En la Capilla Real de la Catedral de Sevilla hay una imagen de la Virgen, de estilo gótico y posible escuela francesa, lo que ha llevado a pensar que fue donada por Luis IX de Francia a su primo hermano y antepasado mio, Fernando III de Castilla, por eso la llaman nuestra Señora de los Reyes.
A esa imagen de la Señora se le ha concedido el bastón de mando de alcaldesa perpetua, y lleva la medalla de la ciudad y el fajín de capitán general. Y en sus rodillas sostiene una imagen del Niño Jesús. En el frontal donde se encuentra la imagen han puesto en latín una frase de los proverbios (8,15) que podemos traducir: Por mí reinan los reyes.
Ya se ve que Ella tiene el máximo rango. Y es que, como ocurrió en los inicios del mundo, nada se haría sin la colaboración de Eva, madre de todos los vivientes. Pues, pasando el tiempo, nada se iba a realizar sin el consentimiento de María. El nuevo Adán sería fruto de su vientre. Y como un niño sonriente, el Rey de la casa y del mundo se sienta en la Madre, como si fuese su Trono. Esa Mujer es tan importante, que a Ella le debemos que el Pan que bajó del cielo lo tengamos ahora mismo en el sagrario.
Hablando de Sevilla, tengo que contar que hace pocos, cuando vivía, allí, al Colegio Mayor, heredero del primer centro de la Obra, donde nuestro Padre quiso que estuviera la imagen de la Virgen de los Reyes. Allí a Guadaira, acudió el hermano mayor de la Cofradía de la Macarena, la Hermandad más popular de Sevilla, con trece mil cofrades.
Nos contaba que él, cuando llega al templo de san Gil, donde está la Esperanza, lo primero que hace cada mañana es... ir al sagrario:
–Porque un “macareno” tiene que ser un hombre de Eucaristía.
Él es de Santander, y otro, que es sevillano hasta los tuétanos, se extrañó, y un día le dijo:
–Quillo, primero la Madre y luego el Hijo...
Y el hermano mayor de la Macarena nos aclaraba:
–La devoción a una imagen de la Virgen no puede convertirse en idolatría...
Por eso, aunque me critiquen, yo lo seguiré haciendo, porque tengo la obligación de enseñar a los demás.
La mejor muestra de cariño a la Virgen tiene que pasar primero por el sagrario.
Nos dejó a todos boquiabiertos. Y tiene toda la razón, porque, como nos enseña la teología y los santos, Ella le entregó su sangre y su cuerpo. El que dio su vida por nosotros y permanece en la Eucaristía se encarnó gracias Ella.
No es extraño que se la compare con el Arca de la Alianza, porque en aquel receptáculo sagrado permanecía el alimento que Yahveh envió, como caído del cielo. Los hebreos, admirados, le llamaron maná, que significa “qué es esto”.
También ante la Eucaristía no cabe otra cosa sino el asombro. Porque este Pan del cielo nos lo ha concedido el mismo Dios... Nos lo ha dado... para los que estamos aquí, que formamos su nuevo Pueblo.
Que con este alimento tan “especial” seamos capaces de llegar a la nueva Tierra Prometida, donde ya están muchos de nuestros hermanos. El sagrario es como territorio del cielo; una embajada donde podemos refugiarnos, porque ese es nuestro verdadero país... Indudablemente tenemos doble nacionalidad.
Hablando de María, la Iglesia nos dice de Ella que: “Se convierte de algún modo en el tabernáculo –el primer tabernáculo de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel”.
Así ocurrió. El viaje a la casa del sacerdote Zacarías sería como la primera procesión del Corpus de la historia. Y Ella, la primera Custodia (cf. n. 55).
Pasando el tiempo, en la ciudad de David... donde estaba profetizado, Ella daría a luz a la Luz. Precisamente en un lugar que servía para que se alimentaran los animales, la Escritura nos habla de un pesebre. Esa fue la primera cuna para el Pan del Cielo. Tampoco fue una casualidad que estuviera profetizado que naciese en Belén, nombre que significa “ casa del pan”.
La Boda
En el escudo de Sevilla se ve una madeja. Aparte de las leyendas que hay, una de las versiones que algunos destacan, dice que proviene de la cita del libro de Proverbios 18 que dice: Torre fuerte es el nombre de Yahveh.
Esta cita está, precisamente, en el friso de las campanas de la Giralda, en que aparece escrito en latín: Turris Fortissima Nomen Domini. NO-MEN DO-MINI. De ese modo la “madeja” sería el logo –la expresión plástica de la palabra “NODO” que provendría del latín nodo, anudar.
Por esta razón algunos dicen que ese nudo vendría a significar la unión entre el Hombre y Dios realizada en Jesús. Enlace entre Dios y la Humanidad, que viene a representar un misterio de luz como el de la Boda de Caná.
El primer milagro de Jesús de convertir el agua en vino no fue una cosa original, porque venía a significar la alegría de las fiestas, en especial del sabath, jornada dedicada a Dios, y por supuesto el vino no podía faltar en la celebración de un matrimonio.
