Como decía el Sto. Cura de Ars: "todas
las buenas obras juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues
son obras de hombres, mientras que la Santa Misa es obra de Dios" (cfr. Bernat Nodet, El cura de Ars, Pensamientos,
Bilbao: Ed. Desclée de Brouwer, 2000, p.107).
Si en nuestra vida queremos luchar contra
las tentaciones hemos de contar con este medio que Dios nos ha dado. Nuestra batalla sin la Eucaristía está condenada
al fracaso.
Por el contrario el "príncipe de
este mundo" que odia la santidad, nos tienta mediante la riqueza, el poder
y el orgullo.
Y lo
hace para convencernos de que confiemos en nuestros propios medios, y no en los
de Dios.
(cfr IVEREIGH, Austen. El gran
reformador,
Barcelona: Ediciones B, 2015).
Precisamente la santa Misa es obra de
Dios, así lo entendió San Josemaría, que celebrar la Misa era un trabajo que le
rendía, pero que le era muy grato. Por eso escribió:
Es tanto el Amor de Dios por sus
criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia que, al decir la Santa
Misa, deberían pararse los relojes. FORJA 436.
A esa actitud de amor de los santos se
contrapone nuestra rutina y nuestra acostumbramiento, en definitiva nuestra
tibieza.
El Santo Cura de Ars, que tantos sacerdotes
confesó, aseguraba que la tibieza en el sacerdocio se deba a no dar importancia
a las distracciones durante la Santa Misa.
Las distracciones, que no deben
asustarnos, sino corregirlas sin perder la paz: somos
niños débiles delante de Dios.
San José, modelo de persona atenta,
siempre con el alma a la escucha de la voluntad de Dios.
Ahora le decimos una oración que se
aconsejaba que los sacerdotes, para que la hiciesen antes de la Misa, como
preparación. Y el motivo es evidente, como se verá al final. Dice más o menos
así, me he permitido traducirla a mi manera:
–¡Qué hombre tan afortunado!
Porque tuviste la suerte de ver y escuchar a
Dios en tu misma casa.
Aquel a quien gente importante ha querido ver
pero no ha podido; ni tampoco han conocido su timbre de voz.
Y Tú, José, también lo has llevado en brazos,
le has dado infinidad de besos. Le enseñaste a trabajar. Incluso le has oido
muchísimas veces llamarte papá.
Y terminamos diciéndole: José, ayúdanos
para que también nosotros tratemos con mucho cariño a Jesús.
Hay gente que piensa en la Comunión como si fuese un
premio que se da a los buenos. Y por eso si ven que uno comulga y tiene
debilidades se extrañan.
Pero la Comunión no es un premio sino una ayuda de
Dios. Por eso si nos portamos mal tenemos que ir a que el Señor nos cambie.
Sabemos que con pecados mortales no debemos recibir al
Señor, porque sería una barbaridad
Pero con faltas y pecados veniales sí podemos
recibir la Comunión, porque el Señor se ha quedado para ayudarnos.
La Virgen se daba cuenta perfectamente de lo que era
la Eucaristía: que Jesús se había quedado. Por eso cada vez que comulgase
estaría coloradita, guapísima.
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