martes, 13 de agosto de 2024



En la Capilla Real de la Catedral de Sevilla hay una imagen de la Virgen, de estilo gótico y posible escuela francesa, lo que ha llevado a pensar que fue donada por Luis IX de Francia a su primo hermano y antepasado mio, Fernando III de Castilla, por eso la llaman nuestra Señora de los Reyes. 

A esa imagen de la Señora se le ha concedido el bastón de mando de alcaldesa perpetua, y lleva la medalla de la ciudad y el fajín de capitán general. Y en sus rodillas sostiene una imagen del Niño Jesús. En el frontal donde se encuentra la imagen han puesto en latín una frase de los proverbios (8,15) que podemos traducir: Por mí reinan los reyes.


Ya se ve que Ella tiene el máximo rango. Y es que, como ocurrió en los inicios del mundo, nada se haría sin la colaboración de Eva, madre de todos los vivientes. Pues, pasando el tiempo, nada se iba a realizar sin el consentimiento de María. El nuevo Adán sería fruto de su vientre. Y como un niño sonriente, el Rey de la casa y del mundo se sienta en la Madre, como si fuese su Trono. Esa Mujer es tan importante, que a Ella le debemos que el Pan que bajó del cielo lo tengamos ahora mismo en el sagrario.


Hablando de Sevilla, tengo que contar que hace pocos, cuando vivía, allí, al Colegio Mayor, heredero del primer centro de la Obra, donde nuestro Padre quiso que estuviera la imagen de la Virgen de los Reyes. Allí a Guadaira, acudió el hermano mayor de la Cofradía de la Macarena, la Hermandad más popular de Sevilla, con trece mil cofrades. 


Nos contaba que él, cuando llega al templo de san Gil, donde está la Esperanza, lo primero que hace cada mañana es... ir al sagrario:

Porque un “macareno” tiene que ser un hombre de Eucaristía

Él es de Santander, y otro, que es sevillano hasta los tuétanos, se extrañó, y un día le dijo: 

–Quillo, primero la Madre y luego el Hijo...

Y el hermano mayor de la Macarena nos aclaraba:

 –La devoción a una imagen de la Virgen no puede convertirse en idolatría... 

Por eso, aunque me critiquen, yo lo seguiré haciendo, porque tengo la obligación de enseñar a los demás. 

La mejor muestra de cariño a la Virgen tiene que pasar primero por el sagrario


Nos dejó a todos boquiabiertos. Y tiene toda la razón, porque, como nos enseña la teología y los santos, Ella le entregó su sangre y su cuerpo. El que dio su vida por nosotros y permanece en la Eucaristía se encarnó gracias Ella. 


No es extraño que se la compare con el Arca de la Alianza, porque en aquel receptáculo sagrado permanecía el alimento que Yahveh envió, como caído del cielo. Los hebreos, admirados, le llamaron maná, que significa “qué es esto”. 


También ante la Eucaristía no cabe otra cosa sino el asombro. Porque este Pan del cielo nos lo ha concedido el mismo Dios... Nos lo ha dado... para los que estamos aquí, que formamos su nuevo Pueblo. 


Que con este alimento tan “especial” seamos capaces de llegar a la nueva Tierra Prometida, donde ya están muchos de nuestros hermanos. El sagrario es como territorio del cielo; una embajada donde podemos refugiarnos, porque ese es nuestro verdadero país... Indudablemente tenemos doble nacionalidad. 


Hablando de María, la Iglesia nos dice de Ella que: “Se convierte de algún modo en el tabernáculo –el primer tabernáculo de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel”. 


Así ocurrió. El viaje a la casa del sacerdote Zacarías sería como la primera procesión del Corpus de la historia. Y Ella, la primera Custodia (cf. n. 55). 


Pasando el tiempo, en la ciudad de David... donde estaba profetizado, Ella daría a luz a la Luz. Precisamente en un lugar que servía para que se alimentaran los animales, la Escritura nos habla de un pesebre. Esa fue la primera cuna para el Pan del Cielo. Tampoco fue una casualidad que estuviera profetizado que naciese en Belén, nombre que significa “ casa del pan”.


La Boda

En el escudo de Sevilla se ve una madeja. Aparte de las leyendas que hay, una de las versiones que algunos destacan, dice que proviene de la cita del libro de Proverbios 18 que dice: Torre fuerte es el nombre de Yahveh. 


