El pescador
Después de la Resurrección del Señor los apóstoles volvieron a Galilea.
Y algunos estaban con Pedro a orillas del Mar de Tiberíades, un lago lleno de recuerdos para ellos... Ya
hacía años que mientras estaban faenando allí, el Señor les dijo que habían
sido elegidos para ser pescadores de hombres.
Y ahora, pasado el tiempo, en ese mismo lago, Jesús haría su ultimo
milagro. Y, lo mismo que el primero, realizado en Caná, este sería también en
Galilea.
En la primera ocasión no había vino; en esta última no había pescado.
En las dos circunstancias nuestro Señor formuló un mandato: en Caná, que fueran
a llenar las tinajas; ahora en el lago que echaran las redes. En uno y otro
caso el resultado fue abundancia de vino y abundancia de peces.
En Caná sabemos que seis tinajas de agua se llenaron de vino. En el
lago las redes estuvieron repletas. Así actúa Dios siempre, a lo grande: la
magnanimidad es una de las formas de su Amor. Por eso los grandes santos
siempre se han destacado por su “alma grande”, magnánima.
También por eso nosotros los cristianos estamos llamados a hacer
grandes cosas por los que tenemos a nuestro lado. Hay personas buenas, muy
organizadas que carecen de tiempo para hablar con los demás y así es muy
difícil hacerse amigos de las personas que nos rodean. Haciendo oración vamos a
pedir eso: un alma grande para dedicar tiempo, con mucha generosidad, a las
cosas de los que viven con nosotros.
Los apóstoles que se encontraban pescando esta vez eran: Pedro,
nombrado, como siempre, el primero; a continuación se menciona a Tomás, quien
después de haber confesado que Jesús era el Señor y Dios (Señor mío y Dios
mío). Pues ahora permanecía junto al jefe de los apóstoles.
Y también estaba Natanael de Caná de Galilea; lo mismo que los
Zebedeos, Santiago y Juan; y otros dos discípulos de los que no conocemos sus
nombres. Podemos imaginarnos que somos tú y yo los que estamos presenciando
aquello.
Una diferencia con respecto a la primera pesca milagrosa es que
entonces, algunos apóstoles tenían barca propia ahora estaban en la de Pedro.
Y como siempre Simón tomó la iniciativa y dijo a los otros: –Yo voy
a pescar. Le dicen: nosotros también vamos contigo. Y sucedió que
estuvieron faenando toda la noche, pero no pescaron nada. Y al clarear, vieron
a Jesús en la playa pero lo reconocieron. Eran la tercera vez que se acercaba a
ellos como un desconocido. Aunque estaba lo suficientemente cerca de la playa
para dirigirse a Él, no lograron reconocerle: ni a su persona ni a su voz, tan
envuelto en la gloria estaría su cuerpo resucitado.
Pues igual nos sucede a nosotros, que nos encontramos también en la
barca de Pedro, y no vemos ni la figura ni la voz de Jesús. Es importante que
aprendamos a escuchar a Dios y verle en las circunstancias de nuestro día, de
esta situación que estamos viviendo.
Para eso están las prácticas de piedad para descubrir a Jesús que pasa
a nuestro lado. Si a pesar de todo esa inversión de tiempo no logramos tener
presencia de Dios es que algo sucedería. San Josemaría hablaba de cómo a veces
la vida de piedad se convierte un armatoste (Surco, punto
652), que en vez de ayudar estorba.
Pues, en aquella ocasión nuestro Señor les preguntó a esos
apóstoles que intentaban pescar, pero
que no lo conseguían: –¿Tenéis algo que comer? Le respondieron: –No. Y Él
les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontrareis (Jn
21, 5 ss).
Los apóstoles, debieron de acordarse más tarde de que Jesús ya les
había mandado en otra ocasión echar la red en el agua, aunque antes no había
concretado si a la derecha o a la izquierda de la barca. En aquel momento
nuestro Señor estaba en la barca, ahora se encontraba en la playa. Como para
significar que habían terminado para él las agitaciones del mar de la vida,
porque ya había muerto y resucitado.
También nos puede parecer a nosotros que el Señor se encuentra lejos de
nuestras preocupaciones. Sabemos que no es así: pues aunque está en el cielo,
se interesa por nuestros asuntos y nos da indicaciones para resolver lo que
tenemos entre manos. Son aveces indicaciones precisas: a la derecha. Lo
nuestro consiste en escuchar la voz que nos llega de Dios. Pero Él no nos
ahorra ningún trabajo.
