lunes, 8 de diciembre de 2008

ESTAR AL LORO


El profeta Isaías, viendo la miseria del hombre, manda una especie de S.O.S. al Señor para que venga en su auxilio. Lo envía confiado en que, como Dios es Padre, atenderá esa petición.

Impaciente y como con prisa, Isaías le dice en su oración al Señor: «¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras!» (Is 63,16b-17; 64,1.2b-7: Primera lectura). Esto sucedió unos 700 años antes de que Jesús naciera.

El tiempo de adviento consiste en eso, en decirle al Señor: ¡Ojalá vinieras ya!
El pueblo de Israel rezó a Yavhé con los salmos durante muchos cientos de años. Entre otras cosas pedía su protección mientras esperaban la venida del Mesías.

Muchos de estos salmos son una oración directa al Señor: «Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».

«Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate» (Salmo 79: responsorial).

Durante siglos los hombres tenían la esperanza de que llegara el Redentor. Patriarcas, profetas y todo el pueblo judío pidieron lo mismo: ¡que la tierra tiene sed, Señor, que vengas! Despierta tu poder y ven a socorrernos con tu fuerza.

Como Dios es fiel y no deja de atender ninguna petición, vino personalmente. Se encarnó. Se hizo hombre para rescatarnos. El nacimiento de Jesús fue la respuesta a esa petición.

Pero, cosa curiosa, Isaías sí habla del Niño que nació en Belén como Dios; sin embargo el pueblo judío no lo reconoció como su Mesías. Algo falló.

Por decirlo en sentido coloquial los judíos no estaban al loro. Rezaban, pero andaban un poco despistadillos.

La Navidad es algo muy importante. Es Dios que viene a salvarnos. Pero es necesario darse cuenta de esto.
Por eso, no se trata solo de rezar sino de hacerlo bien. Y, nosotros, por desgracia somos capaces de rezar oraciones, una detrás de otra y no darnos cuenta de lo que hacemos.

Estos días de diciembre, de adviento, pueden pasar, si nos descuidamos, exactamente igual, con el mismo color que unos de julio.

Por eso, nos puede servir para rezar bien un consejo que daba San Josemaría: Despacio. —Mira qué dices, quién lo dice y a quién. —Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas (...) (Camino, 85).

«Llevemos ya desde ahora una vida honrada y piadosa a la espera de la aparición gloriosa del gran Dios» (Tt )

No consisten estas fiestas en poner solo un Belén y mirarlo de vez en cuando al pasar a su lado. O ir a ver y comentar los que han puesto por la ciudad. La Navidad es mucho más.

Hay un Nacimiento que está en frente de unos grandes almacenes. Son varias casetas juntas. Entras por un lado y sales por el otro.

Otro sacerdote y yo comentábamos, a mediados de noviembre, lo sorprendente que resultaba que lo hubieran puesto incluso antes de comenzar el Adviento.

Veías como la gente iba paseando por allí, se encontraba con aquello, entraba, admiraban lo bonito que era, salían por la otra puerta y seguían su paseo, aparentemente como si no hubiera pasado nada más.

A simple vista, daba la impresión de que salieran de haber visto una buena exposición de cuadros. Algo que artísticamente tiene valor, pero que da lo mismo que lo vea un ateo que un cristiano.

Quizá, esa impresión estaba justificada porque faltaba mucho para la Navidad y el ambiente de noviembre, con los difuntos, no era, digámoslo así, el más adecuado.

San Pablo nos dice que nosotros somos de los que esperamos la «manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final» (cfr. 1Cor 1,3-9: Segunda lectura).

Somos de los que queremos vivir la Navidad a conciencia.

Estas palabras las escribe el Apóstol a una iglesia que vivía en medio de un ambiente salvajemente pagano. Donde el vicio paseaba a sus anchas por las calles de Corinto.

De su primera carta a los Corintios se deduce como al llegar allí le dio un bajonazo al ver todo aquello.

La degradación era tal, que el culto a Afrodita y a Baco les llevaba a odiar el matrimonio y la procreación. De allí salieron doctrinas filosóficas enemigas de la vida.

Con esto, se entienden más las palabras de San Pablo. Les pide que no se dejen llevar por el mundo pagano. Que esperen la venida del Señor porque Él les salvará.

La Iglesia quiere que estemos al loro, como Isaías. Que pidamos a Dios con urgencia que venga pronto y nos salve: ¡ven, Señor, no tardes!

El adviento es para que estemos un poco como en tensión y no nos pille el 25 de diciembre como un ladrón en la noche, que no nos sorprenda (cfr. Mc 13,33-37).

Que no tengamos que oír aquellas palabras claras de Jesús: «este pueblo me aclama con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mt 15, 8).

Enséñanos a descubrir el valor de los bienes eternos y a poner en ello our corazón.

Porque somos capaces de hace comidas de Navidad y ni siquiera bendecir al principio. O cantar villancicos como quien canta una canción de La Oreja.

El Señor , dice San Josemaría, ha confiado en nosotros para llevar almas a la santidad, para acercarlas a Él (...). El Señor nos quiere entregados, fieles, delicados amorosos. Nos quiere santos, muy suyos (Es Cristo que pasa, n. 11).

Y nos ayudaba a concretar los buenos deseos: Tu impaciencia santa por servirle no desagrada a Dios.- pero será estéril si no va acompañada de un efectivo mejoramiento en tu vida diaria (Camino, n. 129). Y una manera de hacerlo es rezar mejor.

Este tiempo existe para que nos dirijamos más conscientemente a Dios. Así no correremos el riesgo de convertir la Navidad en la fiesta de la nieve.

Le pedimos ahora al Señor, precisamente en nuestra oración como hacía Isaías: despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo (Oración colecta).

Que nuestra espera esté llena del silencio y de amor. Así llegaremos a estas fiestas como los pastores, como Isabel, Simeón, los Magos...

La Virgen y San José están siempre presentes en cualquier Belén. Un Nacimiento sin ellos no tiene sentido.

¿Te imaginas qué cosas le dirían al Niño al ir en burro a Belén? Y, después, aquella Noche Buena la pasaron entera en oración.

No les cogió por sorpresa. Venían preparándose desde que se enteraron de la noticia.

Les pedimos a los dos que no nos despistemos. Que por lo menos que, como el burro, aprendamos de como vivieron ellos.





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