La Boda de Caná es un misterio de luz, que viene a explicar la vida del Señor. Allí Jesús transforma el agua, porque el vino llena de alegría el corazón (cfr. Sal 104, 15).
Porque Dios, al hacerse Hombre, organizó una explosión de felicidad. Como se veía en la vida de los primeros cristianos, no necesitaban hacer ningún voto de alegría, porque le salía por los poros. La abundancia de vino en la boda de Caná nos hace comprender la generosidad de la pasión, donde Dios se entregó hasta el extremo, también lo que Jesús hizo allí es un adelanto de la alegría de la resurrección.
Y, por supuesto, nos da luz sobre el misterio de la Eucaristía, donde el vino se convertirá en la sangre de nuestro Señor. Y además dice la Iglesia que así como en otros misterios de la vida de Jesús, la presencia de María queda en el trasfondo. Sin embargo en Caná de Galilea, Ella se convierte en protagonista (cfr. Rosarium Virginis Mariæ, n. 21).
Como si fuera una nueva Eva, se adelanta al Varón, que parece que se resistía. Tenía razón Jesús al decirle que a Él y a Ella no les afectaba; efectivamente los dos estaban libres del pecado. Está claro que Jesús iba a hacer ese milagro, pero quería que su Madre tuviera protagonismo, como el que tuvo la Primera Mujer, y ese es el título que le da: –Mujer, a ti y a Mí qué nos da.
Me acuerdo de la vez que le di a Mi madre ese título: estábamos en la cocina. Y le dije: –Pero Mujer no seas pesada…
Se enfadó muchísimo. No porque le dijera que era una pesada, sino porque le había llamado Mujer.
–¡A tu madre le dices, Mujer…
Y María con la fama de mandona, ganada a pulso que tienen las madres, le dice a los del catering de la boda: Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5).
Son la últimas palabras que se conservan de Ella. Lo mismo que Eva, María se adelantó: las dos influyen en el Varón. Gracias a la Virgen se dio la entrega de Jesús. Y gracias a Ella lo tenemos aquí en la Eucaristía.
Cuando se relatan los sucesos de la tarde del Jueves Santo, no se menciona a la Virgen (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 53).
Pero (19, 27), María se encontraba en Jerusalén precisamente por aquellos días, y según el uso judío de la cena pascual, correspondía a la madre de familia encender las luces...
Es posible que fuera María la que cumpliera este rito en la Última Cena o, en el caso de que no se tratara de una cena pascual, seguro que Ella estaría preparando los alimentos. No es de extrañar que el pan ácimo saliese de sus manos...
Hace años me enteré de que comenzaba el proceso de canonización de una mujer que trabajó durante toda su vida preparando alimentos y sirviéndolos. Por si alguno no lo sabe diré su nombre: Dora.
En Granada, conocí a una auxiliar que había trabajado con ella durante años, y antes de que fuese a declarar en el proceso de Dora le pedí que me contase.
La granadina me relató que, cuando se incorporó a Roma, san Josemaría le dijo a ella y a otras que llegaron a la vez: –Ahora os ponéis en manos de Dora, que os va a enseñar a trabajar.
Me explicó que una de las cosas que más destacaría de ella era su profesionalidad. Me contaba que nunca se le había pasado por la cabeza que era una santa, sino que se trataba de una persona normal.
Simplemente recordaba, como extraordinario, la fijeza con que miraba al Señor en el sagrario al hacer la oración.
Y sobre la profesionalidad me contó un detalle. Llegaba una fiesta importante y pensó en la comida para los Directores del Centro que ella atendía...
Entonces se fue a un restaurante a pedir “la cáscara” de una langosta, y la rellenó de otro pescado. Unas horas después, quizá al día siguiente, uno de los sacerdotes que gobernaban el Opus Dei le dijo: –Mira Dora, me parece que con lo de la langosta os habéis pasado...
–Pues me da mucha alegría que me lo diga, precisamente usted, don Francisco, porque como buen navarro entiende de gastronomía… Me da alegría, porque usted ha comido langosta, y sin embargo era rape... en cáscara de langosta.
Eso se llama dar liebre por gato. Eso le pedimos a nuestra Madre, que este rato de oración aunque sean poca cosa, Ella las convierta “en liebre”, o por lo menos lo parezca.
La Madre
Cuando los sacerdotes decimos en la consagración Haced esto en conmemoración mía (Lc 22, 19), en verdad se está actualizando “todo lo que Jesús llevó acabo en su pasión, muerte y resurrección”.
Sabemos que, en aquellos momentos duros, al discípulo Juan, y a todos los que vendríamos después –en especial a los sacerdotes–, Jesús nos daba a su Madre. Desde la cruz, primero se dirige a Ella, que estaba de pie, junto a un árbol.
María está allí como si fuera el símbolo de Eva, también virgen, que llegaría a ser la madre de todos los vivientes. El Señor le da el título de Mujer y añade: ¡He aquí a tu hijo!