Pues los apóstoles obedeciendo la voz de ese desconocido, y que en
realidad era un mandato divino, tuvieron tanta suerte en el trabajo, que les
era imposible sacar la red debido a la gran cantidad de peces que había
atrapado.
En el primer milagro de pesca las redes se rompieron, y Pedro, asustado
ante aquel hecho prodigioso, dijo a nuestro Señor que se apartara de él, porque
era un pecador: aquella abundancia le hizo darse cuenta de su propia pequeñez.
Eso puede suceder en nuestra vida: sentirnos avergonzados ante las
gracias que recibimos de Dios.
Sin embargo en esta pesca milagrosa la cosa ocurrió de otra forma. Fue
Juan quien descubre a Jesús, y por eso dijo: –Es el Señor (Jn 21,
7). Cuantas veces a lo largo de nuestra vida, alguien que está a nuestro
lado nos indica que es Jesús quien nos está ayudando. Y quizá nosotros afanados
con lo que tenemos entre manos no nos habíamos dado cuenta. Seguramente esta
sea la labor de la auténtica dirección espiritual, indicar que es el Señor quien
nos habla.
Tanto Pedro como Juan seguían teniendo el temperamento de siempre. En
este momento Juan fue el primero en ver desde la barca al Señor, y Pedro
fue el primero en lanzarse. Desnudo como estaba en la barca, se ciñó
rápidamente la túnica y recorrió a nado la distancia que le separaba del
Maestro.
Y Juan, el discípulo de la caridad, indudablemente poseía mayor
conocimiento espiritual: porque el amor ve mucho. Y Pedro tenía más
iniciativa, por eso su fe le lleva a actuar con prontitud. Tenía ese
temperamento pero se había potenciado por la fe.
Juan, estuvo muy cerca del corazón del Señor en la última cena. Ahora
también era el primero en reconocer que
Él estaba en la playa.
Quizá esto es lo que suele pasar con la gente con la que vivimos: somos
muy distintos, nada más hay que vernos. Somos distintos pero todos nos
necesitamos. La variedad en la práctica no es ningún inconveniente. Ya lo decía
el filósofo: en una organización donde todos piensan lo mismo, nadie piensa
nada.
En una ocasión que Jesús caminaba sobre las aguas en dirección a la
barca, Pedro no pudo aguantarse y le pidió a Jesús que le dejara caminar sobre
las aguas para acercarse a Él. Y ahora, en este momento, nadaba hacia la playa,
después de ceñirse la túnica por respeto al Señor. Podríamos decir que Pedro
era muy impulsivo, lo que no podemos decir es que no fuera delicado. Eso no.
Hay gente muy impulsiva y tiene que aprender la delicadeza. Pedro quizá aprendió al tratar a Jesús. Por eso si nos
faltase finura en el trato tendríamos que plantearnos hacer mejor la oración,
porque es una manifestación de nuestro trato con Dios.
Pedro se lanzó al agua. Y los otros seis permanecieron en la barca y al
llegar vieron fuego encendido, un pescado puesto a asar y pan que les había
preparado Jesús. El Hijo de Dios estaba preparando una comida para sus
pescadores. Esto resulta un tanto curioso, que la máxima autoridad que ha
existido sea la que más sirva. La máxima autoridad no es la que manda que otros
le sirvan sino que Él sirve.
Ya lo había hecho en la carpintería de Nazaret, ahora también lo hace
una vez que ha resucitado. Se vuelve a cumplir que lo que decimos nosotros
es menos importante que lo que hacemos.
Porque las mejores influencias sobre los demás se producen sin darnos
cuenta. Normalmente nuestra vida ayuda a los demás sin que lo busquemos
expresamente, influimos de forma inconsciente. Por supuesto, un medio de
formación ayuda, pero mucho más la actuación. Cuando observamos: –Ay va,
se preocupa de mí. Eso se clava en el alma.
Después de haber sacado la red y contado los ciento cincuenta y tres
peces, se convencieron de que se trataba del Señor. Recordarían que Jesús les
había llamado pescadores de hombres, y la pesca abundante de ahora simbolizaba a los que, con
el paso del tiempo, serían introducidos en la Iglesia. Ahí estamos nosotros en
la barca de Pedro que aunque pase por muchas contrariedades nunca se hundirá.
