Como a los que hablaba eran pescadores y agricultores las anécdotas eran de ese estilo:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron…»
(Mt 13,1ss).
Seguramente si Jesús tuviera que hablarnos a nosotros, trataría de cosas cercanas, como es lógico, no iba a hablarnos de teorías.Las personas que vivimos en un Colegio Mayor tenemos nuestra vida, con los problemas pequeños, y a veces no tan pequeños.Ayer llevaron a enterrar a un residente del Colegio Mayor donde vivo. Era de la primera planta. De la habitación número cuatro.
Todo el mundo le llamaba Gusgús. Y de una parada cardio-respiratoria no se recuperó.Lo trágico es que el compañero de habitación no se dio cuenta, sino otro, que en ese momento fue a verle.Son cosas que suceden en los Colegios Mayores: siempre hay movidas.Por eso si el Señor tuviera que hablarnos a nosotros no diría nada del sembrador, sino del Colegio. Sin embargo las parábolas del Señor tienen tanta fuerza que todavía sirven, aunque nosotros seamos urbanos.
LA PALABRA DE DIOS
El Evangelio de la Misa de este domingo habla de la Palabra de Dios que cae en nuestro corazón.Este año, el Señor ha sembrado su palabra en todos nosotros. Y lo que sucede es que hay gente que oye con gusto las cosas de Dios, pero viene el Maligno, y hace que lo que el Señor sembró desaparezca.
Sigue diciendo Jesús: Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta en seguida con alegría.Pero al ser superficial, y no tener raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad, o persecución, motivada por creer en Dios, entonces aquel que escuchaba con alegría, sucumbe (cf. Mt 13,1-23).Lo que vemos por experiencia es que lo peor no es un gran pecador que ha cometido grandes crímenes.
Lo peor es intentar hacer compatible el amor de Dios con las cosas del Maligno.Lo que sucede entonces es que el Demonio llega y arrebata lo que se ha sembrado.Para algunas personas las cosas de Dios son sólo cosas bonitas. «Palabras, palabras, palabras», así dice la letra de una canción italiana.
PAROLE, PAROLE, PAROLE
En esa canción italiana se oye una voz masculina que de forma cálida va diciendo en francés cosas bonitas y afectuosas.Mientras que la cantante italiana va repitiendo:
«Parole, parole, parole».El argumento de la canción viene a decir que muchas veces las palabras de amor, no valen nada.Como decía aquella protagonista del papel cuché:
«El amor es eterno mientras dura».Para algunas personas las palabras de amor, sólo significan sonidos de poco valor.Sin embargo hay otras palabras que se clavan como puñales, para bien o para mal.Unas son las palabras de amor sinceras y bellas, y otras son flechas envenenadas. Hay palabras malvadas y palabras sinceras.Pero de Dios sólo nos pueden venir palabras sinceras y buenas, porque Él es bueno.Hace unos días un alemán me decía que hay una expresión de san Josemaría que le resultaba magistral: que a veces hay que «herir para sanar».
HERIR PARA SANAR
Pues si la Palabra de Dios nos hiere es porque estamos enfermos, y Ella nos pueden sanar (cfr. Primera lectura de la Misa: Is 55,10-11).Dice Isaias: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra […] y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo» (Is 55,10-11).
Por eso cuando la palabra de Dios cae en buena tierra siempre da fruto (cfr. Respuesta del Salmo de la Misa: Lc 8,8).Ojalá en nuestro caso se pudiera decir también: «La semilla cayó en tierra buena y dio fruto».Por eso todo lo que el Señor ha sembrado en este curso que acaba tiene que fructificar. Las cosas que te ha ido sugiriendo a través de la conciencia.Precisamente nuestra maduración, no se dará sin las dificultades.
La semilla para dar fruto tiene que morir.La palabra de Dios no se siembra sin esfuerzo, ni da fruto sin sufrimiento. San Pablo habla de dolores de parto, hasta que nos transformemos, hasta que nos convirtamos en otra criatura (cfr. Segunda Lectura de la Misa: Rom 8,18-23).Me acuerdo de lo que en una ocasión me dijo un sacerdote experimentado: «Casi siempre nos ayudan más los fracasos que los éxitos»
Esto es así, con frecuencia nos maduran más las contrariedades. Y en nuestra vida siempre habrá agobios y contrariedades.
Nada más que hay que ver el libro de intenciones de la Misa en un Colegio Mayor.
