Lo más importante
Pregunté a una persona para que
adivinase el tema de la meditación. Y como pista le dije que era el tema más
importante.
Enseguida me respondió:
–La fraternidad
–Más importante
–La filiación
divina.
–Más importante
–La unidad de la
Iglesia...
La filiación divina, la
fraternidad y la unidad de la Iglesia tienen fundamento en la acción más
importante que puede hacer un hombre: asistir o celebrar el Sacrificio del
Altar. Es lo que nos convierte en el mismo Cristo, lo que nos hace ser
uno, por la común-unión.
Qué importante es la Misa para
la labor apostólica con la gente joven. Es el momento más importante de
formación. Lo sabemos por experiencia: cuando una persona asiste un día y otro
día, un mes y después otro mes, se da el cambio.
De forma silenciosa el Señor va
transformando el alma de las personas que se le acercan tan de cerca. Eso es lo
que nos ocurrió a muchos de nosotros. Cuando pasaron los meses y miramos para
atrás nos dimos cuenta del cambio tan grande.
Los sacerdotes hemos visto
conversiones en gente que ha empezado a asistir regularmente. Se da el
cambiazo, por eso es el momento más importante de la formación.
Así como para una persona joven
la Misa es una fuente de conversión rápida, para la gente mayor existe un
problema: somos humanos y el ser humano se acostumbra a todo.
El ser humano se acostumbra a
vivir con poquísima comida en un campo de concentración. Y se acostumbra no
sólo a lo malo. También a lo bueno: puede vivir en un palacio y parecerle lo más
normal del mundo. Uno puede vivir cerca de una estación o cerca de un
aeropuerto, y se acostumbra, y no impedirle dormir el ruido que hacen los
trenes o los aviones. Porque el ser
humano tiene esa capacidad acomodaticia.
Por eso podemos acostumbrarnos a
lo más importante de nuestra vida y de nuestro día. Y ponernos de mal humor si
un sacerdote se retrasa dos o tres minutos.
Todos podíamos hablar de cosas
maravillosas sobre la Santa Misa. Por que en verdad la Santa Misa es lo más
grande que nosotros podemos hacer en este vida.
Tiene más valor que todos los santos juntos, incluida
la Santísima Virgen. Hemos asistido esta mañana a este prodigio y sin embargo,
aquí estamos.
El ser humano tiene una
capacidad increíble para acostumbrarse a todo. Hacer costumbre: eso es una cosa
positiva si se trata de construir hábitos buenos.
Pero también la costumbre puede
quitarle importancia a las cosas,
simplemente porque las repetimos. La costumbre nos acostumbra.
Le decimos ahora al Señor:
–Que no me acostumbre jamás a
tratarte
El secreto oculto
del Evangelio
Nos dice el Papa Benedicto en la
carta Deus cáritas est que el Evangelio no es original porque transmita
nuevas ideas.
Lo curioso es que lo importante
del Evangelio no es el ideario. De forma sencilla lo dice el Papa:
«La verdadera originalidad del
Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas».
Y es que el santo no es el que
sabe los criterios evangélicos, ni siquiera el que los llevara a la práctica.
El Señor no quiere hacernos unos
teóricos, ni tampoco quiere hacernos unos prácticos. Lo que pretende es que
descubramos la figura del Salvador, y tengamos amistad con él.
El Papa va más allá: Tampoco en
el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones
abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita,
de Dios.
Dios que actúa en la historia de
la humanidad de forma desconcertante.
Lo que pretende es salvar al
hombre y lo hace según su lógica original.
La lógica de Dios es el don, el
regalo, la gracia, la gracia, el amor: se puede decir de muchas formas pero
la realidad es una.
El amor es gratuito; no se
practica para obtener otros objetivos. Dios no necesita nada de nosotros, nos
quiere porque Él es bueno, no porque nosotros seamos buenos.
Estamos en una sociedad
comercial, donde se puede meter el interés hasta en el apostolado. Por eso
cuando la gente ve que se la quiere para obtener un fin, en
seguida da la estampida.
Sin embargo el amor no es así,
no busca el interés personal. Y el amor, en su forma más radical, lo
realiza Dios muriendo en una cruz.
Es aquí, en la cruz –dice el
Papa– donde puede contemplarse esta verdad, que “Dios es amor” (1 Jn 4, 8).
Pero eso no ocurrió una vez,
y ya está. Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución
de la Eucaristía
Esto es la Misa: el amor de Dios
que llega extremo de aniquilarse por
nosotros: la kénosis. Dios que se enfrenta consigo mismo, que se pone entre
las cuerdas, por nuestro amor.
Y la Misa, como todas las cosas
en la que participamos los hombres, podemos convertirla en una rutina:
puede formar parte de nuestra rutina diaria, de nuestro plan de vida.
Y aunque haya rutinas buenas,
también es verdad que no es sólo una cosa que hacemos nosotros.
La Misa es un rito, pero es
mucho más. El Papa nos habla de la “mística” de la Eucaristía: la base de
este sacramento es el abajarse de Dios hacia nosotros.
El mandamiento del amor, que
hace Jesús el Jueves santo, sólo se puede entender a partir de la Eucaristía .