El pastor
Jesús que se había llamado así mismo el Buen Pastor, Yo soy el Buen
Pastor, le iba a dar a Pedro el poder de gobernar a todos los cristianos.
La escena tuvo lugar después de haber comido. Qué humano es Dios. No quiere
tener la conversación con el estómago vacío, sino cuando uno ya está más tranquilo.
Igual pasó cuando les dio la Eucaristía, lo hizo después de cenar; y el
poder de perdonar los pecados después de haber comido con ellos. Es curioso que
el Evangelio detalle esas cosas, pero no nos debe extrañar porque Dios es más
humano que nosotros.
Pues también ahora, una vez que ha compartido el pan y el pescado
tuvo la conversación con Pedro y le pidió la triple afirmación de su amor. Y es
que en la Iglesia, la manifestación del amor debe ir por delante del ejercicio
de la autoridad. Si uno tiene la obligación de mandar, lo primero que tiene que
hacer es amar. Porque sin amor la autoridad se va convirtiendo en tiranía con
el paso del tiempo. Por eso el Señor le pregunta: –Simón, hijo de Juan, ¿me
amas tú más que estos? (Jn 21, 15).
Pedro que había presumido de amar mucho al Maestro, diciéndole: Aunque
todos se escandalicen por tu causa, yo nunca me escandalizaré (Mt 26, 33). El impulsivo Pedro... Ahora
Jesús le pregunta llamándole Simón hijo de Juan, que era su nombre original. De
esta manera el Señor le recuerda su pasado. Cuando era un hombre puramente
natural, cuando vivía más de acuerdo a la naturaleza que a la gracia.
Pues también nos podría ocurrir a nosotros cuando llenos de
suficiencia, porque hacemos prácticas de piedad, no viviéramos de acuerdo a lo
que rezamos. En ocasiones la falta de unidad de vida puede venir por estar
tranquilos con el plan de vida que llevamos. Es muy natural que el cumplimiento
sin amor, a los que nos rodean lleve al cumplo y miento. El cumplimiento no
sirve para amara a Dios si vamos cada uno a lo nuestro.
En respuesta a la pregunta que Jesús le hizo sobre si le amaba, Pedro
dijo: –¡Señor, tú sabes que te quiero! Y entonces el Señor le contesta: Apacienta
mis corderos (Jn 21, 15).
En el texto original griego, la palabra que Jesús utilizó para indicar
el verbo amar no era la misma que empleó Pedro en su respuesta; la palabra de
Pedro indica un sentimiento más bien humano. Quizá desconfiaba ya de si mismo y
por eso afirmó solamente un amor natural.
Y Jesús, por su parte, hace del
amor la condición para el gobierno. Por eso añade después de oír la
contestación positiva de Pedro: –Apacienta mis corderos.
Esa es la condición, que pone Jesús: si uno no ama en la práctica, que
se dedique a otra cosa, pero no a
trabajos de formación y dirección en la Iglesia.
Pedro, un hombre que había caído muy bajo y, el que más había aprendido su propia flaqueza, sería el
mejor capacitado para fortalecer a los débiles
y gobernar.
El hecho de tener miserias muchas veces nos hace compresivos con los
demás. Es eso lo que le sucedió a Pedro. Aunque si no hay humildad, si no hay
verdad, puede que nuestros fallos nos endurezcan, y nos hagan críticos, con una
doble vara de medir como hacían aquellos que veían una paja en el ojo ajeno y
no veían una viga en el suyo.
Nuestras debilidades deben hacernos compresivos no críticos, y si no
fuese así, tendríamos que ver cómo vamos de humildad.
Pero en todo caso las decisiones de Dios son inmutables: si nos ha
elegido nos ha elegido para siempre. Dios no cambia. Son las decisiones nuestras las que fluctúan,
por eso las negaciones de Pedro no había cambiado la decisión de Jesús. De ese
que tenía miserias iba a hacer de él la Roca de la Iglesia.
Por eso le dijo por segunda vez: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le dice: ¡Sí, Señor, tú sabes que te amo! Le dice:
Pastorea mis ovejas (Jn 21, 16 s).
Pues a palabra griega usada por nuestro Señor en la segunda pregunta
venía a referirse a un amor sobrenatural. Y Pedro volvió a utilizar la misma palabra que
antes, que significaba un amor simplemente humano.