El otro día me preguntaba un chico: –¿Son distintas las peticiones que se hacen en un Colegio Mayor femenino que en un masculino?
–Pues sí, en un colegio femenino la gente cuenta su vida. En el de chicos sólo se hacen peticiones concretas. Si Gusgús hubiera vivido en el Colegio femenino hubieran rellenado varias páginas. En cambio del fallecimiento de Gusgús me enteré en la comida.
De todas formas hay excepciones. Por ejemplo, un colega mío que estuvo trabajando en un colegio de enseñanza media, recibió el mail del director del centro educativo que te voy a leer:
«En el oratorio del Colegio –escribe el director– tenemos un dietario donde los niños van escribiendo, día a día, las intenciones por las que aplicar la Santa Misa. Le adjunto el texto de hoy, que no tiene desperdicio. El chico es de 2º de ESO y lleva todo el día llorando como una Magdalena:
»Por mi perro, porque lo quiero, y que Dios lo tenga con él y lo quiera y cuide mejor que yo.
»Por mi perro y los ratos felices que me hecho pasar, las veces que se ha escapado y lo he reñido, los malos ratos con él, que han sido pocos.
»Por mi perro, que se llamaba Patán y lo quería y lo seguiré queriendo hasta el final de mi vida.
»Te quiero, Patán, no te olvidaré jamás.
»Eres un gran perro, el mejor que se pueda desear, y que lo pase bien al lado de Dios porque se lo merece.
»Adiós. Te quiero».
No me voy a tomar a broma la tragedia de un chaval de catorce años que acaba de perder a uno de sus mejores amigos.
No me voy a tomar eso a broma como me tomé la muerte de Gusgús, que seguramente ya habréis adivinado que se trataba del pez que tenía el residente de la habitación número cuatro.
Me pidió consejo cómo enterrarlo porque lo iban a hacer con solemnidad, como aparecerá en Tuenti.
Le dije que para honras fúnebres de un pez lo mejor sería llevarle en una funda de gafas, porque son como un ataúd en pequeñito.
Y así lo llevaron hasta el Triunfo, pero no para enterrarlo sino para echarlo en una de las más conocidas fuentes de Granada.
MORIR PARA DAR FRUTO
Para que la palabra de Dios de fruto tiene que morir. Y estamos en una sociedad sentimental, en la que no se entiende el por qué de la cruz. No se entiende el valor del sacrificio.
Y para que la palabra de fruto, también la tierra tiene que ser buena. Esta es nuestra misión: conseguir que nuestro corazón este preparado (cfr Evangelio de la Misa: 13,1-23).
La tierra de nuestro corazón puede estar llena de piedras que hacen que no arraigue la palabra de Dios cuando hay dificultades. Pero las verdaderas dificultades están dentro, no fuera de nosotros.
También están las zarzas de las preocupaciones excesivas por lo material, que ahogan la voz de Dios.
Y también está la superficialidad, porque nuestro corazón se ha convertido en un lugar de paso, un camino que transita cualquier idea. La palabra de Dios no arraiga en un alma de portera.
Todo esto que nos cuenta nuestro Señor en el Evangelio puede resultar interesante, pero sonarnos como palabras bonitas: parole, parole, parole, que dice la canción.
Pero no olvidemos que son palabras de honor, puesto que nuestro señor murió por mantenerlas. Así fue, la Palabra de Dios murió crucificada. Pero resucitó. La semilla tuvo que morir para dar fruto.
De hecho esto se repite todos los días: Jesús muere, y resucita en la Santa Misa. Jesús mismo es la Palabra de Dios que se hace trigo, pan, para que nosotros podamos recibirle.
Lo que hemos hablado no son cosas teóricas. Recibimos la Palabra de Dios cuando comulgamos.
RECIBIR LA PALABRA DE DIOS
Por desgracia el Señor viene a nosotros, pero después de la Misa la gente sale, y parece que aquello no arraiga.
Es como si se sembrara al borde del camino, y enseguida desaparece. Una persona que no da gracias después de la Misa, aunque comulgue a menudo la semilla no crece porque carece de la tierra de nuestro tiempo.
Por superficialidad otras cosas parecen más urgentes o necesarias, y las preocupaciones de la vida la ahogan la Palabra de Dios.
Vamos a terminar haciendo este propósito: quedarnos siempre haciendo los diez minutos de acción de gracias.
Por eso le decimos a Jesús: yo quisiera, Señor, recibiros como te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Nada más que hay que ver el libro de intenciones de la Misa en un Colegio Mayor.