Esta cita está, precisamente, en el friso de las campanas de la Giralda, en que aparece escrito en latín: Turris Fortissima Nomen Domini. NO-MEN DO-MINI. De ese modo la “madeja” sería el logo –la expresión plástica de la palabra “NODO” que provendría del latín nodo, anudar. 


Por esta razón algunos dicen que ese nudo vendría a significar la unión entre el Hombre y Dios realizada en Jesús. Enlace entre Dios y la Humanidad, que viene a representar un misterio de luz como el de la Boda de Caná.


El primer milagro de Jesús de convertir el agua en vino no fue una cosa original, porque venía a significar la alegría de las fiestas, en especial del sabath, jornada dedicada a Dios, y por supuesto el vino no podía faltar en la celebración de un matrimonio. 


La Boda de Caná es un misterio de luz, que viene a explicar la vida del Señor. Allí Jesús transforma el agua, porque el vino llena de alegría el corazón (cfr. Sal 104, 15). 


Porque Dios, al hacerse Hombre, organizó una explosión de felicidad. Como se veía en la vida de los primeros cristianos, no necesitaban hacer ningún voto de alegría, porque le salía por los poros. La abundancia de vino en la boda de Caná nos hace comprender la generosidad de la pasión, donde Dios se entregó hasta el extremo, también lo que Jesús hizo allí es un adelanto de la alegría de la resurrección. 


Y, por supuesto, nos da luz sobre el misterio de la Eucaristía, donde el vino se convertirá en la sangre de nuestro Señor. Y además dice la Iglesia que así como en otros misterios de la vida de Jesús, la presencia de María queda en el trasfondo. Sin embargo en Caná de Galilea, Ella se convierte en protagonista (cfr. Rosarium Virginis Mariæ, n. 21). 


Como si fuera una nueva Eva, se adelanta al Varón, que parece que se resistía. Tenía razón Jesús al decirle que a Él y a Ella no les afectaba; efectivamente los dos estaban libres del pecado. Está claro que Jesús iba a hacer ese milagro, pero quería que su Madre tuviera protagonismo, como el que tuvo la Primera Mujer, y ese es el título que le da: –Mujer, a ti y a Mí qué nos da. 


Me acuerdo de la vez que le di a Mi madre ese título: estábamos en la cocina. Y le dije: –Pero Mujer no seas pesada…


Se enfadó muchísimo. No porque le dijera que era una pesada, sino porque le había llamado Mujer.


–¡A tu madre le dices, Mujer…


Y María con la fama de mandona, ganada a pulso que tienen las madres, le dice a los del catering de la boda: Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5). 


Son la últimas palabras que se conservan de Ella. Lo mismo que Eva, María se adelantó: las dos influyen en el Varón. Gracias a la Virgen se dio la entrega de Jesús. Y gracias a Ella lo tenemos  aquí en la Eucaristía.


Cuando se relatan los sucesos de la tarde del Jueves Santo, no se menciona a la Virgen (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 53). 


Pero (19, 27), María se encontraba en Jerusalén precisamente por aquellos días, y según el uso judío de la cena pascual, correspondía a la madre de familia encender las luces... 


Es posible que fuera María la que cumpliera este rito en la Última Cena o, en el caso de que no se tratara de una cena pascual, seguro que Ella estaría preparando los alimentos. No es de extrañar que el pan ácimo saliese de sus manos... 


Hace años me enteré de que comenzaba el proceso de canonización de una mujer que trabajó durante toda su vida preparando alimentos y sirviéndolos. Por si alguno no lo sabe diré su nombre: Dora. 


En Granada, conocí a una auxiliar que había trabajado con ella durante años, y antes de que fuese a declarar en el proceso de Dora le pedí que me contase. 


La granadina me relató que, cuando se incorporó a Roma, san Josemaría le dijo a ella y a otras que llegaron a la vez: –Ahora os ponéis en manos de Dora, que os va a enseñar a trabajar. 


Me explicó que una de las cosas que más destacaría de ella era su profesionalidad. Me contaba que nunca se le había pasado por la cabeza que era una santa, sino que se trataba de una persona normal. 


Simplemente recordaba, como extraordinario, la fijeza con que miraba al Señor en el sagrario al hacer la oración.


Y sobre la profesionalidad me contó un detalle. Llegaba una fiesta importante y pensó en la comida para los Directores del Centro que ella atendía... 


Entonces se fue a un restaurante a pedir “la cáscara” de una langosta, y la rellenó de otro pescado. Unas horas después, quizá al día siguiente, uno de los sacerdotes que gobernaban el Opus Dei le dijo: –Mira Dora, me parece que con lo de la langosta os habéis pasado...