Pero en la tercera pregunta, Jesús usó la misma palabra que empleó Pedro. Ahora cambia, y utiliza una expresión
que indica solamente un afecto humano. Era como si Jesús se corrigiera a sí mismo y utilizase la expresión
más apropiada al carácter del Apóstol. Quizá
esto, junto con el hecho de que el Señor se lo repita tres veces, dejó a Pedro triste y confuso (cfr. Jn 21, 16ss).
–Se contristó Pedro de que le hubiera dicho la tercera vez: ¿Me
amas? Y le dijo: Señor, tú lo sabes todo; ¡tú sabes que yo te amo!
Esto que repitió una vez el Apóstol nosotros los decimos muchas veces:
esta expresión es mas nuestra que la de Pedro.
A
medida que el Apóstol bajaba peldaño a peldaño la escalera
de la humillación, a la vez Jesús le reforzaba en la misión a la que estaba
destinado.
Pues lo mismo nos puede suceder, que cuanto más desconfiemos de
nosotros mismos más fácil será cumplir con la vocación que hemos recibido.
Cuanto más desconfiemos de nosotros más obediente seremos, más escucharemos.
Por la sencilla razón que las personas humildes son las que mejor
rezan. Y el que reza mejor reza más.
Todo eso es consecuencia de la humildad. Y cara a Dios los que se
consideran los últimos serán los primeros.
El primero
Pues este pescador de Galilea es
nombrado el primero en toda lista de los apóstoles. No sólo se nombraba el primero, sino que actúa
el primero.
Fue el primero en dar testimonio de la divinidad del Señor. Y luego
sería el primero de los apóstoles que testificó que Cristo había resucitado de
entre los muertos. Como el mismo san Pablo dijo, Pedro fue el primero que vio al Señor.
Y después de la venida del Espíritu
Santo, Pedro fue el primero en predicar el evangelio.
También el primero que desafía a la autoridad de los perseguidores; y el primero entre los doce apóstoles que
recibió a los gentiles en la Iglesia. No es una casualidad, es que es el
primero.
Durante su vida pública, cuando nuestro Señor le dijo que era una roca
sobre la que Él edificaría su
Iglesia. También le dice que el Mesías va a morir y resucitar. Entonces Pedro
trata de disuadirle de que muriera en la cruz.
Y ahora, después de haber dado a Pedro
la misión de gobierno, el Señor le predijo que él mismo moriría también en una cruz.
Era como si Jesús dijera a Pedro: Yo dije una vez que el Buen Pastor
daba la vida por sus ovejas; ahora tú eres el pastor que ocupa mi lugar; tú recibirás
los maderos de la cruz, cuatro clavos y, luego, la vida eterna.
–En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven,
te ceñías tú mismo, y
andabas por donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro
te ceñirá, y te llevará a
donde tú no quieras (Jn 21, 18).
Esto es lo que ocurrió: Pedro, a partir de Pentecostés, fue llevado a donde no quería. Primero obligado a abandonar Jerusalén. Luego es conducido por Dios a
Samaría, a la casa del pagano Cornelio; después es llevado a Roma.
Precisamente en la Ciudad Eterna, fue conducido a una cruz y murió en
la colina del Vaticano. Siendo como era la Roca, era propio que fuera enterrado
en aquel lugar, donde permanece como cimiento de la Iglesia.
Este hombre que trató de apartar al Señor de la cruz fue el primero de
los apóstoles en subir a una cruz. Santiago, fue decapitado.
Y la cruz en la que murió Pedro tuvo más eficacia espiritual que todo
el celo y vehemencia de sus años de juventud, cuando parecía que se iba a comer
el mundo.
De joven, Pedro no comprendía que
la cruz significaba redención del pecado. De mayor, entendió claramente el por qué de la cruz.
Tengo aquí lo que escribe hacia el final de su vida, dice: Nuestro Señor
Jesucristo me ha manifestado, que pronto abaldonaré mi tienda (Se refería a
su cuerpo). Y procuraré que incluso
después de mi partida podáis
recordar estas cosas (2 Pe 1, 14-15).
Pues lo esta haciendo, así nos lo recuerda ahora mismo.
Por eso ahora le decimos: –Gracias, Pedro, Saxum, por haber sido la
Roca. Y habernos recordado que solo un amor que pasa por la cruz, es capaz de
realizar la misión de pesca en la Iglesia.
La misión de pesca abundante la realizaremos si nuestro amor pasa por
la cruz.
Este es el camino.
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