domingo, 1 de marzo de 2009

PESCADORES, INCULTOS Y ENAMORADOS


El Evangelio de San Marcos nos dice que el Señor eligió a los Doce para que estuvieran con Él.

Si lo pensamos despacio, es un versículo que nos anima mucho.

Porque los deseos del Corazón del Señor siguen siendo actuales.

-Tú, Señor, sigues eligiendo –me has elegido a mí– para que estemos contigo.

Vamos a meditar sobre esto, pidiéndole a los Apóstoles que sepamos seguir al Señor como lo hicieron ellos.

INCULTOS

La verdad es que, personalmente, según criterios humanos, los Apóstoles no eran gran cosa.

No eran de los que nosotros hubiésemos elegido para emprender algo importante en la vida.

Con ese puñado de hombres no se habría formado una empresa, ni un ejército... ni siquiera un equipo de fútbol.

El único que se salvaba un poco era Mateo, que tendría más cultura y viviría con cierta soltura económica.

Y quizá Felipe, que era de origen griego y probablemente habría recibido cierta educación.

¿Los otros? vivían al día, lo que pescaban lo vendían y así iban tirando. Su cultura era la propia de su oficio.

Eso sí, de redes, de peces, del estado del lago... eran expertos. Pero tampoco tanto: alguna vez sus esfuerzos por pescar quedaban estériles.

Desde el punto de vista de la influencia social, no parece que tuvieran mucho peso, incluso en el ámbito del pueblo de Cafarnaún.

Más influyentes serían el rabino, que era maestro a la vez, el curandero o los negociantes con otro género de mercancía.

Los pescadores estaban mucho tiempo fuera del pueblo y no contaban demasiado con ellos.

No eran tampoco muy inteligentes, al menos en lo que se refiere a las realidades sobrenaturales.

San Marcos cuenta, en el capítulo 8, cómo el Señor se sorprende cuando no entienden la comparación de los fariseos y la levadura. Otras veces no entienden las parábolas más sencillas.

Pobres, ignorantes, dice san Josemaría.
Y ni siquiera sencillos, llanos. Se enfadan entre ellos sobre quién es el mayor. Ambicionan tener cargos.

Fe, poca. Y eso que han visto de todo: resucitar muertos, curar enfermedades, multiplicar el pan y los peces, calmar tempestades, echar demonios.

Y Pedro, que será el primer Papa, tiene que escuchar de Jesús: apártate de mí, Satanás, porque no entendía nada.

La verdad es que los estamos poniendo bonicos. Pero esto da una idea de los hombres que escogió el Señor para que estuvieran con Él.

CULTOS

Como es natural, la cosa no depende de tener o no tener cultura.

San Pablo, que sí la tenía y mucha, al hablar de su vocación, dice:
después de todos se me apareció a mí, que vengo a ser como un abortivo, siendo el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios.

Con todo esto se pone de manifiesto que Dios, cuando elige, no mira a las almas con criterios humanos.

Y es una realidad que anima mucho porque si nos miramos a nosotros mismos con ojos humanos, podríamos desanimarnos o pensar que Dios se ha equivocado al elegirnos.

EL AMOR ES CIEGO

Jesús llamó a los apóstoles y nos llama a nosotros. Eso es lo importante. Dios suele buscar instrumentos débiles, para que se vea que todo lo hace Él.

Parece como que el Señor no tenga muy en cuenta nuestras pocas condiciones. Le podemos aplicar el dicho de que el amor es ciego.

Tú quieres hacerte ciego
al elegirnos. No te fijas en nuestros méritos no en que tengamos unas cualidades excepcionales.

Nos has elegido porque nos quieres, y por nada más.

Por eso los apóstoles querían a Jesús y estaban dispuestos a hacer por Él lo que fuera, porque les amaba ciegamente. A veces se dejan llevar por el entusiasmo, como Tomás: vamos y muramos con El. En el fondo era verdad, tenían eso en la cabeza. Luego a lo mejor les podía el miedo o la debilidad.

Pero, al final, fueron capaces de dar la vida por el Señor.

Son pescadores, incultos y enamorados.

COMO DOS GOTAS DE AGUA

A nosotros nos pasa lo mismos. Tenemos experiencia de nuestra miseria.

-Señor, qué experiencia tan grande tengo de mi soberbia y de mi pereza y de mi sensualidad y de mi egoísmo. Pero si no hay por donde cogerme.

Y Él te responderá: Se fiel a tu vida interior, se alma de oración, se alma de sacrificio (En Dialogo con el Señor, p. 41).

Solo así se puede ser feliz ... aunque te encuentres grandes dificultades en el camino (p. 32).

Y notamos en la oración los chispazos de los afectos y las inspiraciones del Señor que quiere tirar de nosotros hacia arriba. Dile al Señor en la soledad de tu corazón:
¡me entrego!

Y nos avergonzamos porque mirando hacia atrás (aunque sólo sea un momento) descubrimos que no hemos sabido ser enteramente de Dios.

Pero en seguida miramos hacia delante y nos llenamos de optimismo, porque nos ha elegido y su gracia no nos faltar.

Es bueno que nos repitamos:
A pesar de mi patente inutilidad el Señor me ha elegido.

–¿Cómo es posible que me hayas elegido a mi siendo tan desastre?

La solución a este conflicto es fiarse de Dios: te basta mi gracia. Y eso no nos va a faltar nunca. Es entonces cuando surge el agradecimiento.

-Gracias, Jesús. En ti confío.

Esa es la maravilla de la entrega, que, siendo poca cosa tenemos a Dios. Tú eres de Dios y Dios es tuyo ¿no es para volverse loco? Decía un santo. Y todo aunque seamos muy torpes queriéndole.

-¡Señor, mete estas verdades en nuestra vida, no solo en la cabeza, sino en la realidad de mi modo de ser!

Puede parecer una verdad de Perogrullo, pero lo verdaderamente importante en nuestra vida es la llamada de Dios. Más importante que nuestra correspondencia, porque es lo que permanece.

Podemos cometer muchas trastadas. De hecho, cada día le tenemos que pedir perdón al Señor por ellas. –Ojalá fuéramos conscientes y nos dolieran de verdad–.

Pero todo eso pasa. Lo que queda, lo permanente, es la llamada. Porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables (Rom 11, 29).

Por eso, muchas veces corresponder es agradecer. Un agradecimiento que nos mueve a corresponder, a intentar hacerlo mejor.

Pero sin provocar nunca la angustia de no llegar.

A veces actuamos con la presión de hacer lo que esperan los demás, o lo que creemos que esperan. Y esto puede acabar resultando agotador.

Pero es lo contrario: bajo la mirada de Dios nos sentimos liberados del agobio
de ser los mejores, los perpetuos ganadores.

Dios no quiere que estemos todo el día compitiendo: el espíritu deportivo no consiste en eso, sino más bien en recomenzar con paz las veces que haga falta sin venirnos abajo.

Bajo la mirada del Señor podemos vivir con el ánimo tranquilo. No es necesario gastar energías en aparentar lo que no somos.

Delante de Dios podemos –sencillamente– ser como somos. Como Él nos ha llamado.

Por eso no existe mejor técnica de relajación que ésta: apoyarnos como niños pequeños en la ternura de un Padre que nos quiere con nuestras luchas.

La Virgen tiene siempre que ver en las historias de entrega.

Quizá una mirada de su Madre le conmovió hasta el extremo de concederte, por la mano inmaculada de la Santísima Virgen, ese don grandísimo (p. 40).

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