El otro día me preguntaba un chico: –¿Son distintas las peticiones que se hacen en un Colegio Mayor femenino que en un masculino?
–Pues sí, en un colegio femenino la gente cuenta su vida. En el de chicos sólo se hacen peticiones concretas. Si Gusgús hubiera vivido en el Colegio femenino hubieran rellenado varias páginas. En cambio del fallecimiento de Gusgús me enteré en la comida.
De todas formas hay excepciones. Por ejemplo, un colega mío que estuvo trabajando en un colegio de enseñanza media, recibió el mail del director del centro educativo que te voy a leer:
«En el oratorio del Colegio –escribe el director– tenemos un dietario donde los niños van escribiendo, día a día, las intenciones por las que aplicar la Santa Misa. Le adjunto el texto de hoy, que no tiene desperdicio. El chico es de 2º de ESO y lleva todo el día llorando como una Magdalena:
»Por mi perro, porque lo quiero, y que Dios lo tenga con él y lo quiera y cuide mejor que yo.
»Por mi perro y los ratos felices que me hecho pasar, las veces que se ha escapado y lo he reñido, los malos ratos con él, que han sido pocos.
»Por mi perro, que se llamaba Patán y lo quería y lo seguiré queriendo hasta el final de mi vida.
»Te quiero, Patán, no te olvidaré jamás.
»Eres un gran perro, el mejor que se pueda desear, y que lo pase bien al lado de Dios porque se lo merece.
»Adiós. Te quiero».
No me voy a tomar a broma la tragedia de un chaval de catorce años que acaba de perder a uno de sus mejores amigos.
No me voy a tomar eso a broma como me tomé la muerte de Gusgús, que seguramente ya habréis adivinado que se trataba del pez que tenía el residente de la habitación número cuatro.
Me pidió consejo cómo enterrarlo porque lo iban a hacer con solemnidad, como aparecerá en Tuenti.
Le dije que para honras fúnebres de un pez lo mejor sería llevarle en una funda de gafas, porque son como un ataúd en pequeñito.
Y así lo llevaron hasta el Triunfo, pero no para enterrarlo sino para echarlo en una de las más conocidas fuentes de Granada.
MORIR PARA DAR FRUTO
Para que la palabra de Dios de fruto tiene que morir. Y estamos en una sociedad sentimental, en la que no se entiende el por qué de la cruz. No se entiende el valor del sacrificio.
Y para que la palabra de fruto, también la tierra tiene que ser buena. Esta es nuestra misión: conseguir que nuestro corazón este preparado (cfr Evangelio de la Misa: 13,1-23).
La tierra de nuestro corazón puede estar llena de piedras que hacen que no arraigue la palabra de Dios cuando hay dificultades. Pero las verdaderas dificultades están dentro, no fuera de nosotros.
También están las zarzas de las preocupaciones excesivas por lo material, que ahogan la voz de Dios.
Y también está la superficialidad, porque nuestro corazón se ha convertido en un lugar de paso, un camino que transita cualquier idea. La palabra de Dios no arraiga en un alma de portera.
Todo esto que nos cuenta nuestro Señor en el Evangelio puede resultar interesante, pero sonarnos como palabras bonitas: parole, parole, parole, que dice la canción.
Pero no olvidemos que son palabras de honor, puesto que nuestro señor murió por mantenerlas. Así fue, la Palabra de Dios murió crucificada. Pero resucitó. La semilla tuvo que morir para dar fruto.
De hecho esto se repite todos los días: Jesús muere, y resucita en la Santa Misa. Jesús mismo es la Palabra de Dios que se hace trigo, pan, para que nosotros podamos recibirle.
Lo que hemos hablado no son cosas teóricas. Recibimos la Palabra de Dios cuando comulgamos.
RECIBIR LA PALABRA DE DIOS
Por desgracia el Señor viene a nosotros, pero después de la Misa la gente sale, y parece que aquello no arraiga.
Es como si se sembrara al borde del camino, y enseguida desaparece. Una persona que no da gracias después de la Misa, aunque comulgue a menudo la semilla no crece porque carece de la tierra de nuestro tiempo.
Por superficialidad otras cosas parecen más urgentes o necesarias, y las preocupaciones de la vida la ahogan la Palabra de Dios.
Vamos a terminar haciendo este propósito: quedarnos siempre haciendo los diez minutos de acción de gracias.
Por eso le decimos a Jesús: yo quisiera, Señor, recibiros como te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
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