–Pues me da mucha alegría que me lo diga, precisamente usted, don Francisco, porque como buen navarro entiende de gastronomía… Me da alegría, porque usted ha comido langosta, y sin embargo era rape... en cáscara de langosta.


Eso se llama dar liebre por gato. Eso le pedimos a nuestra Madre, que este rato de oración aunque sean poca cosa, Ella las  convierta “en liebre”, o por lo menos lo parezca.


La Madre

Cuando los sacerdotes decimos en la consagración Haced esto en conmemoración mía (Lc 22, 19), en verdad se está actualizando “todo lo que Jesús llevó acabo en su pasión, muerte y resurrección”. 


Sabemos que, en aquellos momentos duros, al discípulo Juan, y a todos los que vendríamos después –en especial a los sacerdotes–, Jesús nos daba a su Madre. Desde la cruz, primero se dirige a Ella, que estaba de pie, junto a un árbol.


María está allí como si fuera el símbolo de Eva, también virgen, que llegaría a ser  la madre de todos los vivientes. El Señor le da el título de Mujer y añade: ¡He aquí a tu hijo! 


Como si le dijera “en testamento”: –Haz la función de madre. Luego se dirige a Juan, al que había ordenado sacerdote el día anterior... Y dice: ¡He aquí a tu madre! (Jn 19, 26.27). Jesús en la cruz nos la entrega: en su última voluntad, nos deja su joya más valiosa. 


Queda claro que, en nuestra Misa, no solo se entrega Él, sino que nos entrega a Ella. No podemos separar la Eucaristía de la Virgen. Es más, podríamos decir que la Misa es la mejor de las devociones marianas


Como veíamos antes, el evangelio no habla de que la Virgen esté presente en la institución de la Eucaristía. Pero se sabe (cfr. Act 1, 14) que, después de que Jesús ascendiera al cielo, Ella se reunía con sus nuevos hijos cuando iban a rezar... como hacen la madres. 


La Iglesia no exagera cuando dice que la presencia de María “no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera comunidad cristiana (Act 2, 42)” (n. 53). 


Pero no solo entonces, también ahora: “María está presente... como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas”. Así como la Iglesia vive de la Eucaristía y está unidísima a la Eucaristía, “lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía”, (n. 57), explica Juan Pablo II.


Todos los sacerdotes hemos observado el cambio que experimentan las personas al recibir la Comunión diariamente. En la vida de Juan Pablo II hay una anécdota que cuenta la protagonista de esta historia cuando don Karol Woytila todavía no era obispo. La chica en cuestión había ido a muchos confesores. Pero ninguno le dijo lo que don Karol: 


Ven mañana a la Santa Misa, ven a diario.

Y añade la interesada: “Nunca antes ningún otro sacerdote me lo había dicho, a pesar de que algunos me habían propuesto que nos volviésemos a encontrar, me había invitado a ir hacia él. Pero aquel sacerdote no había dicho ‘vuelve a verme’ sino ven a la Santa Misa”.


A veces nos empeñamos en hacer milagros, cuando los milagros los hace el contacto con la Eucaristía, el mejor medio para discernir la vocación. Recuerdo que, cuando tenía ocho años, iba en verano todos los días a Misa acompañando a mi padre. 


Y sin saber cómo, sentí que tenía que entregarme a Dios. Es más, pensé que era lo más normal del mundo. Cuando se lo dije a mi padre, se asustó, y me llevó al párroco, que era el sacerdote con el que me confesaba. Le dijo, con mucha tranquilidad: –Antonio, tiene que hacer primero una carrera. Será como el cura que sale en la tele, que antes estudió periodismo... 


Nadie me habló en ese momento de vocación. Luego me he enterado que mi madrina, cuando me llevó a la pila del bautismo, pidió que yo fuese sacerdote. 


Es importante rezar para que haya personas que trabajen en la viña de Dios, que es la Iglesia, así lo  aconseja Jesús. Eso es muy bueno: rezar para que haya vocaciones, pero más importante es que los candidatos recen, porque de lo contrario no “sentirán” la voz de Dios. 


Lo importante no es lo que hacemos nosotros, sino lo que hace Dios a través de la Eucaristía. De ahí que nos dijera el Beato Álvaro a los sacerdotes: el principal medio de la labor espiritual con gente joven es la Santa Misa.


