La cercanía de Dios nos pide siempre un nuevo cambio: todos somos pecadores.
Hace algún tiempo vino una profesora de 3º de Primaria para ver si podíamos subir a la clase y explicarles que criticar no está bien. Yo pensé que aquello era un poco exagerado: ¡niñas de 6 años criticando!
Aquello fue un espectáculo. Entré en la clase y, mientras les explicaba que ni siquiera se debe pensar mal de la gente, todas sonreían y me miraban fijamente. Era una situación un poco incómoda. Vete tú a saber lo que estaban pensando mientras.
A veces no resulta cómodo decir a una persona que tiene que cambiar. Por eso hay quien se resiste a hablar claro a los demás. Esto le sucedía al profeta Jonás, que pensaba que no le iban a hacer caso.
Decirle a una persona las cosas que hace mal, cuesta. A nadie le sienta bien que se lo digan. Es verdad que siempre hay que hacerlo con delicadeza, pero exigir cuesta, no está de moda.
En el salmo le hemos dicho al Señor «enséñame tus caminos» y uno de esos caminos que tiene previsto es el de hablar claro a los demás (Sal 24, responsorial)
–Enséñanos a corregir.
En el fondo, lo que nos pasa es que no queremos hacerlo porque vamos a caerle mal a una persona o a muchas. Sabemos que van a pensar de nosotros un poco regulín, por lo menos durante unos minutos.
Cuando una madre regaña a su niño, el niño pone cara de enfado y le dice: -ya no te quiero. A San Juan Bautista, hablar claro le costó, no solo la lengua sino la cabeza.
Hubo un santo en Polonia, en el siglo XI, que se atrevió a corregir el comportamiento del mismísimo rey, por sus inmoralidades. Entonces el rey, molesto, ordenó matarlo. Como los que tenían que hacerlo se resistían a matar a una persona tan santa, el mismo rey Boleslao II subió al altar de la catedral de Cracovia y, mientras San Estanislao celebraba la Santa Misa, lo asesinó con sus propias manos.
Jonás acabó predicando la conversión en Nínive (la actual Bagdad). Él se resistía a ir para allá, y el Señor tuvo que llevarlo en el interior de una ballena, inventando así el primer submarino de la historia.
CONVERSIÓN EN MEDIO ORIENTE
Era necesaria la conversión de los ninivitas. Tenían que cambiar la mala vida que llevaban. Y para eso un hombre debía decirlo, porque el Señor utiliza instrumentos (cfr. Jon 3,1-5.10: primera lectura de la Misa).
A veces, el Señor, se sirve incluso de los niños. Contaba una madre de familia con tres hijos que, en un reciente viaje en tren, la mayor, una niña rubia que no es más alta que una silla, se dirigió a una persona mayor que estaba leyendo una revista inconveniente y le dijo: ¿Usted no sabe que lo que mancha a un niño mancha a un viejo?
CONVERSIÓN EN OCCIDENTE
Ahora es necesario que se de un cambio en nuestra vida. Pero si vemos que no lo necesitamos –como le ocurría a los de Nínive– entonces es que nuestra conversión debe ser más urgente todavía.
Hay gente que se deja decir las cosas. Se nota que te escuchan cuando le estás diciendo algo que no va. Y, como son humildes, aunque les siente a cuerno quemado lo que le estás diciendo, te hacen caso.
Otros, en cambio, no se dejan decir nada. Les dices algo y entonces se enfadan, y te ponen en su lista negra. O piensan que esa es tu opinión y que, por su puesto, está equivocada porque hay gente que les conoce y nunca le han dicho eso.
Puede ser que Dios envíe a alguien para que nos diga: –No eres excesivamente malo, pero tampoco eres excesivamente bueno. Te estás volviendo tibio.
En realidad nos están diciendo que vamos bastante mal, porque a los tibios, dice San Juan, Dios los vomita de su boca.
Aunque seguramente nuestra vida no será así, porque vivimos como cristianos. Pero puede ser que nos de miedo corregir, meternos en la vida de los demás.
Y nos puede dar miedo que nos señalen con el dedo y digan o piensen: -mira por ahí va la cristiana, la que no le gusta que hablemos de cosas frívolas...
PEQUEÑO JONÁS
Si huimos de colaborar en la conversión de los demás seríamos como Jonás. La palabra «metanoia», que significa conversión, puede sonarnos a griego, porque no queremos saber nada de las enfermedades ajenas. No queremos pensar en las cosas que las amigas hacen mal, no vaya a ser que las tengamos que corregir después de esta meditación.
El Señor, a los cristianos, nos ha puesto como médicos de urgencia: la gente que tenemos a nuestro alrededor necesita de nuestra ayuda. Y hay que darse prisa porque como dice San Pablo «la representación de este mundo se termina» (en segunda lectura de la Misa: 1Co 7,29-31).
LA RECETA
Es tan importante anunciar conversión que esto fue lo primero que hizo Jesús: iba predicando «convertíos y creed en el Evangelio».
Si queremos que la gente cambie de verdad hay que hablarles del Evangelio. Y el cristianismo se puede resumir en tres palabras: amistad con Jesucristo. Esto es lo importante porque no se puede conseguir metanoia sin receta.
Y como todas las medicinas, las madres las convierten en cosas apetitosas. La Virgen nos ayudará a que la gente cambie dándoles la amistad con Jesucristo.
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