sábado, 23 de febrero de 2008

EL AGUA CORRIENTE

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El Evangelio nos habla del encuentro del Señor con una mujer, que iba a buscar agua a un pozo porque no tenía agua corriente en su casa (cfr. Jn 4, 5-42.).

Es el conocido pasaje de la mujer samaritana, que cambió su vida después de estar con Jesús.

Debía de ser bastante incómodo tener que ir por agua cada vez que la necesitaba. Incómodo ir, y más incómodo volver.

Recuerdo un viaje a un pueblo de Andalucía, a casa de un amigo, que tenía un pozo antiguo en el patio de atrás. Había servido en tiempos pasados para no tener que ir fuera a por agua.

Antiguamente, me decía, la gente rica era la que tenía un pozo en su casa. Lo normal era tener que salir a una fuente del pueblo para conseguirla.
Por eso, lo del agua corriente fue un invento increíblemente práctico, y que mejoró bastante la vida de las personas, porque el agua es algo esencial para el hombre.

La Sagrada Escritura nos dice que en el desierto los israelitas le pidieron a Moisés: –Danos agua de beber (cfr. Ex 17, 3-7). Ese agua natural potable sin la que es imposible que se de la vida, pues el cuerpo humano está compuesto en gran medida de agua, y necesita de ese líquido elemento.

De ese agua que no está estancada, ese agua que corre, que la Escritura llama por eso, «agua viva» en contraposición del «agua muerta». Por eso el agua corriente, al ser un agua viva, es un agua que salta.

Señor, Tú eres de verdad el Salvador del mundo; dame de beber agua viva (cfr. Jn 4, 42), le decimos ahora.

Jesús vino a traernos ese Agua sobrenatural Corriente, que salta hasta la vida eterna. Es más, los cristianos que somos amigos de Dios, tenemos dentro de nosotros «un surtidor».

Los cristianos no tenemos necesidad de adorar a Dios en un templo concreto, porque el Señor habita en nuestro interior mediante la «gracia». Esto es un «regalo» muy especial que hace a sus amigos darle este «agua».

Hace años me contaba una persona que, estaba paseando por la explanada de un santuario, cuando, de repente salió de la capilla de confesionarios un hombre de unos cuarenta años saltando de alegría y gritando soy libre, soy feliz, soy feliz, hacía veintidós años que no me sentía tan feliz. A veces, el «agua de la gracia» hace saltar hasta físicamente.

El agua que trajo el Señor, es suya y de su Padre. Este agua es un «don del Espíritu Santo» que, como decimos en el Credo, la Tercera Persona de la Trinidad es «dador de vida» porque nos regala «ese agua».

Nada más empezar la Biblia, se cuenta como al inicio de la Creación «La tierra era caos y vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gen. 1, 2).

Con esto se quiere explicar que, cuando todavía nada vivo, ni pájaros, ni plantas, cuando estaba el universo muerto, apareció el Espíritu de Dios para darle vida, «el espíritu de Dios», dice el Génesis, «se cernía sobre las aguas».

Cuando nuestra alma está muerta, sin vida; cuando hemos echado a Dios, el Espíritu se encarga de que volvamos a Él, de rehacernos.

Todo esto se lo estaba explicando Jesús a esta señora samaritana, que tenía bastante desparpajo y vida social. Había estado casada varias veces, y en la actualidad convivía con uno que no era su marido.

Como sabemos, se encontró con el Señor cuando iba por agua. Y Jesús aprovecha esa situación para hablarle del «agua sobrenatural».

El Señor le dice que Él tiene un tipo de agua que le quitará la sed para siempre. Que se formará dentro de ella una fuente.

Jesús mismo dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba (…) De sus entrañas correrán ríos de agua viva». Y el propio evangelista explica que «se refirió con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él» (Jn 7, 37–39).

Parecía imposible que aquella mujer rehiciese su vida después de tanto marido. Además, pensaría ella, sería imposible que Jesús le diera del agua que decía, si ni siquiera tenía cubo para sacarla del pozo.

Las palabras del Señor le parecerían increíbles, como increíble fue la aparición del agua corriente en el pueblo de mi amigo.
–Señor, le decimos como la samaritana, danos de ese agua que salta hasta la vida eterna.

Este Agua, la encontramos nosotros corrientemente en los sacramentos de la Iglesia y en la oración.

Mucha gente piensa como la Samaritana, que es imposible encontrar un tipo de agua que te quite la sed para siempre. Piensan que es absurdo creer que asistir a Misa o confesar con frecuencia te vaya a hacer feliz.

No se creen que, si frecuentas los sacramentos y haces oración, no hay que hacer viajes para ir en busca de la felicidad fuera de uno mismo. No creen que eso les vaya a mejorar la vida, porque, piensan que no sirve para nada.

Y, es verdad, parece que no te ocurre nada cuando haces oración, vas a Misa o te confiesas. Pero inexplicablemente la gente que lo hace está más optimista y tiene menos complicaciones.

Y los que no siguen este camino, curiosamente tiene que seguir yendo al pozo y, vuelven a tener sed ,porque lo que beben no les satisface.

Cuentan que un fraile le dijo a su superior, un fraile–jefe, que quería dejar la oración porque no le decía nada, que para hacer una burla mejor no hacerla…

El superior no dijo nada, y le pidió que cogiera una cesta sucia de mimbre del almacén y que fuera al río para traerle agua.

El fraile, como era buena persona, obedeció y al volver con la cesta vacía, el superior le dijo: ¿no traes agua? El fraile contestó, como era lógico, que no, porque al intentar llenar la cesta de mimbre el agua se había escapado por los agujeros.

Entonces el fraile–jefe le hizo ver que, por haber hecho eso, ahora la cesta estaba más limpia que antes de meterla en el río. Eso mismo nos pasa con los sacramentos y la oración.

Teresa de Jesús, antes de su conversión, estando enferma, tenía en su habitación una pintura de esta escena que estamos meditando de la Samaritana.

Aparece el momento en el que aquella mujer, simpática y de vida desarreglada, le pedía al Señor: –dame de ese agua. Así también podemos hacer nosotros: –Señor danos de esa agua, así no tendremos más sed.

Ignacio Fornés y Antonio Balsera

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