Y es que de alguna forma estamos conectados a la eternidad a través  del cordón umbilical que nos une a María, Ella nos envía la Sangre de nuestro Señor. Es nuestra Madre. En este momento estamos en su claustro materno. 


Aunque parezcamos seres deformes, raros, como cualquier feto. Pero como una madre, después de una ecografía sabe adivinar los rasgos... en los que nos parecemos a Jesús. 


No olvidemos que, por muy raros que seamos, no solamente somos otros Cristos, sino el mismo Cristo. Y Ella nos dará a luz en la eternidad: verdaderamente somos su hijo. Cuando lleguemos allí, el mismo Jesús le dirá a Ella en el cielo, por fin: He ahí a tu hijo.


Y me acordaba de la leyenda que nos transmite un historiador antiguo, cuando Alejandro Magno se encontró con el nudo gordiano, que nadie podía desatar, y como era una persona audaz lo cercenó con su espada, dándole un tajo. 


La verdad es que el poder de la Virgen es mucho más grande, tanto es así que hay un nudo que nadie puede ni desatar ni cortar, porque Ella lo enlazó


Cuando veamos el nudo de la ciudad de Sevilla, pensemos en el que hizo la Virgen...: Ella enlazó al Hombre con Dios. Los sacerdotes en la Misa le susurramos al Señor: “nunca jamás permitas que me separe de Ti”. Ojalá, cuando pase el tiempo, nosotros también podamos decir en el Cielo, como la leyenda sevillana: –María “no me ha dejado”. 

No ha dejado que el nudo que me ata al Señor se rompa nunca.


Y Tu y yo, hoy en Estrasburgo, festividad de san Luis Rey de Francia, le podemos decir a la Virgen, como hizo Rut: nunca te dejaré, yo iré contigo.


viernes, 26 de julio de 2024

PEDRO, PESCADOR


El pescador
Después de la Resurrección del Señor los apóstoles volvieron a Galilea. Y algunos estaban con Pedro a orillas del Mar de Tiberíades, un lago lleno de recuerdos para ellos... Ya hacía años que mientras estaban faenando allí, el Señor les dijo que habían sido elegidos para ser pescadores de hombres. 

Y pasado el tiempo, en ese mismo lago, Jesús haría su ultimo milagro. Y, lo mismo que el primero, realizado en Caná, este sería también en Galilea. 

En la primera ocasión no había vino; en esta última no había pescado. En las dos circunstancias nuestro Señor formuló un mandato: en Caná, que fueran a llenar las tinajas; ahora en el lago que echaran las redes. En uno y otro caso el resultado fue abundancia de vino y abundancia de peces. 

En Caná sabemos que seis tinajas de agua se llenaron de vino. En el lago las redes estuvieron repletas. Así actúa Dios siempre, a lo grande: la magnanimidad es una de las formas de su Amor. Por eso los grandes santos siempre se han destacado por su “alma grande”, magnánima. 

También por eso nosotros los cristianos estamos llamados a hacer grandes cosas por los que tenemos a nuestro lado. Hay personas buenas, muy organizadas que carecen de tiempo para hablar con los demás y así es muy difícil hacerse amigos de las personas que nos rodean. Haciendo oración vamos a pedir eso: un alma grande para dedicar tiempo, con mucha generosidad, a las cosas de los que viven con nosotros. 

Los apóstoles que se encontraban pescando esta vez eran: Pedro, nombrado, como siempre, el primero; a continuación se menciona a Tomás, quien después de haber confesado que Jesús era el Señor y Dios (Señor mío y Dios mío). Pues ahora permanecía junto al jefe de los apóstoles. 

Y también estaba Natanael de Caná de Galilea; lo mismo que los Zebedeos, Santiago y Juan; y otros dos discípulos de los que no conocemos sus nombres. Podemos imaginarnos que somos tú y yo los que estamos presenciando aquello. 

Una diferencia con respecto a la primera pesca milagrosa es que entonces, algunos apóstoles tenían barca propia ahora estaban en la de Pedro. 

Y como siempre Simón tomó la iniciativa y dijo a los otros: –Yo voy a pescar. Le dicen: nosotros también vamos contigo. Y sucedió que estuvieron faenando toda la noche, pero no pescaron nada. Y al clarear, vieron a Jesús en la playa pero lo reconocieron. 

Eran la tercera vez que se acercaba a ellos como un desconocido. Aunque estaba lo suficientemente cerca de la playa para dirigirse a Él, no lograron reconocerle: ni a su persona ni a su voz, tan envuelto en la gloria estaría su cuerpo resucitado. 

