Nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles las últimas palabras del Señor antes de subir al Cielo (1, 8):
«seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (...) Entonces regresaron a Jerusalén (...)
Todos ellos perseveraban unánimes en la oración... ».
Después de la marcha al Cielo de nuestro Señor empezó en la Iglesia una nueva etapa, la etapa de la fidelidad.
A los cristianos se les llamaba precisamente así, fieles.
También en las instituciones de la Iglesia con la marcha de su fundador comienza la etapa de la fidelidad.
Los Apóstoles fueron muy fieles al Evangelio, y lo transmitieron a precio de sangre.
No siempre la cosa fue fácil, pues desde el principio hubo muchas dificultades para vivir la unidad entre los cristianos.
Las cartas de San Pablo nos hablan de dificultades graves, y también de la fortaleza del Apóstol, que incluso tuvo que corregir a San Pedro en Antioquía.
La corrección de San Pablo hace que la Roca de la Iglesia, Pedro, no desfallezca en su fidelidad.
También nosotros vamos a pedirle al Señor ahora:
—Jesús haznos fieles, con la fortaleza de los Apóstoles, con una fortaleza llena de cariño y sentido común.
Nuestra fidelidad, lo mismo que la de los Apóstoles consiste muchas veces en no cansarnos de corregir.
Es una tentación pensar que la corrección fraterna no sirve para nada.
Quizá no sirve una “sola” corrección, porque el Señor nos pide una caridad más perseverante, quiere que sigamos insistiendo con cariño.
Nosotros somos testigos de que el Señor no abandona a su hijos. Él personalmente es nuestro buen pastor:
—Aunque camine por valles tenebrosos nada temo, porque tu vas conmigo. Si ambulávero in valle umbrae mortis, non timebo mala, quóniam tu mecum es.
Cada uno de nosotros, y la Iglesia entera puede decir esto: —Señor tu vas conmigo, tu mecum es.
Por eso aunque la historia de la Iglesia es la historia de las debilidades de unos y de otros, también es la historia de la acción de la gracia.
Siempre ha habido dificultades y divisiones: las más graves fueron en los primeros siglos. Ha habido herejes, que causaban cismas.
Pero por encima de todo, ha habido santos.
Es curioso, pero es así: el Señor no dejó escrito el Evangelio, y ni siquiera lo revisó.
Tampoco dejó el Catecismo de la Iglesia Católica.
Hicieron falta concilios, hombres fieles, estudiosos, y sobre todo personas que en cada época fueron verdaderos cristianos.
Por algo fue. Porque la fidelidad que nos pide el Señor no consistió en inventar cosas...
Pero había mucho que hacer.
La fidelidad que nos pide el Señor a los cristianos no es una cosa estática. No se trata sólo de conservar sino de hacer fructificar.
Se trata de vivir un espíritu, el espíritu de la del Evangelio, que no es una cosa rígida, o momificada.
Tenemos que conocer muy bien lo que nos ha dejado el Señor, lo que nos han dejado los santos para hacerlo vida.
Hacer vida el espíritu del Evangelio:
Un corazón vivo no amojado o encorsetado.
No se trata de conocer unos criterios sino de vivir un espíritu que se adapta a las situaciones variadas.
Hablando de fidelidad Juan Pablo II en ¡Levantaos! ¡Vamos! p. 179 dice:
«no se limita solamente a defender y salvaguardar lo que ha sido confiado, sino que tiene el valor de negociar con los talentos para multiplicarlos (Mt 25, 14-30)».
En la parábola de los talentos el Señor nos habla de uno que enterró lo que había recibido.
Indudablemente es una forma de fidelidad, pero mal entendida.
En la Iglesia está todo hecho, pero también está todo por hacer.
El Señor necesita ahora la imaginación de San Pablo, la imaginación de San Josemaría: una fidelidad que no es estática ni rígida, sino que es una fidelidad viva.
En la carta apostólica que escribió con ocasión del comienzo del nuevo milenio el Papa recordó la necesidad de cultivar un amor creativo (¡Levantaos! ¡Vamos! p. 102):
Es la hora —decía— de una nueva fantasía de la caridad (Novo millennio ineunte, 50)
Nosotros gracias a Dios no nos encontramos con tantas dificultades para vivir nuestro espíritu como los primeros cristianos.
Pero como ha dicho recientemente el Papa:
Hoy hace falta mucha imaginación
Se necesitan personas que amen y piensen, porque la imaginación vive del amor
Agradecimiento a Dios por la fidelidad de los santos, sobre todo los que han vivido con nosotros.
Santos que han ayudado al Señor en nuestra época a abrir caminos de fidelidad.
Cor Mariae Dulcissimum iter serva tutum.
Cada uno somos responsables ante Dios de que el espíritu de Cristo se conserve siempre intacto.
Las prácticas de piedad aprobadas por la Iglesia son camino seguro de santidad personal y medio para que el espíritu del Evangelio no se desvirtúe nunca.
Así, rezando como la Iglesia quiere, ayudamos –por la Comunión de los santos a todos los cristianos.
Nos dice el Evangelio, que una vez que se despidió el Señor:
«Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús»
Este es el secreto perseverar con María. Por eso le decimo a Ella, de nuevo:
Cor Mariae Dulcissimum iter serva tutum.
«seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (...) Entonces regresaron a Jerusalén (...)
