jueves, 26 de marzo de 2009

28 DE MARZO


El 28 de marzo de 1925, se celebró en la iglesia de San Carlos la ceremonia de la ordenación sacerdotal de San Josemaría, confiriéndole el presbiterado don Miguel de los Santos Díaz Gómara

Siguió con los cinco sentidos las ceremonias litúrgicas: la unción de las manos, la traditio instrumentorum, las palabras de la consagración...

Emocionado, tuvo en nada las dificultades pasadas desde el día de su llamamiento, dando gracias como un enamorado.

LO HE TOCADO

En alguna ocasión contó que desde su ordenación sacerdotal, se preparaba cada día para celebrar el Santo Sacrificio como si fuese la última vez:

el pensamiento de que el Señor podía llamarle a Sí inmediatamente después de celebrar, le animaba a volcar en la Misa toda la fe y el amor de que era capaz.

Por eso contaba que, cuando se trasladó a Zaragoza en 1920, una vez que pasaba delante de un bar llamado "Gambrinus", vio que dentro del local estaba un famoso torero.

Algunos niños se acercaron a aquel personaje popular, y uno de ellos exclamó exultante: "¡lo he tocado!"

Al Padre le impresionó aquella escena, y la contó con frecuencia para ayudarnos a reflexionar sobre el hecho de que cada día tocamos a Jesús en la Eucaristía.

LLENAR EL MUNDO DE FE

Como contrasta esto con la poca fe que nos encontramos en la calle: somos del mundo, tenemos que llevarlo a Dios.

En nuestro tiempo se oye hablar cada vez con mayor insistencia de la muerte de Dios.

El conocido filósofo alemán expresó esto con un grito:

«¡Dios ha muerto!¡Y nosotros lo hemos matado!»

Después en el llamado mundo académico se ha hablado «de la teología de la muerte de Dios».

Y se anima a los hombres a prepararse para ocupar el puesto Dios.

EL ÚLTIMO ANIVERSARIO

Hoy nos acordamos del último 28 de marzo de San Josemaría en la tierra: aquél día quiso pasarlo en oculto, para para que sólo Dios se luciera.

Además el 28 de marzo de 1975 no pudo celebrar la Santa Misa, porque era viernes Santo.

El día en el que el Señor muriendo en la cruz, realizó su sacrificio de Sacerdote eterno.

El Señor que muere en la soledad, como un proscrito, como un malhechor, porque su amor le llevaba a rebajarse.

Dios muerto en aquella tarde de viernes Santo. Ese silencio Dios, ha adquirido en nuestro tiempo una actualidad aplastante.

Actualidad: porque eso precisamente es el viernes santo: el día de la ocultación de Dios.

Ese día una pesada piedra cubriría al difunto. Lo ocultaba a los ojos de las personas que le querían.

JESÚS MUERTO

Como emocionaba a San Josemaría esa escena: quería tener al Señor en su pecho, y que descansara en él, porque muchos le habían abandonado

En aquella hora todo había pasado. Ningún Dios había salvado a este Jesús que se decía hijo suyo.

La fe parecía haber sido desenmascarada como un fanatismo religioso.

Los prudentes que dudaron en su interior habían tenido razón.

LA SEPULTURA DE DIOS

El último día 28 de marzo, por la providencia de Dios fue viernes santo día de la sepultura de Dios. ¿No es éste, de alguna manera nuestro tiempo?

Dice el Papa:

¿no comienza nuestro siglo a ser ... el día de la ausencia de Dios, en el que hasta los discípulos tienen un vacío helador en el corazón que se hace cada vez más grande, y por ese motivo se disponen, llenos de vergüenza, a volver a casa

y se encaminan a escondidas y destruidos en su desesperación hacia Emaús,

no dándose cuenta en absoluto de que aquel que creían muerto estaba en medio de ellos?

Y sin embargo el Señor camina con nosotros y nos ayuda a descubrir el por qué de las situaciones que nos desconciertan.

Dirá San Josemaría:
Iban aquellos dos discípulos hacia Emaús. Su paso era normal, como el de tantos otros que transitaban por aquel paraje. Y allí, con naturalidad, se les aparece Jesús, y anda con ellos, con una conversación que disminuye la fatiga.

PAN DEL CAMINO

Esto es lo que nos ocurre a nosotros al recibir al Señor en la Eucaristía, ese pan del camino. Sigue diciendo San Josemaría:

Me imagino la escena, ya bien entrada la tarde. Sopla una brisa suave. Alrededor, campos sembrados de trigo ya crecido, y los olivos viejos, con las ramas plateadas por la luz tibia.
Jesús, en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario.