Pues igual nos sucede a nosotros, que nos encontramos también en la barca de Pedro, y no vemos ni la figura ni la voz de Jesús. Es importante que aprendamos a escuchar a Dios y verle en las circunstancias de nuestro día, de esta situación que estamos viviendo. 

Para eso están las prácticas de piedad para descubrir a Jesús que pasa a nuestro lado. Si a pesar de todo esa inversión de tiempo no logramos tener presencia de Dios es que algo sucedería. San Josemaría hablaba de cómo a veces la vida de piedad se convierte un armatoste (Surco, punto 652), que en vez de ayudar estorba. 

Pues, en aquella ocasión nuestro Señor les preguntó a esos apóstoles que intentaban pescar, pero que no lo conseguían: –¿Tenéis algo que comer? Le respondieron: –No. Y Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontrareis (Jn 21, 5 ss). 

Los apóstoles, debieron de acordarse más tarde de que Jesús ya les había mandado en otra ocasión echar la red en el agua, aunque antes no había concretado si a la derecha o a la izquierda de la barca. 

En aquel momento nuestro Señor estaba en la barca, ahora se encontraba en la playa. Como para significar que habían terminado para él las agitaciones del mar de la vida, porque ya había muerto y resucitado. 

También nos puede parecer a nosotros que el Señor se encuentra lejos de nuestras preocupaciones. Sabemos que no es así: pues aunque está en el cielo, se interesa por nuestros asuntos y nos da indicaciones para resolver lo que tenemos entre manos. 

Son a veces indicaciones precisas: a la derecha. Lo nuestro consiste en escuchar la voz que nos llega de Dios. Pero Él no nos ahorra ningún trabajo. 

Pues los apóstoles obedeciendo la voz de ese desconocido, y que en realidad era un mandato divino, tuvieron tanta suerte en el trabajo, que les era imposible sacar la red debido a la gran cantidad de peces que había atrapado. 

En el primer milagro de pesca las redes se rompieron, y Pedro, asustado ante aquel hecho prodigioso, dijo a nuestro Señor que se apartara de él, porque era un pecador: aquella abundancia le hizo darse cuenta de su propia pequeñez. 

Eso puede suceder en nuestra vida: sentirnos avergonzados ante las gracias que recibimos de Dios. 

Sin embargo en esta pesca milagrosa la cosa ocurrió de otra forma. Fue Juan quien descubre a Jesús, y por eso dijo: –Es el Señor (Jn 21, 7). Cuantas veces a lo largo de nuestra vida, alguien que está a nuestro lado nos indica que es Jesús quien nos está ayudando. Y quizá nosotros afanados con lo que tenemos entre manos no nos habíamos dado cuenta. Seguramente esta sea la labor de la auténtica dirección espiritual, indicar que es el Señor quien nos habla. 

Tanto Pedro como Juan seguían teniendo el temperamento de siempre. En este momento Juan fue el primero en ver desde la barca al Señor, y Pedro fue el primero en lanzarse. Desnudo como estaba en la barca, se ciñó rápidamente la túnica y recorrió a nado la distancia que le separaba del Maestro. 

Y Juan, el discípulo de la caridad, indudablemente poseía mayor conocimiento espiritual: porque el amor ve mucho. Y Pedro tenía más iniciativa, por eso su fe le lleva a actuar con prontitud. Tenía ese temperamento pero se había potenciado por la fe. 

Juan, estuvo muy cerca del Señor en la última cena. Ahora también era el primero en reconocer que Él estaba en la playa. 

Quizá esto es lo que suele pasar con la gente con la que vivimos: somos muy distintos, nada más hay que vernos. Somos distintos pero todos nos necesitamos. La variedad en la práctica no es ningún inconveniente. Ya lo decía el filósofo: en una organización donde todos piensan lo mismo, nadie piensa nada. 

En una ocasión que Jesús caminaba sobre las aguas en dirección a la barca, Pedro no pudo aguantarse y le pidió a Jesús que le dejara caminar sobre las aguas para acercarse a Él. Y ahora, en este momento, nadaba hacia la playa, después de ceñirse la túnica por respeto al Señor. Podríamos decir que Pedro era muy impulsivo, lo que no podemos decir es que no fuera delicado. Eso no. 

Hay gente muy impulsiva y tiene que aprender la delicadeza. Pedro quizá aprendió al tratar a Jesús. Por eso si nos faltase finura en el trato tendríamos que plantearnos hacer mejor la oración, porque es una manifestación de nuestro trato con Dios. 

