Danos
el pan de cada día
Jesús
nos enseña a pedirle hasta las cosas más materiales. Por eso en una de las
peticiones del Padrenuestro pedimos el pan. Pero
detrás del pan está Dios. Al Señor le interesan nuestras matemáticas
y lo que hemos comido hoy de primer plato… Todas esas cosas que interesan a
nuestros padres.
«Danos
hoy nuestro pan de cada día».
Esta es la petición de una persona que está necesitada. Nos recuerda el hambre
que pasaba el pueblo de Israel cuando iba por el desierto. Y entonces le
pidieron a Dios, y Él les envió pan del cielo. Era el famoso maná con el que los
israelitas se alimentaban cada día.
Maná
Pero
el verdadero maná es Jesús. Él mismo es el pan del cielo, que ha
bajado para alimentarnos. La Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor, es el
mismo banquete celestial que comemos también hoy.
Jesús
ha querido que el tema del pan ocupara un lugar importante en su predicación.
Desde las tentaciones que tuvo en el desierto, pasando por la multiplicación de
los panes, hasta la última cena. Toda la vida del Señor está marcada por el
pan. Jesús recordó lo que ya estaba escrito: «No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que
procede de la boca de Dios (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3). Y la Palabra que procede de
Dios es el mismo Jesús. Esto no son teorías. El Señor dice que
Él es el Pan de Vida. Antes no les despidió sin darles de comer. Pero luego,
en la sinagoga de Cafarnaún pronuncia el gran discurso del Pan de Vida, porque
no quería que la gente pensara que la necesidad del hombre se reduce al pan
material.
«Porque
no solo del pan vive el hombre sino de la Palabra que procede de la boca de Dios». Jesús es el verdadero alimento, es la
Palabra eterna de Dios. Y esa Palabra eterna se ha hecho carne. No es solo una
idea, se ha materializado, se ha hecho hombre y nos habla con palabras humanas.
Pero no solo se hace hombre, sino que también se hace pan material. Esta es la
gran novedad: la Segunda Persona se hace Hombre, y nos alimenta primero con su
Palabra y luego con su Cuerpo. Ese es el motivo por el que, en el Sacrificio de
la Misa hay dos mesas: la mesa de la Palabra y la mesa de Eucaristía.
Jesús
no habla con un lenguaje figurado, dice que
hemos de comerlo. Y muchos dejan de seguirle porque no tienen fe en lo que está
diciendo; les parecía una cosa dura. No solo de pan vive el hombre, sino de la
Palabra que sale de Dios. La Palabra eterna se convierte realmente en maná, es
el pan del cielo, el pan futuro, el que recibiremos en la eternidad, es
Dios mismo.
Un día
una universitaria, le preguntó a la directora de su residencia:
–Oye,
tú, teniendo cinco hijos y trabajando aquí de directora, ¿como es que aguantas?
No entiendo. Te veo que vas sobrada.
Rosa,
sonriendo, dijo: –Hombre, mujer, no ha sido así siempre. ¿Sabes cuándo cambié?
–No.
–Bueno,
la verdad es que yo tampoco. Fue una cosa gradual. Pero yo pienso que cambié cuando decidí comulgar todos los días.
–A
mí –dijo Beatriz– me han dicho muchas veces que eso es muy bueno, pero nunca lo
he hecho.
–Los
primeros días no noté nada.
Pero luego, cuando llevaba unos meses comulgando me fije: ¡Hay que ver! ¡Si me
ha cambiado hasta el carácter!.
Palabra
que se hizo pan
Dios
que es un ser espiritual, cuando quiere conectar con los hombres se hace muy
material. Nosotros, para ser muy sobrenaturales, hemos de ser muy humanos,
materializar todo. Esto es lo que el Señor nos muestra en la Eucaristía. «Danos tu pan», le decimos.
¿Y
por qué comulgamos
con poco fruto? Quizá es que nos falta fe. No acabamos de creernos que el Señor
baja cada día para nosotros. ¿Por qué, cuando comulgas, te distraes, o ni siquiera te quedas diez minutos para dar gracias?
No es la materialidad de comulgar sino de que la aprovechemos y nos sirva. Si
queremos, Dios nos cambia. Una cosa es comer y otra alimentarse. Hay personas a
las que la comunión diaria les sirve de poco, porque no la aprovechan. Le
tenemos que demostrar nuestra fe y nuestro amor al Señor.
Si
le pedimos todos los días a Dios en la acción de gracias, después de la Misa,
una cosa, nos la concederá en pocos meses. El Señor nos obedece. Eso es lo que
pensaban los santos. «Danos
hoy nuestro pan de cada día».
Es como si Él
nos dijera: «Pedid
el pan porque Yo soy el Pan. Os ayudo en lo que vosotros necesitéis».
Si pensamos que somos capaces de hacer algo sin necesidad de
ayuda, somos unos orgullosos. El orgullo nos hace violentos y fríos. Dios no quiere que seamos así. Recibir a Dios
todo los días nos hace ser como Él. Nos quita el
orgullo y nos hace amables.
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