El Señor nos manda que amemos, y
esto parece una cosa extraña: ¿se puede mandar amar?
Benedicto XVI remacha que Dios
puede mandarnos que queramos porque nos no da:
el amor puede ser «mandado»
porque antes es dado.
En el ámbito de la Última Cena,
en la que el Señor anticipó su entrega, es cuando Él nos manda que nos
queramos.
Y luego envía a sus discípulos a
eso: a que vayamos y demos fruto de Amor de Dios y al próximo.
Precisamente se llama Santa Misa
dice el Catecismo «porque la liturgia en la que se realiza el misterio de la
salvación se termina con el envío de los fieles (“missio”) a fin de que
cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana» (n.1332).
Los Santos —pensemos por ejemplo
en la beata Teresa de Calcuta dice el Papa— han adquirido su capacidad de amar
al prójimo gracias a su encuentro con el Señor en la Eucaristía.
Asombro ante el
Misterio
Como contrasta todo esto con la
imagen que dan –no los santos– sino algunos buenos cristianos:
La Misa es larga, dices, y añado
yo: porque tu amor es corto (Camino, n. 529).
530* ¿No es raro que
muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no
tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales,
para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y
urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al
Sacrificio Santísimo del Altar?
Estos puntos 529 y 530 de Camino
recogen convicciones muy profundas de Josemaría.
Indudablemente esto que escribió
era fruto de su experiencia y de su
estudio.
Por eso, la pausa al
celebrar la Misa, y la actitud de oración y de adoración en el
Sacrificio del Altar fue para San
Josemaría un asunto vital.
En la tarde del día 21 de
octubre de1938, estando en Burgos, fue con tres o cuatro miembros del Opus Dei
a visitar la Cartuja de Miraflores.
Al volver, hicieron juntos un
rato de lectura espiritual, además les dio una meditación y después tuvieron un
rato de tertulia.
Lo que ahora nos interesa es
aquella lectura que hicieron, que porque tiene relación con el punto de Camino
que acabamos de leer: el 530.
Leyeron unas páginas de un libro
que San Josemaría conocía muy bien, y que estaba manejando aquellos días.
Me refiero a la célebre Instrucción
de sacerdotes, del cartujo del siglo XVI Antonio de Molina.
Eran los capítulos dedicados a
la pausa y gravedad con que se ha de celebrar la Santa Misa, sin
apresuramiento.
«El libro y el tema –escribe Eduardo
Alastrué en el Diario de ese día–, muy interesante: duración de la misa.
El autor desmenuza
admirablemente la cuestión y quedamos perfectamente enterados, mejor dicho,
confirmados en nuestra opinión de que el barullo, la prisa, el decir y hacer
todo a medias, si son en las cosas corrientes un gran defecto, en el Santo
Sacrificio son intolerables»
Las páginas del monje cartujo
son, en efecto, piadosas, rigurosas y profundas. Así comienza el cap. 12:
«Es tan extremado y universal
el abuso que hay en este tiempo acerca de decir la Misa acelerada y
atropelladamente, que a los que lo miran con ánimos píos y religiosos les
lastima mucho y quebranta el corazón».
Lo que el P. Molina veía como
algo tan «universal» en el siglo XVII, era igualmente una cuestión pastoral en
la época de San Josemaría.
Y así lo reflejó en este punto
530, escrito por aquellos días.
A Eduardo Alastrué, que
participaba esos días en la Santa Misa que celebraba el Beato Josemaría, le
impresionó, sin duda, esta lectura por lo que vivía a diario en aquellas
celebraciones.
Al día siguiente, al anotar la
actividad en el Diario del pequeño grupo, que acompañaba a San Josemaría,
escribe: «Una meditación paseando, la Misa –de las que hubieran satisfecho
al P. Molina– y el desayuno en las Teresianas...» (Diario de Burgos,
22-X-1938; Eduardo Alastrué).
Y es que como decía el Sto. Cura
de Ars: «todas las buenas obras juntas no pueden compararse con el
sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Santa Misa es
obra de Dios» (Nodet, p.107).
La santa Misa, Obra de Dios,
trabajo de Dios, así lo entendió San Josemaría, un trabajo que le rendía, pero
que le era muy grato. Por eso escribió:
Es tanto el Amor de Dios por sus
criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia que, al decir la Santa
Misa, deberían pararse los relojes. FORJA 436.
A esa actitud de amor de los
santos se contrapone nuestra rutina y nuestra acostumbramiento, en definitiva
nuestra tibieza.
El Santo Cura de Ars, que tantos
sacerdotes confesó, aseguraba que la tibieza en el sacerdocio se deba a no dar
importancia a las distracciones durante la Santa Misa.
Las distracciones, que no deben
asustarnos, sino corregirlas sin perder la paz: somos niños débiles delante de
Dios.
San José, modelo de persona atenta,
siempre con el alma a la escucha de la voluntad de Dios le decimos:
–¡Qué hombre tan afortunado
fuiste!
–Te fue concedido no sólo ver y
oír a Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron,
sino también te fue concedido abrazarlo, besarlo, vestirlo, y cuidar de Él.
–Ruega por nosotros afortunado
José, para que tratemos a Jesús en la Santa Misa con el cariño con el que
asistía la Virgen.
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