Pedro se lanzó al agua. Y los otros seis permanecieron en la barca y al llegar vieron fuego encendido, un pescado puesto a asar y pan que les había preparado Jesús. El Hijo de Dios estaba preparando una comida para sus pescadores. Esto resulta un tanto curioso, que la máxima autoridad que ha existido sea la que más sirva. La máxima autoridad no es la que manda que otros le sirvan sino que Él sirve. 

Ya lo había hecho en la carpintería de Nazaret, ahora también lo hace una vez que ha resucitado. Se vuelve a cumplir que lo que decimos nosotros es menos importante que lo que hacemos. 

Porque las mejores influencias sobre los demás se producen sin darnos cuenta. Normalmente nuestra vida ayuda a los demás sin que lo busquemos expresamente, influimos de forma inconsciente. Por supuesto, un medio de formación ayuda, pero mucho más la actuación. Cuando observamos: –Ay va, se preocupa de mí. Eso se clava en el alma. 

Después de haber sacado la red y contado los ciento cincuenta y tres peces, se convencieron de que se trataba del Señor. Recordarían que Jesús les había llamado pescadores de hombres, y la pesca abundante de ahora simbolizaba a los que, con el paso del tiempo, serían introducidos en la Iglesia. Ahí estamos nosotros en la barca de Pedro que aunque pase por muchas contrariedades nunca se hundirá. 

El primero
Pues este pescador de Galilea es nombrado el primero en toda lista de los apóstoles. No sólo se nombraba el primero, sino que actúa el primero. 

Fue el primero en dar testimonio de la divinidad del Señor. Y luego sería el primero de los apóstoles que testificó que Cristo había resucitado de entre los muertos. Como el mismo san Pablo dijo, Pedro fue el primero que vio al Señor. 

Y después de la venida del Espíritu Santo, Pedro fue el primero en predicar el evangelio. También el primero que desafía a la autoridad de los perseguidores; y el primero entre los doce apóstoles que recibió a los gentiles en la Iglesia. No es una casualidad, es que es el primero. 

Durante su vida pública, cuando nuestro Señor le dijo que era una roca sobre la que Él edificaría su Iglesia. También le dice que el Mesías va a morir y resucitar. Entonces Pedro trata de disuadirle de que muriera en la cruz. 

Y ahora, después de haber dado a Pedro la misión de gobierno, el Señor le predijo que él mismo moriría también en una cruz. 

Era como si Jesús dijera a Pedro: Yo dije una vez que el Buen Pastor daba la vida por sus ovejas; ahora tú eres el pastor que ocupa mi lugar; tú recibirás los maderos de la cruz, cuatro clavos y, luego, la vida eterna. 

En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven, te ceñías tú mismo, y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras (Jn 21, 18). 

Esto es lo que ocurrió: Pedro, a partir de Pentecostés, fue llevado a donde no quería. Primero obligado a abandonar Jerusalén. Luego es conducido por Dios a Samaría, a la casa del pagano Cornelio; después es llevado a Roma. 

Precisamente en la Ciudad Eterna, fue conducido a una cruz y murió en la colina del Vaticano. Siendo como era la Roca, era propio que fuera enterrado en aquel lugar, donde permanece como cimiento de la Iglesia. 

Este hombre que trató de apartar al Señor de la cruz fue el primero de los apóstoles en subir a una cruz. Santiago, fue decapitado. 

Y la cruz en la que murió Pedro tuvo más eficacia espiritual que todo el celo y vehemencia de sus años de juventud, cuando parecía que se iba a comer el mundo. 

De joven, Pedro no comprendía que la cruz significaba redención del pecado. De mayor, entendió claramente el por qué de la cruz. 

Tengo aquí lo que escribe hacia el final de su vida, dice: Nuestro Señor Jesucristo me ha manifestado, que pronto abaldonaré mi tienda (Se refería a su cuerpo). Y procuraré que incluso después de mi partida podáis recordar estas cosas (2 Pe 1,14-15). 

Pues lo esta haciendo, así nos lo recuerda ahora mismo. Por eso ahora le decimos: –Gracias, Pedro, Saxum, por haber sido la Roca. Y habernos recordado que solo un amor que pasa por la cruz, es capaz de realizar la misión de pesca en la Iglesia. 

La misión de pesca abundante la realizaremos si nuestro amor pasa por la cruz.

FORO DE MEDITACIONES

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