Todos ellos perseveraban unánimes en la oración... ».
Después de la marcha al Cielo de nuestro Señor empezó en la Iglesia una nueva etapa, la etapa de la fidelidad.
A los cristianos se les llamaba precisamente así, fieles.
También en las instituciones de la Iglesia con la marcha de su fundador comienza la etapa de la fidelidad.
Los Apóstoles fueron muy fieles al Evangelio, y lo transmitieron a precio de sangre.
No siempre la cosa fue fácil, pues desde el principio hubo muchas dificultades para vivir la unidad entre los cristianos.
Las cartas de San Pablo nos hablan de dificultades graves, y también de la fortaleza del Apóstol, que incluso tuvo que corregir a San Pedro en Antioquía.
La corrección de San Pablo hace que la Roca de la Iglesia, Pedro, no desfallezca en su fidelidad.
También nosotros vamos a pedirle al Señor ahora:
—Jesús haznos fieles, con la fortaleza de los Apóstoles, con una fortaleza llena de cariño y sentido común.
Nuestra fidelidad, lo mismo que la de los Apóstoles consiste muchas veces en no cansarnos de corregir.
Es una tentación pensar que la corrección fraterna no sirve para nada.
Quizá no sirve una “sola” corrección, porque el Señor nos pide una caridad más perseverante, quiere que sigamos insistiendo con cariño.
Nosotros somos testigos de que el Señor no abandona a su hijos. Él personalmente es nuestro buen pastor:
—Aunque camine por valles tenebrosos nada temo, porque tu vas conmigo. Si ambulávero in valle umbrae mortis, non timebo mala, quóniam tu mecum es.
Cada uno de nosotros, y la Iglesia entera puede decir esto: —Señor tu vas conmigo, tu mecum es.
Por eso aunque la historia de la Iglesia es la historia de las debilidades de unos y de otros, también es la historia de la acción de la gracia.
Siempre ha habido dificultades y divisiones: las más graves fueron en los primeros siglos. Ha habido herejes, que causaban cismas.
Pero por encima de todo, ha habido santos.
Es curioso, pero es así: el Señor no dejó escrito el Evangelio, y ni siquiera lo revisó.
Tampoco dejó el Catecismo de la Iglesia Católica.
Hicieron falta concilios, hombres fieles, estudiosos, y sobre todo personas que en cada época fueron verdaderos cristianos.
Por algo fue. Porque la fidelidad que nos pide el Señor no consistió en inventar cosas...
Pero había mucho que hacer.
La fidelidad que nos pide el Señor a los cristianos no es una cosa estática. No se trata sólo de conservar sino de hacer fructificar.
Se trata de vivir un espíritu, el espíritu de la del Evangelio, que no es una cosa rígida, o momificada.
Tenemos que conocer muy bien lo que nos ha dejado el Señor, lo que nos han dejado los santos para hacerlo vida.
Hacer vida el espíritu del Evangelio:
Un corazón vivo no amojado o encorsetado.
No se trata de conocer unos criterios sino de vivir un espíritu que se adapta a las situaciones variadas.
Hablando de fidelidad Juan Pablo II en ¡Levantaos! ¡Vamos! p. 179 dice:
«no se limita solamente a defender y salvaguardar lo que ha sido confiado, sino que tiene el valor de negociar con los talentos para multiplicarlos (Mt 25, 14-30)».
En la parábola de los talentos el Señor nos habla de uno que enterró lo que había recibido.
Indudablemente es una forma de fidelidad, pero mal entendida.
En la Iglesia está todo hecho, pero también está todo por hacer.
El Señor necesita ahora la imaginación de San Pablo, la imaginación de San Josemaría: una fidelidad que no es estática ni rígida, sino que es una fidelidad viva.
En la carta apostólica que escribió con ocasión del comienzo del nuevo milenio el Papa recordó la necesidad de cultivar un amor creativo (¡Levantaos! ¡Vamos! p. 102):
Es la hora —decía— de una nueva fantasía de la caridad (Novo millennio ineunte, 50)
Nosotros gracias a Dios no nos encontramos con tantas dificultades para vivir nuestro espíritu como los primeros cristianos.
Pero como ha dicho recientemente el Papa:
Hoy hace falta mucha imaginación
Se necesitan personas que amen y piensen, porque la imaginación vive del amor
Agradecimiento a Dios por la fidelidad de los santos, sobre todo los que han vivido con nosotros.
Santos que han ayudado al Señor en nuestra época a abrir caminos de fidelidad.
Cor Mariae Dulcissimum iter serva tutum.
Cada uno somos responsables ante Dios de que el espíritu de Cristo se conserve siempre intacto.
Las prácticas de piedad aprobadas por la Iglesia son camino seguro de santidad personal y medio para que el espíritu del Evangelio no se desvirtúe nunca.
Así, rezando como la Iglesia quiere, ayudamos –por la Comunión de los santos a todos los cristianos.
Nos dice el Evangelio, que una vez que se despidió el Señor:
«Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús»
Este es el secreto perseverar con María. Por eso le decimo a Ella, de nuevo:
Cor Mariae Dulcissimum iter serva tutum.
–Corazón Dulcísimo de María, contigo el camino de la fidelidad será seguro:
enséñanos a cultivar los talentos que nos ha dado tu Hijo,
concédenos que nuestra imaginación esté al servicio del Amor de Dios.
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