Como si le dijera “en testamento”: –Haz la función de madre. Luego se dirige a Juan, al que había ordenado sacerdote el día anterior... Y dice: ¡He aquí a tu madre! (Jn 19, 26.27). Jesús en la cruz nos la entrega: en su última voluntad, nos deja su joya más valiosa.
Queda claro que, en nuestra Misa, no solo se entrega Él, sino que nos entrega a Ella. No podemos separar la Eucaristía de la Virgen. Es más, podríamos decir que la Misa es la mejor de las devociones marianas.
Como veíamos antes, el evangelio no habla de que la Virgen esté presente en la institución de la Eucaristía. Pero se sabe (cfr. Act 1, 14) que, después de que Jesús ascendiera al cielo, Ella se reunía con sus nuevos hijos cuando iban a rezar... como hacen la madres.
La Iglesia no exagera cuando dice que la presencia de María “no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera comunidad cristiana (Act 2, 42)” (n. 53).
Pero no solo entonces, también ahora: “María está presente... como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas”. Así como la Iglesia vive de la Eucaristía y está unidísima a la Eucaristía, “lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía”, (n. 57), explica Juan Pablo II.
Todos los sacerdotes hemos observado el cambio que experimentan las personas al recibir la Comunión diariamente. En la vida de Juan Pablo II hay una anécdota que cuenta la protagonista de esta historia cuando don Karol Woytila todavía no era obispo. La chica en cuestión había ido a muchos confesores. Pero ninguno le dijo lo que don Karol:
–Ven mañana a la Santa Misa, ven a diario.
Y añade la interesada: “Nunca antes ningún otro sacerdote me lo había dicho, a pesar de que algunos me habían propuesto que nos volviésemos a encontrar, me había invitado a ir hacia él. Pero aquel sacerdote no había dicho ‘vuelve a verme’ sino ven a la Santa Misa”.
A veces nos empeñamos en hacer milagros, cuando los milagros los hace el contacto con la Eucaristía, el mejor medio para discernir la vocación. Recuerdo que, cuando tenía ocho años, iba en verano todos los días a Misa acompañando a mi padre.
Y sin saber cómo, sentí que tenía que entregarme a Dios. Es más, pensé que era lo más normal del mundo. Cuando se lo dije a mi padre, se asustó, y me llevó al párroco, que era el sacerdote con el que me confesaba. Le dijo, con mucha tranquilidad: –Antonio, tiene que hacer primero una carrera. Será como el cura que sale en la tele, que antes estudió periodismo...
Nadie me habló en ese momento de vocación. Luego me he enterado que mi madrina, cuando me llevó a la pila del bautismo, pidió que yo fuese sacerdote.
Es importante rezar para que haya personas que trabajen en la viña de Dios, que es la Iglesia, así lo aconseja Jesús. Eso es muy bueno: rezar para que haya vocaciones, pero más importante es que los candidatos recen, porque de lo contrario no “sentirán” la voz de Dios.
Lo importante no es lo que hacemos nosotros, sino lo que hace Dios a través de la Eucaristía. De ahí que nos dijera el Beato Álvaro a los sacerdotes: el principal medio de la labor espiritual con gente joven es la Santa Misa.
Y es que de alguna forma estamos conectados a la eternidad a través del cordón umbilical que nos une a María, Ella nos envía la Sangre de nuestro Señor. Es nuestra Madre. En este momento estamos en su claustro materno.
Aunque parezcamos seres deformes, raros, como cualquier feto. Pero como una madre, después de una ecografía sabe adivinar los rasgos... en los que nos parecemos a Jesús.
No olvidemos que, por muy raros que seamos, no solamente somos otros Cristos, sino el mismo Cristo. Y Ella nos dará a luz en la eternidad: verdaderamente somos su hijo. Cuando lleguemos allí, el mismo Jesús le dirá a Ella en el cielo, por fin: He ahí a tu hijo.
Y me acordaba de la leyenda que nos transmite un historiador antiguo, cuando Alejandro Magno se encontró con el nudo gordiano, que nadie podía desatar, y como era una persona audaz lo cercenó con su espada, dándole un tajo.
La verdad es que el poder de la Virgen es mucho más grande, tanto es así que hay un nudo que nadie puede ni desatar ni cortar, porque Ella lo enlazó.
Cuando veamos el nudo de la ciudad de Sevilla, pensemos en el que hizo la Virgen...: Ella enlazó al Hombre con Dios. Los sacerdotes en la Misa le susurramos al Señor: “nunca jamás permitas que me separe de Ti”. Ojalá, cuando pase el tiempo, nosotros también podamos decir en el Cielo, como la leyenda sevillana: –María “no me ha dejado”.
No ha dejado que el nudo que me ata al Señor se rompa nunca.
Y Tu y yo, hoy en Estrasburgo, festividad de san Luis Rey de Francia, le podemos decir a la Virgen, como hizo Rut: nunca te dejaré, yo iré contigo.