NO ENTERRAR A DIOS

Como contrasta la fe operativa de los santos con la incredulidad práctica de tantos.

Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado:

quizá el filósofo no se daba cuenta de que esta frase estaba tomada –casi al pie de la letra– de la tradición cristiana y que nosotros la repetimos a menudo en el vía crucis.

Lo hemos repetido sin darnos cuenta de la gravedad de lo que decíamos: Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado.

Y en cierto modo parece que también nosotros que lo hemos enterrado.

Y lo sepultamos cada vez que lo metemos en la concha rancia de nuestra rutina.

Cuando nuestra piedad consiste en monótonas frases sin mucho contenido, que carecen de vida y huelen a flores de sepultura.

Por eso este siglo se convierte cada vez más en un gran viernes santo.

Y el silencio de Dios en este siglo nos habla también de la poca fe de los creyentes, y de la caridad que se enfría en estos tiempos.

EL SILENCIO DE DIOS

Pero la muerte de Dios –en Jesucristo– aunque es el misterio más oscuro de nuestra fe, también se convierte en nuestro motivo más claro de esperanza.

Además sólo a través de este silencio de Dios podemos comprender perfectamente quien es Jesús y en qué consiste de verdad su mensaje.

La imagen que nos formamos de Dios, en la que muchas veces tratamos de encerrarlo debe ser destruida.

Jesús murió para que en sus discípulos muriese su falsa idea de Dios.

Ellos –como nosotros– necesitamos el silencio de Dios para experimentar su grandeza y nuestra impotencia.

EL SUEÑO DE DIOS

Hay una escena del evangelio que es como una anticipación de todo lo que venimos hablando, que le encantaba a nuestro Padre, y que viene a resumir los últimos años de su vida.

Esta escena viene ha anticipar de alguna forma el actual momento histórico que nos ha tocado vivir a nosotros también.

Cristo duerme en una barca.

Y la barca envestida por la tempestad, parece naufragar.

El profeta Elías se había reído en una ocasión de los sacerdotes de Baal, que invocaban inútilmente a grandes voces a su dios para que hiciera descender fuego sobre el sacrificio, y con ironía les animaba a gritar más fuerte no fuese que su Dios estuviera dormido.

¿Es cierto que Dios duerme?

Pues sí, lo que decía Elías nos ha tocado también a los cristianos de hoy.

La barca de Dios parece naufragar. Dios duerme mientras sus cosas parecen naufragar. Quizás es esta la experiencia de nuestra vida.

La iglesia se asemeja a una pequeña barca que lucha inútilmente contra las olas y el viento, mientras Dios parece estar ausente. Así la describía nuestro Padre en sus últimas cartas. Y con esa pesadumbre vivió sus bodas de oro sacerdotales.

Los discípulos, en aquella ocasión se pusieron nerviosos y agitaron al señor para que despertase.

NUESTRA POCA FE

Y Jesús se mostró sorprendido y les reprochó su poca fe.

Quizás nuestro caso es el mismo.

Ha escrito San Josemaría:

Hijos míos, ¡ocurren tantas cosas en la tierra...! Os podría contar de penas, de sufrimientos, de malos tratos, de martirios –no le quito ni una letra–, del heroísmo de muchas almas. Ante nuestros ojos, en nuestra inteligencia brota a veces la impresión de que Jesús duerme, de que no nos oye.

Cuando la tempestad pase nos daremos cuenta de que nuestra poca fe estaba llena de cargada de insensatez.

–Y ahora, Señor no podemos hacer otra cosa que zarandearte, moverte, porque estás en silencio y duermes. Y te gritamos: despierta, ¿no ves que naufragamos?

Despierta, Señor, no dejes que dure eternamente la oscuridad, deja caer un rayo de Pascua también sobre nuestros días. Danos tu ayuda porque sin ti naufragaremos.

Esto es lo que decía San Josemaría:

Cuando la fe flojea, el hombre tiende a figurarse a Dios como si estuviera lejano.

-Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria.

ESTÁ MUY CERCA PERO OCULTO

Sin ningún signo de gloria, así vemos al Señor todos los días, y así lo veía la Virgen, con familiaridad, y sin cosas extraordinarias.

Pidámosle a la Virgen fe en la Eucaristía, donde el Señor se oculta, y confianza en el Amor de Dios.

Dios que todo lo tiene dispuesto para que nosotros realicemos nuestro sacrificio, pues todos en la Obra tenemos alma sacerdotal.

Fe como la de nuestro Padre pedimos hoy al Señor, y nos vamos hacia esa Iglesia de san Carlos donde el Señor lo hizo sacerdote para siempre.

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