano. Era como si Jesús se corrigiera a sí mismo y utilizase la expresión más apropiada al carácter del Apóstol. Quizá esto, junto con el hecho de que el Señor se lo repita tres veces, dejó a Pedro   triste y confuso (cfr. Jn 21, 16ss).

Se contristó Pedro de que le hubiera dicho la tercera vez: ¿Me amas? Y le dijo: Señor, tú lo sabes todo; ¡tú sabes que yo te amo!

Esto que repitió una vez el Apóstol nosotros los decimos muchas veces: esta expresión es mas nuestra que la de Pedro.

A medida que el Apóstol bajaba peldaño a peldaño la escalera de la humillación, a la vez Jesús le reforzaba en la misión a la que estaba destinado.

Pues lo mismo nos puede suceder, que cuanto más desconfiemos de nosotros mismos más fácil será cumplir con la vocación que hemos recibido. Cuanto más desconfiemos de nosotros más obediente seremos, más escucharemos.

Por la sencilla razón que las personas humildes son las que mejor rezan. Y el que reza mejor reza más.

Todo eso es consecuencia de la humildad. Y cara a Dios los que se consideran los últimos serán los primeros.

El primero

Pues este pescador de Galilea es nombrado el primero en toda lista de los apóstoles. No sólo se nombraba el primero, sino que actúa el primero.

Fue el primero en dar testimonio de la divinidad del Señor. Y luego sería el primero de los apóstoles que testificó que Cristo había resucitado de entre los muertos. Como el mismo san Pablo dijo, Pedro fue el primero que vio al Señor.

Y después de la venida del Espíritu Santo, Pedro fue el primero en predicar el evangelio. También el primero que desafía a la autoridad de los perseguidores; y el primero entre los doce apóstoles que recibió a los gentiles en la Iglesia. No es una casualidad, es que es el primero.

Durante su vida pública, cuando nuestro Señor le dijo que era una roca sobre la que Él edificaría su Iglesia. También le dice que el Mesías va a morir y resucitar. Entonces Pedro trata de disuadirle de que muriera en la cruz.

Y ahora, después de haber dado a Pedro la misión de gobierno, el Señor le predijo que él mismo moriría también en una cruz.

Era como si Jesús dijera a Pedro: Yo dije una vez que el Buen Pastor daba la vida por sus ovejas; ahora tú eres el pastor que ocupa mi lugar; tú recibirás los maderos de la cruz, cuatro clavos y, luego, la vida eterna.

–En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven, te ceñías tú mismo, y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras (Jn 21, 18).

Esto es lo que ocurrió: Pedro, a partir de Pentecostés, fue llevado a donde no quería. Primero obligado a abandonar Jerusalén. Luego es conducido por Dios a Samaría, a la casa del pagano Cornelio; después es llevado a Roma.

Precisamente en la Ciudad Eterna, fue conducido a una cruz y murió en la colina del Vaticano. Siendo como era la Roca, era propio que fuera enterrado en aquel lugar, donde permanece como cimiento de la Iglesia.

Este hombre que trató de apartar al Señor de la cruz fue el primero de los apóstoles en subir a una cruz. Santiago, fue decapitado.

Y la cruz en la que murió Pedro tuvo más eficacia espiritual que todo el celo y vehemencia de sus años de juventud, cuando parecía que se iba a comer el mundo.

De joven, Pedro no comprendía que la cruz significaba redención del pecado. De mayor, entendió claramente el por qué de la cruz.

Tengo aquí lo que escribe hacia el final de su vida, dice: Nuestro Señor Jesucristo me ha manifestado, que pronto abaldonaré mi tienda (Se refería a su cuerpo). Y procuraré que incluso después de mi partida podáis recordar estas cosas (2 Pe 1, 14-15).

Pues lo esta haciendo, así nos lo recuerda ahora mismo.

Por eso ahora le decimos: –Gracias, Pedro, Saxum, por haber sido la Roca. Y habernos recordado que solo un amor que pasa por la cruz, es capaz de realizar la misión de pesca en la Iglesia.

La misión de pesca abundante la realizaremos si nuestro amor pasa por la cruz.

Este es el camino.

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